martes, 8 de noviembre de 2011

Fragmentos del "Poema de Mio Cid"

Cantar primero.

DESTIERRO DE CID.

El rey Alfonso VI de Castilla y León envía al Cid para cobrar las parias del rey moro de Sevilla. Éste es atacado por el conde castellano García Ordóñez. - El Cid, amparando al moro vasallo del rey de Castilla, vence a García Ordóñez en Cabra y le prende afrentosamente.- El Cid torna a Castilla con las parias, pero sus enemigos le indisponen con el rey. - Éste destierra al Cid.
Envió el rey don Alfonso a Ruy Díaz mio Cid por las parias que le tenían que dar los reyes de Córdoba y de Sevilla cada año. Almutamiz, rey de Sevilla, y Almudafar, rey de Granada, eran en aquella sazón muy enemigos y se odiaban a muerte. Y estaban entonces con Almudafar, rey de Granada, unos ricos hombres que le ayudaban: el conde García Ordóñez y Fortún Sánchez, el yerno del rey don García de Navarra, y Lope Sánchez, y cada uno de estos ricos hombres con su poder ayudaban a Almudafar, y luego fueron contra Almutamiz, rey de Sevilla.
Ruy Díaz el Cid, cuando supo que así venían contra el rey de Sevilla, que era vasallo y pechero del rey don Alfonso, su señor, lo tomó muy a mal y le pesó mucho; y envió a todos cartas de ruego para que no viniesen contra el rey de Sevilla ni le destruyeran su tierra, por la obligación que tenían con el rey don Alfonso (y les decía que si, a pesar de todo, querían hacerlo, supiesen que no podría estarse el rey Alfonso sin ayudar a su vasallo, puesto que era pechero suyo)El rey de Granada y los ricos hombres no atendieron en nada a las cartas del Cid, y fueron todos con mucha fuerza y destruyeron al rey de Sevilla toda la tierra hasta el castillo de Cabra.
Cuando aquello vio Ruy Díaz reunió todas las fuerzas que pudo de cristianos y de moros, y fue contra el rey de Granada para echarlo de la tierra del rey de Sevilla. Y el rey de Granada y los ricos hombres que estaban con él, cuando supieron que iba con ese ánimo, le mandaron a decir que no se marcharían de la tierra porque él lo quisiera. Ruy Díaz, cuando aquello oyó, pensó que no estaría bien el no acometerlos y fue contra ellos y luchó con ellos en el campo, y duró la batalla campal desde la hora de tercia hasta la de mediodía, y fue grande la mortandad que allí hubo de moros y de cristianos en la parte del rey de Granada, y vencióles el Cid y les hizo huir del campo. Y cogió prisionero el Cid en esta batalla al conde García Ordóñez y le arranchó un mechón de la barba y a otros muchos caballeros y a innumerables guerreros de a pie. Y los tuvo el Cid presos tres días, y luego los soltó a todos. Después de haberlos cogido prisioneros mandó a los suyos recoger los bienes y las riquezas que quedaron en el campo, y luego se volvió con toda su compaña y con todas sus riquezas adonde estaba Almutamiz, rey de Sevilla y dio a él y a todos sus moros todas las riquezas que reconocieron como suyas y aún de las demás que quisieron tomar. Y de allí en adelante llamaron moros y cristianos a este Ruy Díaz de Vivar el Cid Campeador, que quiere decir batallador.
Almutamiz le dio entonces muchos buenos regalos y las parias que había ido a cobrar. Y tornóse el Cid con todas sus parias hacia el rey don Alfonso, su señor. El rey le recibió muy bien, se puso muy contento y se declaró satisfecho de cuanto el Cid hiciera allá. Por esto le tuvieron muchos envidia y le buscaron mucho daño y le enemistaron con el rey.
El rey, como estaba muy sañudo y entrado en ira contra él, dio crédito a lo que hablaban contra el Cid y le mandó decir por su carta que saliese del reino. El Cid, después que hubo leído la carta real, aunque le causó gran pesar, no quiso hacer otra cosa, porque sólo le quedaban de plazo nueve días de salir de todo el reino.

Tirada 1

1.
El Cid convoca a sus vasallos; éstos se destierran con él.
Adiós del Cid a Vivar.
(Envió a buscar a todos sus parientes y vasallos, y les dijo cómo el rey le mandaba salir de todas sus tierras y no le daba de plazo más que nueve días y que quería saber quiénes de ellos querían ir con él y quiénes quedarse.

A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
"Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros como leales vasallos."
Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.

Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;
hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
"¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados".

2
Agüeros en el camino de Burgos

Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.
Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.
Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
"¡Ánimo, Állvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,
pero cargados de honra hemos de volver a ella! "

3
El Cid entra en Burgos

Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
"¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!"

4
Nadie hospeda al Cid.
Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.
El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera.

De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.
Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga,
las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.
Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga,
de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,
las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.
Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada
en un arenal posó, que nadie le abre su casa.
Pero en torno suyo hay guerreros que le acompañan.
Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.
Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.

5
Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid.

El buen Martín Antolínez, aquel burgalés cumplido,
a Mío Cid y a los suyos los surte de pan y vino;
no lo compró, que lo trajo de lo que tenía él mismo;
comida también les dio que comer en el camino.
Muy contento que se puso el Campeador cumplido
y los demás caballeros que marchan a su servicio.
Habló Martín Antolínez, escuchad bien lo que ha dicho:
"Mío Cid Campeador que en tan buen hora ha nacido,
descansemos esta noche y mañana ¡de camino!
porque he de ser acusado, Cid, por haberos servido
y en la cólera del rey también me veré metido.
Si logro escapar con vos, Campeador, sano y vivo,
el rey más tarde o temprano me ha de querer por amigo;
las cosas que aquí me dejo en muy poco las estimo."



Tirada 6

El Cid, emprobrecido, acude a la astucia de Martín Antolínez.
Las arcas de arena.

Habla entonces Mío Cid, que en buen hora ciñó espada:
"¡Oh buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza!"
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada.
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata,
bien veis, Martín Antolínez, que ya no me queda nada.
Plata y oro necesito para toda mi compaña,
No me lo darán de grado, lo he de sacar por las malas.
Martín, con vuestro consejo hacer quisiera dos arcas,
Las llenaremos de arena por que sean muy pesadas,
bien guarnecidas de oro y de clavos adornadas.

7
Las arcas destinadas para obtener dinero de dos judíos burgaleses.

Bermejo ha de ser el cuero y los clavos bien dorados.
Buscadme a Raquel y Vidas, decid que voy desterrado
por el rey y que aquí en Burgos el comprar me está vedado.
Que mis bienes pesan mucho y no podría llevármelos,
yo por lo que sea justo se los dejaré empeñados.
Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus santos,
no puedo hacer otra cosa, muy a la fuerza lo hago.

8
Martín Antolínez vuelve a Burgos en busca de los judíos.

A lo que el Cid le mandó, Martín Antolínez marcha,
atraviesa todo Burgos, en la judería entraba,
por Vidas y por Raquel con gran prisa preguntaba.

9
Trato de Martín Antolínez con los judíos.
Éstos van a la tienda del Cid.
Cargan con las arcas de arena.

A los judíos encuentra cuando estaban ocupados
en contar esas riquezas que entre los dos se ganaron.
Les saluda el burgalés, muy atento y muy taimado:
"¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, amigos míos tan caros?
En secreto yo querría hablar con los dos un rato".
No le hicieron esperar; en un rincón se apartaron.
"Mis buenos Raquel y Vidas, vengan, vengan esas manos,
guardadme bien el secreto, sea a moro o a cristiano,
que os tengo que hacer ricos y nada habrá de faltaros.
De cobrar parias a moros el rey al Cid le ha encargado,
grandes riquezas cogió, y caudales muy preciados,
pero luego se quedó con lo que valía algo,
y por eso se ve ahora de tanto mal acusado.
En dos arcas muy repletas tiene oro fino guardado.
Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado,
aquí se deja heredades, y sus casas y palacios,
no puede llevar las arcas, que le costaría caro,
el Campeador querría dejarlas en vuestras manos
empeñadas, y que, en cambio, les deis dinero prestado.
Coged las arcas del Cid, ponedlas a buen recaudo,
pero eso tiene que ser con juramento prestado
que no las habéis de abrir en lo que queda de año."
Raquel y Vidas están un rato cuchicheando:
"En este negocio hemos de sacar nosotros algo.
Cuando el Cid cobró las parias, mucho dinero ha ganado,
de allá de tierra de moros gran riqueza se ha sacado.
Quien muchos caudales lleva nunca duerme descansado.
Quedémonos con las arcas, buen negocio haremos ambos,
pondremos este tesoro donde nadie pueda hallarlo.
Pero queremos saber qué nos pide el Cid en cambio
y qué ganancia tendremos nosotros por este año."
Dice Martín Antolínez, muy prudente y muy taimado:
"Muy razonable será Mío Cid en este trato:
poco os ha de pedir por dejar su haber en salvo.
Muchos hombres se le juntan y todos necesitados,
el Cid tiene menester ahora de seiscientos marcos."
Dijeron Raquel y Vidas: "Se los daremos de grado".
"El Cid tiene mucha prisa, la noche se va acercando,
necesitamos tener pronto los seiscientos marcos".
Dijeron Raque y Vidas: "No se hacen así los tratos,
sino cogiendo primero, cuando se ha cogido dando".
Dijo Martín Antolínez: "No tengo ningún reparo,
venid conmigo, que sepa el Cid lo que se ha ajustado
y, como es justo, después nosotros os ayudamos
a traer aquí las arcas y ponerlas a resguardo,
con tal sigilo que en Burgos no se entere ser humano".
Dijeron Raquel y Vidas: "Conformes los dos estamos.
En cuanto traigan las arcas tendréis los seiscientos marcos".
El buen Martín Antolínez muy de prisa ha cabalgado,
van con él Raquel y Vidas, tan satisfechos del trato.
No quieren pasar el puente, por el agua atravesaron
para que no lo supiera en Burgos ningún cristiano.
Aquí veis cómo a la tienda del famoso Cid llegaron;
al entrar fueron los dos a besar al Cid las manos.
Sonrióse Mío Cid, y así comenzara a hablarlos:
"Sí, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado.
Yo me marcho de Castilla porque el rey me ha desterrado.
De aquello que yo ganare habrá de tocaros algo,
y nada os faltará, mientras que viváis, a ambos".
Entonces Raquel y Vidas van besarles las manos.
Martín Antolínez tiene el trato bien ajustado
de que por aquellas arcas les darán seiscientos marcos,
bien se las han de guardar hasta el cabo de aquel año,
y prometido tenían y así lo habían jurado,
que si las abrieran antes queden por perjuros malos
y no les dé en interés don Rodrigo ni un ochavo.
Dijo Martín Antolínez: "Raquel y Vidas, lleváos
las dos arcas cuanto antes y ponedlas a resguardo,
yo con vosotros iré para que me deis los marcos,
que ha de salir Mío Cid antes de que cante el gallo."
¡Que alegres que se ponían cuando los cofres cargaron!
Forzudos son, mas cargarlos les costó mucho trabajo.
Ya se alegran los judíos en los dineros pensando,
para el resto de sus días por muy ricos se juzgaron.

10
Despedida de los judíos y el Cid.
Martín Antolínez se va con los judíos a Burgos.

Raquel coge a Mío Cid la mano para besarla:
"Campeador, el que en buena hora se ciñó la espada,
hoy de Castilla os vais para las tierras extrañas.
Vuestra suerte así lo quiere, grandes son vuestras ganancias.
Una piel morisca quiero de rico color de grana,
humildemente os pido me la traigáis regalada."
"Concedido, dijo el Cid, la piel os será mandada,
si no, la descontaréis de lo que valen las arcas".
Los cofres de Mío Cid los judíos se llevaban,
el buen Martín Antolínez por Burgos los acompaña.
Así con muy gran secreto llegaron a su morada.
Tendieron un cobertor por el suelo de la cámara
y encima de él una sábana de tela de hilo muy blanca.
Contó Don Martín de un golpe trescientos marcos de plata,
con la cuenta le bastó, sin pesarlos los tomaba,
los otros trescientos marcos en otro se los pagaban.
Cinco escuderos traía y los cinco llevan carga.
Cuando acabó Don Martín, a los judíos hablaba:
"En vuestras manos, Raquel y Vidas, están las arcas
mucho ganáis, bien merezco que me deis para unas calzas".

11
El Cid, provisto de dinero por Martín Antolínez, se dispone a marchar.

Entonces Raquel y Vidas allí a un lado se apartaron:
"En verdad que esta ganancia él es quien nos la ha buscado."
Dicen: "Martín Antolínez, burgalés bien afamado,
merecido lo tenéis, os daremos buen regalo,
calzas os podréis comprar, buena piel y rico manto.
La donación os hacemos, don Martín, de treinta marcos,
y bien los habréis merecido si nos guardáis este trato,
que vos sois el fiador de aquello que hemos pactado."
Lo agradece don Martín, recibe los treinta marcos,
de su casa quiere irse, ya se despide de ambos.
Por Burgos atravesó, el Arlanzón ha pasado,
encamínase a la tienda de Mío Cid bienhadado.
Ruy Díaz le ha recibido, abiertos ambos los brazos:
"Ya estás aquí, don Martín Antolínez, fiel vasallo,
Dios quiera que llegue el día en que pueda darte algo."
"Aquí estoy, Campeador, y buena ayuda os traigo,
para vos seiscientos marcos, y para mí treinta he sacado.
Mandad recoger la tienda y a toda prisa partamos;
que en San Pedro e Cardeña nos coja el cantar del gallo.
Veremos a vuestra esposa, esa prudente hijadalgo.
Muy corta sea la estancia, de Castilla no salgamos,
así es menester, que el plazo del destierro va expirando."

12
El Cid monta a caballo y se despide de la catedral de Burgos,
prometiendo mil misas al altar de la Virgen.

Esto dicho, manda el Cid alzar su tienda en seguida.
El Cid y todos los suyos cabalgan a mucha prisa.
La cara de su caballo vuelve hacia Santa María
alza la mano derecha y la cara se santigua:
"A ti lo agradezco, Dios, que el cielo y la tierra guías;
que con vos en deuda quedo de haceros cantar mil misas".
Hoy a Castilla abandono, del rey me arroja la ira:
¡quién sabe si he de volver en los días de mi vida!
Que vuestro poder me valga al marcharme de Castilla,
y que él me ayude y me acorra de noche como de día.
Si así lo hacéis, Virgen Santa, y si la suerte me auxilia
a vuestro altar mandaré muchas cosas y muy ricas,
que con Vos en deuda quedo de haceros cantar mil misas."

13
Martín Antolínez se vuelve a la ciudad.

Con mucho dolor se arranca el Campeador de allá.
Las riendas soltaron todos, empiezan a cabalgar,
Dijo Martín Antolínez, aquel burgalés leal:
"Vuelvo a Burgos, que a mi esposa despacio tengo que hablar
y advertir a los de casa de lo que en mi ausencia harán.
Si el rey me quita mis bienes poco se me importará.
Con vos estaré otra vez cuando el sol quiera rayar."



14
El Cid va a Cardeña a despedirse de su familia.

Don Martín se torna a Burgos, su camino el Cid siguió,
llegar quería a Cardeña, el caballo espoleó
y con él los caballeros que de su compaña son.
Aprisa cantan los gallos y quebrar quiere el albor
del día, cuando a San Pedro llega el buen Campeador.
Estaba el abad don Sancho muy buen cristiano de Dios,
rezando a San Pedro apóstol y a Cristo Nuestro Señor:
"Tú, que eres guía de todos, guíame al Campeador."

15
Los monjes de Cardeña reciben al Cid.
Jimena y sus hijas llegan ante el desterrado.

A la puerta llaman; todos saben que el Cid ha llegado.
¡Dios, qué alegre que se ha puesto ese buen abad don Sancho!
Con luces y con candelas los monjes salen al patio.
"Gracias a Dios, Mío Cid, le dijo el abad don Sancho,
puesto que os tengo aquí, por mí seréis hospedado."
Esto le contesta entonces Mío Cid el bienhadado:
"Contento, de vos estoy y agradecido, don Sancho,
prepararé la comida mía y la de mis vasallos.
Hoy que salgo de esta tierra os daré cincuenta marcos,
si Dios me concede vida os he de dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto.
Para mi esposa Jimena os entrego aquí cien marcos;
a ella, a sus hijas y damas podréis servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo.
A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho,
en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado.
Si ese dinero se acaba o si os faltare algo,
dadles lo que necesiten, abad, así os lo mando.
Por un marco que gastéis, asl conveto daré cuatro."
Así se lo prometió el abad de muy buen grado.
Ved aquí a doña Jimena, con sus hijas va llegando,
a cada una de las niñas la lleva una dama en brazos.
Doña Jimena ante el Cid las dos rodillas ha hincado.
Llanto tenía en los ojos, quísole besar las manos.
Le dice: "Graciias os pido, Mío Cid el bienhadado.
Por calumnias de malsines del reino vais desterrado."


16
Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas.
El Cid espera llegar a casarlas honradamente.

"¡Merced os pido, buen Cid, noble barba tan crecida!
Aquí ante vos me tenéis, Mío Cid, y a vuestras hijas,
de muy poca edad las dos y todavía tan niñas.
Conmigo vienen también las damas que nos servían.
Bien veo, Campeador, que preparáis vuestra ida;
tenemos que separarnos estando los dos en vida.
¡Decidnos lo que hay que hacer, oh Cid, por Santa María!"
Las dos manos inclinó el de la barba crecida,
a sus dos niñitas coge, en sus brazos las subía,
al corazón se las llega, de tanto que las quería.
Llanto le asoma a los ojos y muy fuerte que suspira.
"Es verdad, doña Jimena, esposa honrada y bendita,
tanto cariño os tengo como tengo al alma mía.
Tenemos que separarnos, ya los veis, los dos en vida;
a vos os toca quedaros, a mi me toca la ida.
¡Quiera Dios y con Él quiera la Santa Virgen María
que con estas manos pueda aún casar nuestras hijas
y que me puede ventura y algunos días de vida
para poderos servir, mujer honrada y bendita!"

17
Un centenar de castellanos se juntan en Burgos para irse con el Cid.

¡Qué gran comida le hicieron al buen Cid Campeador!
Las campanas de San Pedro tañían a gran clamor.
Por las tierras de Castilla iba corriendo el pregón
de que se va de la tierra Mío Cid Campeador.
¡Cuántos dejaron su casa, su tierra o su posesión!
En aquel día en la puente que pasa el río Arlanzón
júntanse muchos guerreros, mas de ciento quince son.
Todos iban en demanda del buen Cid Campeador.
Llega Martín Antolínez, con ellos se reunió,
y se van para San Pedro en donde está su señor.

18
Los cien castellanos llegan a Cardeña y se hacen vasallos del Cid.
Éste dispone seguir su camino por la mañana.
Los maitines en Cardeña.
Oración de Jimena.
Adiós del Cid a su familia.
Últimos encargos al abad de Cardeña.
El Cid camina al destierro; hace noche después de pasar el Duero.

Cuando supo que venían Mío Cid el de Vivar
y que su compaña crece, con que más fuerza tendrá,
aprisa monta a caballo, y a recibirlos se va.
¡Cómo se sonríe el Cid cuando ya a su vista están!
Van acercándose todos para su mano besar.
Habló entonces Mío Cid con palabras de verdad:
"Yo ruego a nuestro Señor y Padre Espiritual
que a los que por mí dejáis vuestra casa y heredad
antes de morir os pueda con otros bienes pagar,
que lo que perdéis, doblado os lo pudierais cobrar".
Muy contento estaba el Cid porque se le juntan más
y muy contentos los hombres que al destierro con él van.
Del plazo de nueve días seis están pasados ya
y nada más que tres días les quedaban por pasar.
Mandado tenía el rey a Mío Cid vigilar,
por que si, pasado el plazo, en sus reinos aún está
ni por oro ni por plata se pueda el Cid escapar.
Ya se va acabando el día, la noche quería entrar,
a todos sus caballeros el Cid los manda juntar.
"Oídme, varones, y que esto no os sirva de pesar,
poco tengo pero quiero a todos su parte dar.
Ahora fijáos muy bien en lo que voy a mandar:
quiero que al amanecer, cuando el gallo cantará,
sin perder tiempo mandéis los caballos ensillar.
A maitines en San Pedro ya tañerá el buen abad
y él nos rezará la misa de la Santa Trinidad.
En cuanto acabe la misa echemos a cabalgar,
el plazo ya viene cerca, mucho tenemos que andar".
Así como el Cid lo manda sus caballeros harán.
Pasándose va la noche, viene la mañana ya,
cantan los segundos gallos, y comienzan a ensillar.
Tañe el abad a maitines, mucha prisa que se dan.
Mío Cid y su mujer para la iglesia se van.
Echóse doña Jimena en las gradas del altar
y a Dios reza, lo mejor que ella sabía rezar,
por que a Mío Cid le guarde el Señor de todo mal.
"A Ti, Señor glorioso, Padre que en el cielo estás:
hiciste el cielo y la tierra, al tercero día el mar,
luna y estrellas hiciste y el sol para calentar,
en Santa María madre fuiste Tú carne a tomar
y en Belén te apareciste conforme a tu voluntad.
Pastores te glorifican, laudos te van a cantar,
llegan tres reyes de Arabia que te vienen a adorar
y que se llaman Melchor y Gaspar y Baltasar,
oro, incienso y mirra ofrecen con toda su voluntad.
A Jonás salvaste Tú cuando se cayó en el mar,
a Daniel, de los leones también le fuiste a salvar,
en Roma la salvación llevaste a San Sebastián,
libraste a Santa Susana de aquel falso criminal;
por nuestra tierra quisiste treinta y dos años andar
enseñándonos milagros que nunca se han de olvidar,
hiciste vino del agua, de la piedra hiciste pan,
a Lázaro resucitas, porque así es tu voluntad:
dejaste que te prendieran, luego te dejas llevar
al Gólgota y en la cruz te dejas crucificar;
de tu cruz a cada lado sendos ladrones están;
entra el uno en paraíso, pero el otro no entrará;
desde la cruz gran milagro hiciste, Padre eternal:
Longinos, el ciego aquél, que no vio la luz jamás,
con su lanza en el costado te hiere y te hace sangrar,
va la sangre lanza abajo, sus manos hubo de untar,
alza las manos Longinos, y se las lleva a la faz,
abre los ojos y a todas las parte se pone a mirar;
desde entonces creyó en Ti, se salvó de todo mal.
De la tumba en que te ponen supiste resucitar,
a los infiernos bajaste porque fue tu voluntad,
rompes sus puertas y sacas a muchos santos de allá.
Rey de los reyes Tú eres, Padre de la humanidad,
en Ti creo, a Ti te adoro con toda mi voluntad
y a San pedro ahora le pido que a Ti me ayude a rogar
por el Cid Campeador, que Dios le guarde de mal.
Y que si hoy nos separamos vivos nos vuelva a juntar."
Ya la oracion se termina, la misa acabada está,
de la iglesia salieron y prepáranse a marchar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va a besar;
no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar.
"A Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar."
Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar;
como la uña de la carne así apartándose van.
Mío Cid con sus vasallos se dispone a cabalgar,
la cabeza va volviendo a ver si todos están.
Habló Minaya Álvar Fáñez, bien oiréis lo que dirá:
"Cid, en buena hora nacido, ¿vuestro ánimo dónde está?
Pensemos en ir andando y déjese lo demás,
todos los duelos de hoy en gozo se tornarán,
y Dios que nos dio las almas su consejo nos dará.
Al abad don Sancho vuelve de nuevo a recomendar
que atienda a doña Jimena y a las damas que allí están,
a las dos hijas del Cid que en San Pedro han de quedar;
sepa el abad que por ello buen premio recibirá.
Ya don Sancho se volvía, Álvar Fáñez le fue a hablar:
"Si veis venir a más gente para buscarnos, abad,
les diréis que el rastro sigan y marchen a buen andar,
sea en yermo o en poblado ya nos podrán alcanzar".
Sueltan entonces las riendas, empiezan a cabalgar,
que el plazo para salir iba acabándose ya.
Mio Cid aquella noche duerme en Espinaz de Can;
de todas partes guerreros se le vienen a juntar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar.
De su tierra va saliendo el Campeador leal,
San Esteban deja a un lado, aquella buena ciudad.
Por Alcubilla pasó, Castila se acaba ya,
la calzada de Quinea luego hubieron de pasar,
por Navas de Palos van el río Duero a cruzar
y el Cid en la Figueruela descanso manda tomar.
De todas partes guerreros se le vienen a juntar.

19
Última noche que el Cid duerme en Castilla.
Un ángel consuela al desterrado.

En cuanto que fue de noche el Cid a dormir se echó,
le cogió un sueño tan dulce que muy pronto se durmió.
El arcángel San Gabriel a él vino en una visión:
"Cabalgad, Cid -le decía-, cabalgad, Campeador,
que nunca tan en buena hora ha cabalgado varón,
bien irán las cosas vuestras mientras vida os dé Dios."
Mío Cid al despertar la cara se santiguó.

20
El Cid acampa en la frontera de Castilla.

El Cid, después de signarse, a Dios se fue a encomendar
mucho contento tenía del sueño que fue a soñar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar,
último día es del plazo, un día queda no más.
En la sierra de Miedes acampan a descansar,
a la derecha de Atienza, que es tierra de moros ya.

21
Recuento de las gentes del Cid.

Todavía era de día, no se había puesto el sol,
revistar quiere a su gente Mío Cid Campeador;
sin contar a los de a pie, gente de mucho valor,
lleva el Cid trescientas lanzas cada cual con su pendón.


Tirada 22

El Cid entra en el reino moro de Toledo tributario del rey Alfonso.

"En cuanto sea temprano, cebada a las bestias dad.
Luego que coma el que quiera y los que no a cabalgar.
Esa sierra tan bravía la tenemos que pasar
y a la noche ya las tierras del rey quedarán atrás.
Luego el que quiera buscarnos dar con nosotros podrá".
De noche pasan la sierra, llega la mañana ya
y por esa loma abajo empiezan a caminar.
En medio del alto bosque que allí en la montaña está
manda acampar Mío Cid y pienso a las bestias dar.
Dice a sus hombres que aquella noche tendrían que andar
y ellos, tan buenos vasallos, por muy contentos se dan
que todo lo que les mande su señor ellos lo harán.
Antes del anochecer empiezan a cabalgar
para que no les descubran quiere el Cid de noche andar.
Toda la noche anduvieron, ningún reposo se dan.
Al lugar de Castejón, que junto a Henares está,
Mío Cid una emboscada les quería preparar.

23
Plan de campaña.
Castejón cae en poder del Cid
por sorpresa.
Algara contra Alcalá.

Toda la noche emboscados el Cid y los suyos pasan,
que así se lo aconsejó Álvar Fáñez de Minaya.
"Cid Campeador que en buena hora ceñiste la espada,
ya que a Castejón tenemos tendida buena celada,
vos os quedaréis aquí con cien hombres a la zaga
y yo haré una correría con doscientos en vanguardia;
con Dios y con vuestra suerte será la empresa ganada."
Díjole el Campeador: "Muy bien hablaste, Minaya.
Corred la tierra sin miedo, por valor no quede nada. ~
Hasta más abajo de Hita llegad, y a Guadalajara
hasta la misma Alcalá acérquense las vanguardias,
la riqueza de esa tierra que de botín se la traigan
y que por miedo a los moros no vayan a dejar nada.
Y con los otros cien hombres me quedaré aquí a la zaga;
de amparo nos servirá Castejón, por mí guardada.
Si a los que corréis la tierra alguna cosa os pasa
un aviso mandaréis en seguida a retaguardia.
Del socorro que os lleve se ha de hablar en toda España".

Va nombrando a los guerreros que en la correría marchan
y a los otros que se quedan allí con él a la zaga.
Rompen albores del día y se acerca la mañana.
Va saliendo el sol. ¡Dios mío, qué hermoso que despuntaba!
Las gentes de Castejón ya todas se levantaban,
las puertas de la ciudad abren y afuera se marchan,
camino de sus trabajos, de las tierras que labraban.
Todos se van y las puertas abiertas se las dejaban.
Es muy poca aquella gente que en Castejón se quedara
y la que está por los campos anda muy desparramada.
Sale el Cid del escondite que le sirve de emboscada,
sin tropiezo a Castejón entero la vuelta daba.
Moros y moras que encuentra a todos los apresaba
y a los ganados aquellos que por el contorno andan.

Mío Cid Campeador hacia la puerta cabalga:
cuando se ven asaltados los hombres que la guardaban,
mucho miedo que tuvieron, déjanla desamparada.
De la ciudad por las puertas ya el Campeador se entraba.
En la mano Mío Cid desnuda lleva la espada
y a quince mató, de moros que a su paso se encontrara.

A Castejón ha ganado con todo el oro y la plata.
Ya cargados del botín sus caballeros llegaban,
déjanselo a Mío Cid, que no lo aprecian en nada.
Mientras iban los doscientos tres hombres de la vanguardia
corriendo tierras sin miedo y mucho las saqueaban.

Hasta Alcalá se pasea la bandera de Minaya
y desde allí dan la vuelta otra vez con la ganancia
por río Henares arriba y junto a Guadalajara.
De la correría aquella mucho botín se llevaban
tanto ganado de ovejas, tanto ganado de vacas,
tantas ropas de valor, tantas riquezas sin tasa.

Muy orgullosa se yergue la bandera de Minaya
y no hay nadie que se atreva a atacarlos por la espalda.
Con rico botín volvía esa valiente compaña.
Miradlos ya en Castejón donde Mío Cid estaba.
El Campeador guardado deja el castillo y cabalga,
a recibirlos salía, le acompaña su mesnada
y con los brazos abiertos acoge el Cid a Minaya.
"¿Estáis aquí ya, Álvar Fáñez, el de la atrevida lanza?
En vos puse con razón, al mandaros, mi esperanza.
El botín mío y el vuestro júntense, y de la ganancia
os daré la quinta parte, si vos la queréis Minaya."

24
Minaya no acepta parte alguna en el botín y hace un voto solemne.

"Mucho que os lo agradezco, Campeador afamado:
de este quinto del botín, que ponéis entre mis manos
por contento se daría hasta Alfonso el Castellano.
Pero yo os lo devuelvo, Mío Cid, en paz estamos.
Quiero prometer a Dios, a Aquél que está allí en lo alto,
que mientras yo no me harte, montado en mi buen caballo,
de lidiar bien con los moros y vencerlos en el campo,
hiriéndolos con la lanza, poniendo a la espada mano,
mientras no vea la sangre chorrearme codo abajo
estando delante el Cid, ese guerrero afamado,
ni tomará ni un dinero del Campeador mi mano.
Ya me quedaré con algo si es que algo bueno os gano,
pero todo esto de ahora para vos, buen Cid, guardadlo."

25
El Cid vende su quinto a los moros.
No quiere lidiar con el rey Alfonso.

Las riquezas del botín están ya todas juntadas.
Ha pensado Mío Cid, que en buen hora ciñó espada,
que acaso el rey don Alfonso tras él mande sus compañas
y que a atacarle vendrían todas las reales mesnadas.
Las riquezas del botín manda repartir sin falta
y que los repartidores su recibo a todos hagan.
Los caballeros del Cid muy buena porción alcanzan:
le dieron a cada cual unos cien marcos de plata,
y a los peones les toca la mitad justa y sin falta.
Pero allí a nadie podía venderla ni regalarla,
ni quiere llevar cautivos Mío Cid en su campaña.
Con gente de Castejón habló, y a Guadalajara
e Hita manda a preguntar por cuánto se la compraban,
aunque muy poco le diesen por toda aquella ganancia.
Ofreciéronle los moros sus tres mil marcos de plata.
Del botín la quinta parte a Mío Cid se le guarda.
Mío Cid aquella oferta muy gustoso la aceptaba.
Al tercer día el dinero le fue entregado sin falta.
Pensó entonces Mío Cid que él y toda su compaña
en un castillo tan chico no pueden tener morada,
defenderlo sí podrán, mas les faltaría el agua.
"Vencidos están los moros, la paz con ellos firmada,
el rey Alfonso atacarnos podría con su mesnada.
Dejar quiero a Castejón, óiganme todos, Minaya.

26
El Cid marcha a tierras de Zaragoza, dependientes
del rey moro de Valencia.

Esto que voy a decir no os dé que pensar mal:
por más tiempo en Castejón no nos podemos quedar;
está cerca el rey Alfonso y aquí a buscarnos vendrá.
Mas no asolaré el castillo, que se lo quiero dejar
a cien moros y a cien moras a quien daré libertad,
y así por lo que les quito no podrán de mí hablar mal.
Pagados estáis ya todos, nadie queda por pagar,
mañana al romper el día otra vez a cabalgar,
que con mi rey don Alfonso no querría yo luchar".
Aquello que dice el Cid mucho agrada a los demás,
del castillo que tomaron todos muy ricos se van
y los moros y las moras bendiciéndolos están.
Marchan Henares arriba lo más que pueden andar,
las Alcarrias han pasado y cabalgan más allá,
por esas cuevas de Anguita ahora los veréis pasar,
cruzan el río y se entran por el campo de Taranz,
caminan por esas tierras lo más que puedan andar.
Entre Fariza y Cetina Mío Cid iba a albergar
buen botín iba cogiendo por la tierra donde va.
No pueden saber los moros qué intenciones llevará.
Al otro día cabalga Mío Cid el de Vivar,
Alhama ya la ha pasado, Hoz del río abajo va,
y ya a Bubierca y a Ateca se las ha dejado atrás
y por fin junto a Alcocer Mío Cid ha ido a posar,
en un otero redondo y fuerte van a acampar,
cerca está el Jalón, el agua no se la podrán quitar.
Aquel pueblo de Alcocer piensa Mío Cid tomar.

27
El Cid acampa sobre Alcocer.

Todo el otero ha ocupado, allí sus tiendas armaba;
unas las pone en la sierra, otras junto al río planta.
Mío Cid Campeador que en buen hora ciñó espada
alrededor del otero y muy cerca ya del agua
hacer un foso muy hondo a sus varones mandaba,
así no podrán los moros sorprenderlos a mansalva
y además les da a entender que el Cid allí se quedaba.

28
Temor de los moros.

Por todas aquellas tierras fue la noticia volando
de que el Cid Campeador junto a Alcocer ha acampado
que a tierra de moros vino y deja la de cristianos;
los campos que estaban cerca no se atreven a labrarlos.
Muy alegres que se ponen Mío Cid y sus vasallos;
el castillo de Alcocer tributo les ha pagado.

Tirada 29

El Campeador toma a Alcocer mediante un ardid.

Esa gente de Alcocer al Cid ya le daba parias
y los de Terrer y Ateca también ya se las pagaban
a los de Calatayud esto muy mal les sentaba.
Allí Mío Cid estuvo por más de quince semanas.
Cuando ve el Campeador que Alcocer no se entregaba
un ardid se le ha ocurrido y fue a hacerlo sin tardanza:
las tiendas manda quitar, deja una sola plantada,
y se va Jalón abajo, con bandera desplegada,
todos con loriga puesta y ceñidas las espadas:
taimado es el Cid y quiere tenderles una celada.
Los de Alcocer que lo vieron ¡Dios y cómo se alababan!
"Ya se le ha acabado al Cid todo el pan y la cebada.
Cargados van con las tiendas, una sola queda alzada.
A guisa de derrotado el Campeador se marcha,
vamos a asaltarle ahora, sacaremos gran ganancia,
que, si no, los de Terrer para ellos han de tomarla,
y si cogen el botín no querrán cedernos nada;
las parias que nos cobró hoy las volverá dobladas."
Para salir de Alcocer mucha prisa que se daban.
Cuando el Cid ya los vio fuera hace como que se escapa.
Jalón abajo corría, muy en desorden andaba.
Decían los de Alcocer: "¡Ay, que el botín se nos marcha!"
Ya todos, grandes y chicos, a salir se apresuraban,
con el ansia de coger, de lo demás se olvidaban:
abiertas dejan las puertas, nadie se queda a guardarlas.
Mío Cid Campeador hacia atrás volvió la cara,
vio que entre ellos y el castillo un gran espacio quedaba,
manda volver la bandera y a gran prisa espoleaban.
"¡Heridlos, mis caballeros, sin temor, el Cid gritaba,
que con la ayuda de Cristo nuestra será la ganancia!"
Ya vuelven todos revueltos por medio de la llanada.
¡Dios, qué grande era el gozo de todos esa mañana !
Mío Cid con Álvar Fáñez adelante cabalgaba,
tienen muy buenos caballos que a su voluntad andaban,
ya entre el castillo y los moros los dos guerreros entraban.
Los vasallos de Mío Cid sin piedad sus golpes daban,
en poco más de un momento a trescientos moros matan.
Con muy grandes alaridos los que estan en emboscada
para adelante salían, hacia el castillo tornaban,
con las espadas desnudas a la puerta se paraban.
Ya van llegando los suyos, la batalla está ganada.
Ved cómo el Cid conquistó Alcocer por esta maña.

30
La seña del Cid ondea sobre Alcocer

Pedro Bermúdez llegó con la bandera en la mano
y en el castillo la planta, allá en el sitio mas alto.
Habla entonces Mío Cid, Ruy Díaz el bienhadado:
"Gracias al Señor del cielo, gracias a todos sus santos,
mejor vivienda tendremos ahora dueños y caballos.

31
Clemencia del Cid con los moros

Prestadme oído, Álvar Fáñez y los demás caballeros:
al tomar este castillo un gran botín hemos hecho;
muertos los moros están, con vida a muy pocos veo.
Estos moros y estas moras no hemos de poder venderlos,
con cortarles la cabeza poca cosa ganaremos,
nosotros somos los amos, sigan ellos en el pueblo,
viviremos en sus casas y de ellos nos serviremos."

32
El rey de Valencia quiere recobrar a Alcocer.
Envía un ejército contra el Cid

Mío Cid con sus ganancias allí en Alcocer está;
la tienda que en el otero dejara manda quitar.
A los de Ateca y Terrer el triunfo dio gran pesar
y a los de Calatayud también pesándoles va.
Al rey de Valencia entonces con un mensaje se van,
dícenle que ese que llaman el Cid Ruy Díaz de Vivar,
por ira del rey Alfonso, de Castilla echado está,
que fue a acampar a Alcocer, bien defendido lugar,
y que por una emboscada el castillo es suyo ya.
"Si no vienes a ayudarnos, Teca y Terrer perderás,
perderás Calatayud, que ya no podrá escapar,
y allá a orillas del Jalón ha de irte todo muy mal,
y al otro lado, en Siloca, lo mismo te pasará.''
Cuando lo oyó el rey Tamín siente profundo pesar.
"Tres buenos emires veo aquí en torno mío estar.
Sin tardar, dos de vosotros os marcharéis para allá
con tres mil moros que lleven buenas armas de luchar.
Con los que hay en la frontera, que bien os ayudarán,
coged vivo a ese cristiano y conducídmelo acá.
Puesto que se entró en mis tierras reparación me dará."
Ya cabalgan tres mil moros, ya se echan a caminar
aquella noche en Segorbe se quedan a reposar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar,
y la noche aquella en Celfa se paran a descansar.
A los moros de frontera los han mandado llamar,
de todas partes acuden a juntarse muchos más.
Por fin salieron de Celfa, la que llaman de Canal,
anduvieron todo el día, ningún reposo se dan,
y a Calatayud llegaron esa noche a descansar.
Por todas aquellas tierras muchos pregoneros van
y gente muy numerosa se les venía a juntar.
Los emires Galve y Fáriz al frente de ellos están,
al buen Cid Rodrigo Díaz a Alcocer van a cercar.

33
Fáriz y Galve cercan al Cid en Alcocer

Ya han acampado los moros, sus tiendas allí las plantan;
sus fuerzas iban creciendo, muchas gentes hay juntadas.
Centinelas avanzados de los moros se destacan
y armados hasta los dientes de día y de noche andan.
Muchos son los centinelas y mucha la hueste armada.
A Mío Cid y los suyos ya les han cortado el agua,
las mesnadas de Ruy Díaz salir quieren a batalla,
el que en buen hora nació muy firme se lo vedaba.
Tuvieron así cercado al Cid más de tres semanas.

34
Consejo del Cid con los suyos.
Preparativos secretos.
El Cid sale a batalla campal contra Fáriz y Galve.
Pedro Bermúdez hiere los primeros golpes.

Al cabo de tres semanas cuando la cuarta va a entrar,
Mío Cid de sus guerreros consejo quiere tomar:
"El agua nos la han quitado, puede faltarnos el pan
y escaparnos por la noche no nos lo consentirán.
Muy grandes sus fuerzas son para con ellos luchar,
decidme vos, caballeros, qué es lo que hacerse podrá".
Habla el primero Minaya, caballero de fiar:
"De Castilla la gentil nos desterraron acá,
si no luchamos con moros no tendremos nuestro pan.
Seiscientos somos nosotros y aún creo que algunos más,
no nos queda otro remedio, por Dios que en el cielo está:
en cuanto amanezca el día vayámoslos a atacar".
Díjole el Campeador: "Así quería oír hablar
ya sabía yo, Minaya, que os habríais de honrar".
A los moros y a las moras afuera los manda echar
para que el intento suyo no lo vayan a contar.
Por el día y por la noche se empiezan a preparar.
Otro día de mañana cuando el sol quiere apuntar,
armado está Mío Cid y aquellos que con él van.
El Campeador habló lo que ahora me oiréis contar:
"Todos nos saldremos fuera, ninguno aquí quedará,
tan sólo estos dos peones que la puerta han de guardar.
Si morimos en el campo al castillo nos traerán,
si ganamos la batalla gran botín nos tocará.
Vos, Pedro Bermúdez esta bandera mía tomad;
como sois bravos la habréis de llevar con lealtad,
mas no os adelantéis sin que me lo oigáis mandar".
Al Cid le besó la mano, la bandera fue a tomar.
Abren las puertas y afuera del castillo salen ya.
Las avanzadas al verlos al campamento se van.
¡Qué prisa se dan los moros! Todos se empiezan a armar.
Del ruido de los tambores la tierra se va a quebrar.
Viérais allí a tanto moro armarse y en lucha entrar.
Al frente de todos ellos dos grandes banderas van,
y los pendones mas chicos ¿quién los podría contar?
En las filas de los moros empieza el avance ya,
con Mío Cid y los suyos se querían encontrar.
Dijo el Cid: "Estáos todos quedos en este lugar;
que nadie salga de filas sin que me lo oiga mandar".
Aquel buen Pedro Bermúdez no puede aguantarse más,
bandera en mano comienza su caballo a espolear.
"¡Que el Creador nos asista, Cid Campeador leal!
En medio de aquella tropa voy la bandera a llevar,
los que deben defenderla ya me la defenderán".
Dijo entonces Mío Cid: "¡No lo hagáis, por caridad!"
Repuso Pedro Bermúdez: "Tal como digo se hará".
Su caballo espoleó y entra donde había más.
Los moros ya la bandera le quieren arrebatar,
hiérenle, más la loriga no se la pueden quebrar.
Dijo entonces Mío Cid- "¡Valedle, por caridad!"

35
Los del Cid acometen para socorrer a Pedro Bermúdez

Embrazaron los escudos delante del corazón,
las lanzas ponen en ristre envueltas con su pendón,
todos inclinan las caras por encima del arzón
y arrancan contra los moros con muy bravo corazón.
A grandes voces decía el que en buen hora nació:
"¡Heridlos, mis caballeros, por amor del Creador,
aquí está el Cid, don Rodrigo Díaz el Campeador!"
Todos caen sobre el grupo donde Bermúdez entró.
Éranse trescientas lanzas, cada cual con su pendón.
Cada guerrero del Cid a un enemigo mató,
al revolver para atrás otros tantos muertos son.

36
Destrozan las haces enemigas

Allí vierais tantas lanzas, todas subir y bajar,
allí vierais tanta adarga romper y agujerear,
las mallas de las lorigas allí vierais quebrantar
y tantos pendones blancos que rojos de sangre están
y tantos buenos caballos que sin sus jinetes van.
A Santiago y a Mahoma todo se vuelve invocar.
Por aquel campo caídos, en un poco de lugar
de moros muertos había unos mil trescientos ya.

37
Mención de los principales caballeros cristianos

¡Qué bien que estaba luchando sobre su dorado arzón
don Rodrigo de Vivar, ese buen Campeador!
Están con él Álvar Fáñez, el que Zurita mandó
el buen Martín Antolínez, ese burgalés de pro,
Muño Gustioz que en la misma casa del Cid se crió,
Martín Muñoz el que estuvo mandando Montemayor,
ÁIvar Salvadórez y el buen Álvar Alvaroz,
ese Galindo Garcíaz, buen guerrero de Aragón,
y el sobrino de Rodrigo por nombre Félez Muñoz.
Con ellos la tropa entera del Cid en la lucha entró
a socorrer la bandera y a su Cid Campeador.





38
Minaya, en peligro.
El Cid hiere a Fáriz

Al buen Minaya Álvar Fáñez le mataron el caballo
pero a socorrerle fueron las mesnadas de cristianos.
La lanza tiene quebrada, a la espada metió mano,
aunque luchaba de pie buenos tajos iba dando.
Ya le ha visto Mío Cid Ruy Díaz el Castellano,
se va para un jefe moro que tenía buen caballo
y con la mano derecha descárgale fuerte tajo,
por la cintura le corta y le echa en medio del campo.
Al buen Minaya Álvar Fáñez le fue a ofrecer el caballo.
"Cabalgad en él, Minaya, que vos sois mi diestro brazo.
Hoy de todo vuestro apoyo me veo necesitado;
muy firmes están los moros, no ceden aún el campo:
es menester que otra vez fuertes les arremetamos".
Montó a caballo Minaya, y con su espada en la mano
por entre las fuerzas moras muy bravo siguió luchando.
Enemigos que él alcanza la vida les va quitando.
Mientras tanto Mío Cid de Vivar el bienhadado
al emir Fáriz tres tajos con la espada le ha tirado
le fallan los dos primeros, el tercero le ha acertado;
ya por la loriga abajo va la sangre destilando,
vuelve grupas el emir para escaparse del campo.
Por aquel golpe del Cid la batalla se ha ganado.

39
Galve, herido, y los moros, derrotados.

El buen Martín Antolínez un buen tajo a Galve da,
los rubíes de su yelmo los parte por la mitad,
la lanza atraviesa el yelmo, a la carne fue a llegar;
el rey moro el otro golpe ya no lo quiso esperar.
Los reyes Fáriz y Galve derrotados están ya.
¡Qué buen día que fue aquel, Dios, para la cristiandad!
Por una y por otra parte los moros huyendo van.
Los hombres de Mío Cid los querían alcanzar,
el rey Fáriz en Terrera se ha llegado a refugiar,
pero a Galve no quisieron abrirle la puerta allá;
a Calatayud entonces a toda prisa se va.
Pero el Cid Campeador le persigue sin parar
y va detrás del rey moro hasta la misma ciudad.

40
Minaya ve cumplido su voto.
Botín de la batalla.
El Cid dispone un presente para el rey.

Al buen Minaya Álvar Fáñez bueno le salió el caballo,
de esos moros enemigos ha matado a treinta y cuatro;
de tajos que dio su espada muy sangriento lleva el brazo:
por más abajo del codo va la sangre chorreando.
Dijo Álvar Fáñez: "Ahora ya contento me he quedado,
a Castilla las noticias en seguida irán llegando
de que en batalla campal victoria el Cid ha ganado".
Muchos moros yacen muertos; pocos con vida dejaron,
que al perseguirlos sin tregua alcance les fueron dando.
Van volviendo los guerreros de Mío Cid bienhadado;
andaba el Campeador montado en su buen caballo,
la cofia lleva fruncida, su hermosa barba mostrando,
echada atrás la capucha y con la espada en la mano.
A sus guerreros miraba, que ya se van acercando.
"Gracias al Dios de los cielos, Aquél que está allí en alto,
porque batalla tan grande nosotros la hemos ganado".
El campamento morisco los del Cid le saquearon,
armas, escudos, riquezas muy grandes se han encontrado.
Los hombres de Mío Cid que en el campamento entraron
se encuentran, de los moriscos, con quinientos diez caballos.
¡Gran alegría que andaba por entre aquellos cristianos!
Al ir a contar sus bajas tan sólo quince faltaron.
Tanto oro y tanta plata no saben dónde guardarlo
enriquecidos están todos aquellos cristianos
con aquel botín tan grande que se habían encontrado.
Los moros que los servían al castillo se tornaron
y aún mandó el Campeador que les regalaran algo.
Gran gozo tiene Ruy Díaz, con él todos sus vasallos.
Repartir manda el dinero y aquellos bienes ganados,
en su quinta parte al Cid tocáronle cien caballos.
¡Dios, y qué bien que pagó Mío Cid a su vasallos,
a los que luchan a pie y a los que luchan montados!
Muy bien que lo arregla todo Mío Cid el bienhadado,
los hombres que van con él satisfechos se quedaron.
"Oídme, Álvar Fáñez Minaya, vos que sois mi diestro brazo:
de todas esas riquezas que el Creador nos ha dado cuanto
para vos queráis cogedlo con vuestra mano.
Para que se sepa allí, quiero a Castilla mandaros
con nuevas de esta batalla que a moros hemos ganado.
Al rey don Alfonso, al rey que de Castilla me ha echado
quiero hacerle donación de treinta buenos caballos,
cada uno con su silla, todos muy bien enfrenados,
todos con sendas espadas de los arzones colgando".
Dijo Minaya Álvar Fáñez: "Yo lo haré de muy buen grado".

Tirada 41

El Cid cumple su oferta a la catedral de Burgos

"Aquí tenéis, Álvar Fáñez, oro bueno y plata fina
esa alta bota con ello la llenaréis hasta arriba,
en Santa María de Burgos por mí pagaréis mil misas
y lo que os sobre dadlo a mi mujer y a mis hijas,
que recen mucho por mí en las noches y en los días
que si Dios vida me diere han de llegar a ser ricas".

42
Minaya parte para Castilla

Muy contento está Álvar Fáñez de aquello que el Cid ha hablado.
Los hombres que con él marchan ya los tenía contados.
A las bestias dan cebada, la noche se había entrado.
Mío Cid habla a los suyos, que a todos los ha juntado.



43
Despedida

"¿Os vais a marchar, Minaya, a Castilla la gentil?
A todos nuestros amigos muy bien les podéis decir
que Dios nos quiso valer y vencimos en la lid.
Acaso cuando volváis aún nos encontréis aquí;
si no, hasta donde os digan que estamos debéis seguir.
Por la espada y por la lanza nos ganamos el vivir,
si no, en esta tierra pobre no podremos resistir
y creo yo que tendremos al fin que marchar de aquí".

44
El Cid vende Alcocer a los moros.
Todo está ya preparado, al alba salió Minaya

Mío Cid Campeador queda allí con su mesnada.
Estéril y pobre es aquella tierra tan mala.
Todos los días al Cid Campeador le espiaban
los moros de la frontera con otras gentes extrañas.
El rey Fáriz ya está bueno, con él de consejos andan.
Entre los moros de Ateca y los que en Terrer moraban
y los de Calatayud, villa más rica, preparan
un convenio y por escrito lo ponen en una carta:
"Que Alcocer les venda el Cid por tres mil marcos de plata".

45
Venta de Alcocer
(Repetición)

Mío Cid el de Vivar ya tiene Alcocer vendido
mucho pagó a los vasallos que al destierro le han seguido.
Caballeros y peones, a todos los hace ricos,
no hay ya un pobre entre los hombres que marchan a su servicio.
Quien a buen señor le sirve, siempre vive en paraíso.

46
Abandono de Alcocer. - Buenos agüeros.-El Cid se
asienta en el Poyo, sobre Monreal

Cuando iba el Cid el castillo de Alcocer a abandonar
moros y moras cautivos se empezaron a quejar.
"Te vas, Mío Cid, contigo nuestras oraciones van.
Mucho agradecemos todos lo que nos quisiste dar"
Cuando sale de Alcocer Mío Cid el de Vivar
aquellos moros y moras empezaron a llorar.
Se despliega la bandera, el Campeador se va.
Por río Jalón abajo se empiezan a encaminar,
pájaros de buen agüero entonces vieron volar.
Mucho en Terrer se alegraron, en Calatayud aún más,
pero en Alcocer les pesa: con el Cid no estaban mal.
Mientras tanto Mío Cid seguía su cabalgar,
por fin acampó en un cerro que está sobre Monte Real,
Alto y grande el cerro era, al mirarle asombro da,
por ninguno de sus lados se le podría asaltar.
A la ciudad de Daroca tributo le hace pagar,
lo mismo a la de Molina que del otro lado está,
y la tercera a Teruel, que está puesta más acá;
ya tiene el Cid en su mano a Celfa la del Canal.

47
Minaya llega ante el rey.
Éste perdona a Minaya, pero no al Cid

¡A Mío Cid de Vivar, téngale Dios en su gracia!
A Castilla se ha marchado Álvar Fáñez de Minaya
y ya los treinta caballos al rey se los presentaba;
al verlos buena sonrisa le viene al rey a la cara.
"¿Quién te ha dado esos caballos, por Dios del cielo, Minaya?"
"Mío Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada.
Después que le desterrasteis Alcocer ganó por maña,
y de esto al rey de Valencia un mensaje le llegaba:
manda que le pongan cerco y que le corten el agua.
El Cid sale del castillo, en campo abierto luchaba,
venció a dos emires moros en aquella gran batalla.
Cuantiosos, señor, han sido el botín y la ganancia,
a vos, gran rey, Mío Cid este regalo os manda,
dice que los pies os besa, os besa las manos ambas
y que le tengáis merced, así el Creador os valga."
Díjole entonces el rey: "Aún muy poco tiempo pasa
para que hombre desterrado, que del rey perdió la gracia
pueda volver a acogérsele al cabo de tres semanas.
Pero por venir de moros tomo lo que me regala
y me alegro de que el Cid logre tan buena ganancia.
Y sobre todo lo dicho, os perdono a vos, Minaya,
vuestros honores y tierras otra vez os sean dadas,
a vuestro gusto salid y entrad, que estáis en mi gracia;
mas del Cid Campeador no puedo deciros nada".

48
El rey permite a los castellanos irse con el Cid

"Minaya, con todo esto algo me queda que hablar:
de todos estos mis reinos podrán, si quieren, marchar
hombres buenos y valientes y a Mío Cid ayudar.
Libres los dejo, y prometo no confiscar su heredad".
El buen Minaya Álvar Fáñez las manos le fue a besar:
"Gracias os doy, rey Alfonso, nuestro señor natural;
esto concedéis ahora, otra vez cederéis mas.
Siempre nos contentaremos, rey, con vuestra voluntad".
Díjole el rey: "Álvar Fáñez, de esto ya no hay más que hablar.
Marchad libre por Castilla, todos os dejen andar,
y sin temor a castigo, al Cid iréis a buscar".

49
Correrías del Cid desde el Poyo.
Minaya con doscientos castellanos, se reúne al Cid

Hablemos ahora de aquél que en buen hora ciñó espada.
Ya sabéis que en una altura muy elevada acampaba,
y mientras que dure el mundo, con gente mora o cristiana,
el cerro de Mío Cid llamarán a esa montaña.
Desde allí el Campeador muchas tierras saqueaba,
todo el valle del Martín buenos tributos le paga.
Hasta el mismo Zaragoza noticias del Cid llegaban,
no les da gusto a los moros, firmemente les pesaba.
Allí estuvo Mío Cid por más de quince semanas:
cuando vio el Campeador que se tardaba Minaya,
con todos los que le siguen de noche se puso en marcha;
el cerro y el campamento abandonados dejaba
y más allá de Teruel el Campeador pasaba,
hasta pinares de Tévar a descansar no se para.
Todas las tierras aquellas mucho que las saqueaba
y ya también Zaragoza la tiene sujeta a parias.
Después de hacer todo esto, al cabo de tres semanas
ya ha llegado de Castilla Álvar Fáñez de Minaya;
trae doscientos caballeros que todos ciñen espada
y no se pueden contar los de a pie que le acompañan.
Cuando ha visto Mío Cid aparecer a Minaya
al correr de su caballo va a abrazarlo sin tardanza,
en la boca le besó y en los ojos de la cara.
Minaya le cuenta todo, no quiere encubrirle nada.
La faz del Campeador sonrisas la iluminaban.
"Gracias al Dios de los cielos, gracias a sus fuerzas santas,
mientras que vida tengáis a mí me ira bien, Minaya".

50
Alegría de los desterrados al recibir noticias de Castilla

¡Dios, qué alegre que se puso la hueste de desterrados
porque Minaya Álvar Fáñez ya de Castilla ha llegado,
porque les trae noticias de sus parientes y hermanos
y de aquellas compañeras que en su casa se dejaron!

51
Alegría del Cid
(Serie gemela)

¡Dios, qué alegre que se puso el de la barba crecida
de que allí en Burgos pagara Álvar Fáñez las mil misas
y de que noticias traiga de su mujer y sus hijas!
¡Qué contento estaba el Cid y qué grande su alegría! "
Álvar Fáñez, ojalá viváis aún muchos días.
Más valéis vos que yo no. ¡Qué misión tan bien cumplida!"

52
El Cid corre tierras de Alcañiz

Pero no perdía el tiempo Mío Cid el bienhadado:
a doscientos caballeros escógelos por su mano
y a correr aquellos campos muy de noche se marcharon.
Esas tierras de Alcañiz yermas las iban dejando,
por esos alrededores todo lo van saqueando.
A su punto de partida al tercer día tornaron.

53
Escarmiento de los moros

Pronto corrió la noticia por aquellas tierras todas,
gentes de Monzón y Huesca estaban muy pesarosas;
pero de que dieran parias se alegran en Zaragoza
porque ellos de Mío Cid no temen ninguna cosa.

54
El Cid abandona el Poyo.
Corre tierras amparadas por el conde de Barcelona

Con todo el botín aquel al Cerro tornando van,
todos iban muy alegres porque han hecho buen ganar.
Muy contento está Álvar Fáñez, el Cid muy contento está.
Su proyecto dice el Cid, ya no lo puede callar:
"Oíd, caballeros, ahora, voy a hablaros de verdad:
el que no cambia de sitio perder puede, no ganar,
así que al amanecer echemos a cabalgar,
el campamento se deje y sigamos más allá".
Se mudó entonces el Cid hasta el puerto de Alucat
desde allí se alarga a Huesca y luego hasta Montalbán.
En aquella correría diez días fueron a echar.
Por todas aquellas partes la nueva corriendo va
de que el Cid, el desterrado, está haciendo mucho mal.

55
Amenazas del conde de Barcelona

Esos mensajes corrieron por aquellas tierras todas,
por fin llega la noticia al conde de Barcelona
de que Mío Cid Ruy Díaz le corre su tierra toda;
mucho pesar le causó, por grave afrenta lo toma.

56
El Cid trata en vano de calmar al conde

El conde era fanfarrón y dijo una vanidad:
"¡Grandes daños me está haciendo Mío Cid el de Vivar.
Aquí en mi corte Rodrigo gran agravio me hizo ya
porque me hirió a mi sobrino, sin quererlo reparar.
Ahora saquea las tierras que bajo mi amparo están
sin que yo le desafíe ni haya roto su amistad.
Puesto que él busca pelea yo se la iré a demandar".
Muy grandes fuerzas tenía, a prisa llegando van,
entre moros y cristianos muchos se juntan allá
y por fin marchan en busca de Mío Cid de Vivar.
Tres días con sus tres noches hubieron de caminar
y a Mío Cid alcanzaron allá en Tévar, el pinar.
Tantos son, que sin esfuerzo creen que le cogerán.
Con el gran botín que lleva Mío Cid el de Vivar
de una alta sierra desciende, al valle llegando está.
Un mensajero del conde don Ramón le va a avisar.
Mío Cid, cuando le oyó, este mensaje le da:
"Decid al conde que esto no debe tomarlo a mal,
de lo suyo nada llevo, déjeme marchar en paz".
A lo cual repuso el conde: "Eso no será verdad.
Lo de ahora y lo de antes todo me lo pagará
y ya sabrá el desterrado a quién se atrevió a ultrajar".
Se ha tornado el mandadero a toda velocidad.
Entonces muy bien comprende Mío Cid el de Vivar
que batalla con el conde ya no la puede evitar.

57
Arenga del Cid a los suyos

"Mis caballeros, poned a resguardo la ganancia,
luego a prisa preparáos, armáos de todas armas,
porque el conde don Ramón nos quiere dar gran batalla,
de moros y de cristianos mucha gente le acompaña,
no nos dejarán tranquilos, si no es por lucha, por nada.
Ya que tras nosotros viene, aquí sea la batalla:
cinchad bien a los caballos y armáos de todas armas:
ellos vienen cuesta abajo, sólo llevan puestas calzas,
traen malas sillas coceras y las cinchas aflojadas;
nosotros sillas gallegas y botas sobre las calzas.
Con sólo cien caballeros venceremos sus mesnadas,
antes que lleguen al llano atáquenlos nuestras lanzas,
por cada uno herido tres sillas se irán vaciadas.
Verá Ramón Berenguer a quién quería dar caza
hoy en el pinar de Tévar por quitarle su ganancia".

58
El Cid vence la batalla
Gana la espada Colada

Todos están ya dispuestos, cuando el Cid así hubo hablado,
las armas bien empuñadas, bien firmes en los caballos.
Allá por la cuesta abajo ven las fuerzas de los francos
y en el hondo de la cuesta, y ya muy cerca del llano,
mandó que los atacaran Mío Cid el bienhadado.
Sus caballeros la orden cumplieron de muy buen grado;
los pendones y las lanzas bien los iban empleando,
hieren a unos, y a otros los arrojan del caballo.
Ya ha ganado la batalla Mío Cid el bienhadado,
allí al conde don Ramón por prisionero ha tomado,
ganó la espada Colada que vale más de mil marcos.

59
El conde de Barcelona, prisionero.
Quiere dejarse morir de hambre

Así ganó esta batalla, a gran honra de sus barbas.
Cogió al conde don Ramón y a su tienda le llevaba,
a hombres de su confianza los mandó que le guardaran.
Le deja allí, y de la tienda al Campeador se marcha;
por todas partes los suyos a juntársele llegaban.
Muy contento que está el Cid, muy grandes son las ganancias.
A Mío Cid don Rodrigo gran comida le preparan;
pero el conde don Ramón no hacía caso de nada,
los manjares le traían, delante se los plantaban,
él no los quiere comer y todos los desdeñaba.
"No he de comer un bocado por todo el oro de España,
antes perderé mi cuerpo y condenaré mi alma,
ya que tales malcalzados me vencieron en batalla".

60
El Cid promete al conde la libertad

Mío Cid Campeador bien oiréis lo que ahora dijo:
"Comed, conde, de este pan, bebed, conde, de este vino
de cautiverio saldréis si hacéis lo que yo os digo,
si no, en todos nuestros días no veréis ningún ser vivo".

61
Negativa del conde

"Comed, comed, don Rodrigo, tranquilo podéis estar,
pero yo no comeré, el hambre me matará".
Hasta pasados tres días no se vuelve el conde atrás.
Mientras ellos sé reparten lo que hubieron de ganar
no logran que coma el conde ni una migaja de pan.

62
El Cid reitera al conde su promesa
Pone en libertad al conde y le despide

Dijo entonces Mío Cid: "Conde, habéis de comer algo,
que si no queréis comer nunca más veréis cristianos,
mas si coméis a mi gusto, como os tengo mandado,
a vos, conde don Ramón, y a dos de estos fijosdalgo
de prisión os soltaré y saldréis de entre mis manos.
Al oírlo don Ramón mucho que se fue alegrando.
"Si vos, don Rodrigo, hacéis eso que me habéis hablado,
por el resto de mi vida quedaré maravillado".
"Pues comed, conde, comed, y cuando hayáis acabado
a vos y a dos caballeros la libertad he de daros.
Mas, de lo que habéis perdido y yo ganado en el campo
sabed, conde, que no pienso devolveros ni un ochavo,
que mucha falta nos hace y andamos necesitados.
Cogiendo de vos y de otros hemos de irnos ayudando,
y nos durará esta vida lo que quiera el Padre Santo,
que eso le toca al que el rey fuera de su reino ha echado".
Alégrase el conde y pide el agua para las manos,
ya se la ponen delante, diéronsela sin retraso.
Con esos dos caballeros por Mío Cid designados,
comiendo iba el conde y come don Ramón de muy buen grado.
Sentado está junto a él Mío Cid el bienhadado:
"Conde, si no coméis bien como os tengo mandado,
aún os quedaréis conmigo, no habremos de separarnos".
Dijo el conde: "Comeré, Mío Cid, de muy buen grado".
Él y los dos caballeros, a comer se apresuraron;
contento se pone el Cid, que allí los está mirando,
de ver que el conde Ramón trabajo daba a las manos.
"Cid, si así lo permitís, ya quisiéramos marcharnos
a prisa cabalgaremos si nos dan nuestros caballos;
desde el día que fui conde no comí tan de buen grado,
el sabor de esta comida de mí no será olvidado".
Tres palafrenes le dieron, los tres muy bien ensillados,
danles buenas vestiduras, ricas pieles, ricos mantos.
Entre los dos caballeros el conde se ha colocado.
Hasta el fin del campamento con ellos va el Castellano:
"Ya os vais, conde Ramón, franco os vais, pues sois franco,
agradecido os quedo por lo que me habéis dejado.
Si acaso os da la idea, conde, de querer vengarlo
y me venís a buscar, mandadme antes un recado:
o me llevaré lo vuestro o vos de lo mío algo".
"Quedáos tranquilo, Cid, de ese peligro estáis salvo;
eso por pago lo dejo por lo que queda de año.
Y de venir a buscaros, ni siquiera hay que pensarlo".

63
El conde se ausenta receloso
Riqueza de los desterrados

El conde picó el caballo y ya comenzaba a andar,
volviendo va la cabeza para mirar hacia atrás.
Miedo tiene porque cree que el Cid se arrepentirá;
por todo el oro del mundo Mío Cid no haría tal,
deslealtades así no las hizo el Cid jamás.
El conde ya se ha marchado, da la vuelta el de Vivar,
juntóse con sus mesnadas y muy alegre que está
por el botín que de aquella batalla les quedará:
tan ricos son que no pueden ni su riqueza contar.



Cantar segundo

Bodas de las hijas del Cid

Tirada 64

El Cid se dirige contra tierras de Valencia

Aquí se empieza el poema de Mío Cid el de Vivar.
Ya ha poblado Mío Cid aquel puerto de Alucat,
se aleja de Zaragoza y de las tierras de allá,
atrás se ha dejado Huesca y el campo de Montalbán
de cara a la mar salada ahora quiere guerrear:
por Oriente sale el sol y él hacia esa parte irá.
A Jérica gana el Cid, después Onda y Almenar,
y las tierras de Burriana conquistadas quedan ya.

65
Toma de Murviedro

Ayudóle el Creador, el Señor que está en el cielo,
y con su favor el Cid pudo tomar a Murviedro.
Bien claro ha visto que Dios siempre le va socorriendo.
En la ciudad de Valencia ha cundido mucho miedo.

66
Los moros valencianos cercan al Cid.
Éste reúne sus gentes
Arenga

Aquello a los de Valencia muy poco gusto les da.
En consejo se reúnen y al Cid fueron a cercar.
Marcharon toda la noche; cuando el alba fue a rayar,
allí cerca de Murviedro sus tiendas van a plantar.
El Campeador al verlos se empieza a maravillar:
"¡Alabado sea Dios, Señor espiritual!
Nos metimos en sus tierras, les hacemos mucho mal,
el vino suyo bebemos y nos comemos su pan.
Con buen derecho lo hacen si nos vienen a cercar,
como no sea con lucha esto no se arreglará.
Salgan mensajes a aquéllos que nos deben ayudar,
los unos vayan a Jérica y los otros a Alucat,
desde allí pasen a Onda y después hasta Almenar,
que las gentes de Burriana se vengan ya para acá.
Pronto tiene que empezarse esta batalla campal.
Nuestro provecho en Dios fío que con ella crecerá".
Al pasar el tercer día todos juntados están.
Mío Cid el bienhadado entonces empieza a hablar:
"Sálveos el Creador, mesnadas, y ahora escuchad:
después de que nos salimos de la limpia cristiandad
-y no fue por nuestro gusto, no se pudo remediar--,
gracias a Dios nuestras cosas siempre hacia adelante van.
Hoy las gentes de Valencia nos han venido a cercar;
si en estas tierras nosotros nos quisiéramos quedar,
muy firmemente a estos moros tenemos que escarmentar".

67
Fin de la arenga del Cid

"Cuando se pase la noche y ya venga la mañana,
tenedme bien preparados los caballos y las armas;
entonces iremos todos a atacar a su mesnada.
Hombres desterrados somos, estamos en tierra extraña,
en la lucha se ha de ver quién merece la soldada".

68
Minaya da el plan de batalla
El Cid vence otra lid campal
Toma de Cebolla

Oíd ahora lo que el bueno de Álvar Fáñez quiso hablar:
"Mío Cid, lo que habéis dicho como os place se hará,
dadme a mí cien caballeros, no os quiero pedir más,
vos con los otros que quedan de frente iréis a atacar.
Heridlos sin compasión, atacad sin vacilar,
que yo con los otros ciento por otro lado iré a entrar
y fío en el Dios del cielo que el triunfo nuestro será".
Muy bien le parece al Cid lo que Minaya fue a hablar.
La mañana ya llegó y se empezaron a armar,
sabe cada cual el puesto que en la batalla tendrá.
Con el alba Mío Cid contra los moros se va:
"Por Jesucristo y Santiago que allá en los cielos están,
atacad, mis caballeros, a esos moros de verdad.
Aquí está Rodrigo Díaz, aquí está el Cid de Vivar".
Viérais allí tanta tienda romper y desbaratar ;
los postes los arrancaban, se empiezan a derrumbar.
Pero los moros son muchos y se quieren recobrar.
Minaya por otro lado ya los venía a atacar;
los moros, mal que les pese, por derrotados se dan,
a uña de caballo escapan los que pueden escapar.
A dos emires mataron en la caza que les dan
y hasta la misma Valencia van los cristianos detrás.
Grandes ganancias ha hecho Mío Cid el de Vivar,
todo aquel campo saquean, luego se vuelven atrás.
Con las ganancias que llevan en Murviedro entraban ya,
una alegría muy grande se corre por el lugar.
A Cebolla toman luego y tierras de más acá.
Miedo tienen en Valencia, no saben lo que se harán;
ya va haciendo mucho ruido la fama del de Vivar.

69
Correrías del Cid al sur de Valencia

A la otra parte del mar también se corre su fama.
Muy alegre estaba el Cid, muy alegres sus compañas,
porque Dios les ayudó y ganaron la batalla.
Sus batidores envía, por la noche iban de marcha,
hasta Cullera se acercan, después suben hasta Játiva,
y luego camino abajo hasta Denia se acercaban.
Por todas aquellas costas mucho a los moros quebrantan.
Conquistan Peña Cadiella con sus salidas y entradas.

70
El Cid en Peña Cadiella

Cuando el Cid Campeador conquistó Peña Cadiella,
gran disgusto fue cundiendo por Játiva y por Cullera
ya no pueden recatar su dolor los de Valencia.

71
Conquista de toda la región de Valencia

Por esas tierras de moros, apresando y conquistando,
durante el día durmiendo, por las noches a caballo,
en ganar aquellas villas pasa Mío Cid tres años.

72
El Cid asedia a Valencia
Pregona a los cristianos la guerra

Esos moros de Valencia escarmentados están,
no se atreven a salir ni quieren irle a buscar,
todas sus huertas las tala, hacíales mucho mal,
y esos tres años seguidos el Cid los deja sin pan.
Quéjanse los de Valencia, no saben lo que se harán,
porque de ninguna parte su pan podían sacar.
Padre a hijo, hijo a padre, ningún amparo se dan,
ni de amigo para amigo se podían consolar.
Muy mala cuita es, señores, el tener mengua de pan.
A las mujeres y niños de hambre se les ve finar,
el dolor tienen delante, no se pueden remediar.
Por el gran rey de Marruecos entonces quieren mandar,
pero con los almohades empeñado en guerra está,
ningún amparo les dio y no los quiso ayudar.
Al Cid, cuando se enteró, mucha alegría le da;
de noche deja Murviedro y se pone a cabalgar,
a Mío Cid le amanece en tierras de Monreal.
Por Aragón y Navarra pregones mandaba echar
y hasta tierras de Castilla mensajeros suyos van.
Quien quiera dejar trabajos y ganarse buen caudal,
con el Cid vaya, que tiene deseos de guerrear,
y cercar quiere a Valencia por darla a la Cristiandad.

73
Repítese el pregón
(Serie gemela)

"Quien quiera venir conmigo para cercar a Valencia
-de voluntad ha de ser, pero ninguno por fuerza-
les esperaré tres días allá en Canal de la Celfa".

74
Gentes que acuden al pregón
Cerco y entrega de Valencia

Esto dijo Mío Cid, el Campeador leal,
tórnase para Murviedro que ganada tiene ya.
Mucho corren los pregones y por todas partes van;
al sabor de la ganancia no quieren quedarse atrás;
mucha gente se le acoge de la buena cristiandad.
Por todas partes noticias del Cid fueron a sonar,
muchos se juntan al Cid y muy pocos se le van.
Creciendo va la grandeza de Mío Cid de Vivar.
Al ver junta tanta gente ya se empezaba a alegrar.
El Campeador entonces ya no quiso esperar más,
a Valencia se encamina y sobre Valencia da.
Bien la cercó Mío Cid, ni un resquicio fue a dejar:
viérais allí a Mío Cid arriba y abajo andar.
Un plazo dio por si alguien venirles quiere a ayudar.
Aquel cerco de Valencia nueve mese puesto está;
cuando el décimo llegó la tuvieron que entregar.
Por toda aquella comarca grandes alegrías van
cuando el Cid ganó a Valencia y cuando entró en la ciudad.
Los que luchaban a pie hoy son caballeros ya,
y el oro y plata ganados ¿quién los podría contar?
Ricos son todos los hombres que con Mío Cid están.
El quinto de la ganancia el Cid lo manda tomar
en dineros acuñados treinta mil marcos le dan
y además le tocan bienes que no se pueden contar.
¡Qué alegres se ponen todos, qué alegre el Cid de Vivar,
cuando en alto del alcázar su enseña vieron plantar!

75
El rey de Sevilla quiere recobrar Valencia

En reposo estaba el Cid ya con todas sus compañas,
cuando a aquel rey de Sevilla la noticia le llegaba
de que tomaron Valencia y que ninguno la ampara;
a atacarlos vino entonces con treinta mil hombres de armas.
Allí cerca de la huerta libraron los dos batalla,
derrótalos Mío Cid el de la crecida barba.
Ha legado la pelea hasta muy cerca de Játiva,
al ir a pasar el Júcar ya van en derrota franca,
cuando cruzaron el río sin querer bebían agua.
Aquel gran rey de Sevilla con tres heridas escapa.
A Valencia torna el Cid con toda aquella ganancia.
Buen botín fue el de Valencia al ser la ciudad tomada,
pero de esta gran victoria provecho más grande sacan.
Le tocaron, al que menos, unos cien marcos de plata.
Las cosas de Mío Cid ya véis lo bien que marchaban.

76
El Cid deja su barba intonsa
Riqueza de los del Cid

Mucha alegría cundió entre todos los cristianos
que en esa guerra acompaña a Mío Cid bienhadado.
Ya le crecía la barba, mucho se le va alargando,
que había dicho Rodrigo cuando salió desterrado:
"Por amor del rey Alfonso, que de su tierra me ha echado,
no entre en mi barba tijera, ni un pelo sea cortado
y que hablen de esta promesa todos, moros y cristianos".
El Campeador está en Valencia descansando,
con él Minaya, que no se separa de su lado.
Sus vasallos más antiguos de riqueza están cargados.
A todos los que al salir del reino le acompañaron
el Cid casas y heredades en Valencia les ha dado.
La bondad de Mío Cid ya la van ellos probando.
Y los que después vinieron también reciben buen pago.
Comprende el Cid que ahora éstos, con lo que habían ganado,
si se pudiesen marchar lo harían de muy buen grado.
Y esto manda Mío Cid, de Minaya aconsejado:
que a cualquier hombre de aquéllos que con él ganaron algo,
que de él no se despidiese declarándose vasallo,
le prendan en donde puedan y donde sea alcanzado
y su riqueza le quiten y en horca sea colgado.
Ya se queda todo esto por el Cid bien arreglado,
y con Minaya Álvar Fáñez se seguía aconsejando:
"Si os parece, Minaya, querría hacer un estado
de los hombres que aquí están y algo conmigo ganaron:
los pondremos por escrito y todos serán contados,
si alguno quiere ocultarse o si de menos le echamos
tendrá que volver su parte a estos mis buenos vasallos
que me guardan a Valencia por sus murallas rondando".
A lo cual dijo Minaya: "Es consejo muy sensato".

77
Recuento de la gente del Cid
Éste dispone nuevo presente para el rey

Manda a todos que a la Corte se le vengan a juntar
y cuando están reunidos lista les hizo pasar:
tres mil seiscientos tenía Mío Cid el de Vivar.
Sonríe el Campeador, de tan alegre que está:
"A Dios y a Santa María gracias, Minaya, hay que dar.
Con mucho menos salimos de mis tierras de Vivar,
ahora tenemos riquezas y aún hemos de tener más.
Si así os place, Minaya, y no os parece mal,
mandaros quiero a Castilla donde está nuestra heredad.
A nuestro rey don Alfonso, que es mi señor natural,
de estas ganancias que hemos conquistado por acá
darle quiero cien caballos, ídselos vos a llevar,
por mí besadle la mano, y con empeño rogad
que a mi mujer y a mis hijas, que allí en Castilla están,
si a tanto alcanza su gracia, me las deje ya sacar.
Ya mandaré yo por ellas, sabed cómo eso se hará:
a la mujer y a las hijas de Rodrigo el de Vivar
se irá a buscar con tal pompa que a gran honra llegarán
hasta estas tierras extrañas que hemos podido ganar".
Entonces dijo Minaya: "De muy buena voluntad".
Por orden del Cid cien hombres con Álvar Fáñez irán
que en el viaje le sirvan conforme a su voluntad.
Cuando de hablar acabaron se empiezan a preparar.
A San Pedro de Cardeña mil marcos manda llevar
y de ellos que den quinientos a don Sancho, el buen abad.

78
Don Jerónimo llega a Valencia

Cuando con estas noticias todos se están alegrando
de tierras de por Oriente un gran clérigo ha llegado:
el obispo don Jerónimo era por nombre llamado.
Mucho entendía de letras, es en todo muy sensato,
lo mismo a pie que a caballo era guerrero esforzado.
Al Cid mayores provechos él quería irle buscando,
suspirando está por verle luchar con moros en campo:
y dice que si se hartan de lidiar y herir sus manos
nunca tendría ningún cristiano que lamentarlo.
Cuando lo oyó Mío Cid, muy satisfecho así ha hablado:
''Oídme, Minaya Álvar Fáñez, por Aquel que está en lo alto,
siempre que Dios nos ayude bien es que lo agradezcamos;
en la tierra de Valencia fundar quiero un obispado,
se lo daré a don Jerónimo, buen caballero cristiano.
En Castilla también esto, Minaya, podréis contarlo".

79
Don Jerónimo hecho obispo

Mucho le gustó a Álvar Fáñez lo que dice don Rodrigo.
A este bueno don Jerónimo ya le nombraron obispo.
Danle por sede Valencia, donde puede ser muy rico.
¡Dios entre aquellos cristianos había gran regocijo
de que en tierras de Valencia tuviesen señor obispo!
Ya la Minaya muy alegre despidióse y ha partido.


Tirada 80

Minaya se dirige a Carrión

Estas tierras de Valencia tranquilas están y en paz
cuando Minaya Álvar Fáñez para Castilla se va.
Los altos de su viaje no os los quiero contar.
Preguntó por don Alfonso, dónde le podría hallar;
dícenle que a Sahagún el rey marchó poco ha,
que fuese para Carrión donde le puede encontrar.
A Minaya estas noticias gran alegría le dan
y llevando sus presentes ya se dirige hacia allá.

81
Minaya saluda al rey

Don Alfonso el castellano de misa estaba saliendo.
He aquí a Minaya Álvar Fáñez cómo llega tan apuesto,
las dos rodillas ha hincado delante de todo el pueblo,
y a los pies del rey Alfonso púsose con mucho duelo,
las dos manos le besaba, y empezó a hablar, tan discreto:

82
Discurso de Minaya al rey
Envidia de Garci Ordóñez
El Rey perdona a la familia del Cid
Los infantes de Carrión codician las riquezas del Cid

"Merced, nuestro rey Alfonso, por amor del Creador.
Estas manos os las besa Mío Cid el luchador,
que le hagáis merced os pide, válgaos el Creador.
Los pies os besa y las manos cual cumple a tan gran señor.
Vos, rey, le habéis desterrado, le quitasteis vuestro amor,
pero aunque está en tierra extraña el Cid su deber cumplió,
a esos pueblos que se llaman Jérica y Onda ganó,
Almenar ha conquistado, Murviedro, que es aún mayor,
a Cebolla gana luego y el pueblo de Castejón,
Peña Cadiella, la villa que está en un fuerte peñón;
con todas estas ciudades ya de Valencia es señor.
Obispo hizo por su mano Mío Cid Campeador,
cinco batallas campales libra y todas las gano.
Grandes fueron las ganancias que le ha dado el Creador,
aquí tenéis las señales, la verdad os digo yo.
Estos cien gruesos caballos buenos corredores son,
de ricos frenos y sillas todos llevan guarnición,
Mío Cid, señor, os ruega que los toméis para vos,
que es siempre vuestro vasallo y os tiene por señor".
Alzó la mano derecha el rey y se santiguó:
"De estas ganancias tan grandes que logró el Campeador,
por San Isidro bendito, me alegro de corazón,
me alegro de las hazañas que hace el Cid Campeador
y recibo estos caballos que me manda en donación".
Se alegró el rey, pero al conde Garci Ordóñez le pesó:
"Parece que en tierra mora ya no hay hombres de valor
cuando tanto hace y deshace Mío Cid Campeador".
Dijo el rey: "Conde García, no sigáis hablando, no;
de todos modos el Cid mejor me sirve que vos".
Entonces habla Minaya, el esforzado varón:
"Merced os demanda el Cid, que si os place, señor,
a su esposa y a sus hijas deis vuestro permiso vos
para salir del convento en donde el Cid las dejó
e ir a Valencia a juntarse con el Cid Campeador".
Entonces contesta el rey: "Pláceme de corazón.
Mientras vayan por mis reinos les daré manutención;
guárdenlas todos de mal, de ofrenta y de deshonor.
Cuando a la frontera lleguen esas damas cuidad vos
de servirlas cual se debe, e igual el Campeador.
Ahora, guardias y mesnadas, escuchad con atención:
No quiero que pierda nada Mío Cid Campeador,
a todos los caballeros que le tienen por señor
lo que yo les confisqué hoy se lo devuelvo yo,
aunque sigan con el Cid no pierdan su posesión,
seguros estén de daño o mal en toda ocasión;
esto lo hago por que siempre sirvan bien a su señor".
Álvar Fáñez de Minaya al rey las manos besó.
Sonriese don Alfonso. ¡Dios, qué hermosamente habló!
"Aquellos que quieran irse con el Cid Campeador
venia les doy, váyanse en gracia del Creador.
Más ganaremos con esto que con otro desamor".
Oíd lo que hablan aparte los infantes de Carrión:
"Mucho cunden las hazañas de este Cid Campeador,
en casarnos con sus hijas ganaríamos los dos,
pero vergüenza tenemos de decirlo, porque no
es el suyo buen linaje para condes de Carrión".
A nadie se lo dijeron y así la cosa quedó.
Álvar Fáñez de Minaya del buen rey se despidió.
"¿Os vais ya, Minaya? Id en gracia del Creador.
Un oficial de palacio quiero que vaya con vos.
Si os lleváis a las damas, sírvanlas a su sabor,
hasta el confín de Medina las guarde mi protección,
desde allí en adelante la del Cid Campeador".
Ya se despide Minaya, de la corte se marchó.

83
Minaya va a Cardeña por doña Jimena
Más castellanos se prestan a ir a Valencia
Minaya en Burgos
Promete a los judíos buen pago de la deuda del Cid
Minaya vuelve a Cardeña y parte con Jimena
Pedro Bermúdez parte de Valencia para recibir a Jimena
En Molina se le une Abengalbón
Encuentran a Minaya en Medinaceli

Los infantes de Carrión ya decididos están,
cuando se marcha Álvar Fáñez vanle un rato a acompañar:
"Vos que tan bueno sois siempre hacednos hoy la bondad
de llevar nuestros saludos a Mío Cid el de Vivar.
Con nosotros como amigos puede Mío Cid contar".
Dijo Minaya. "Ese encargo nunca me puede pesar".
Minaya su marcha sigue, los infantes vuelven ya.
Encamínase a San Pedro donde las damás están.
¡Qué gozo tan grande tienen cuando le ven asomar!
Ya se ha apeado Minaya, a San Pedro va a rezar,
cuando acabó la oración hacia las damas se va:
"Humíllome a vos, señora, que Dios os guarde de mal,
que también a vuestras hijas las quiera el Señor guardar.
Os saluda Mío Cid, desde allí donde él está,
riqueza y salud tenía cuando yo le fui a dejar.
Por gracia del rey Alfonso ya quedáis en libertad
de veniros a Valencia, que ahora es nuestra heredad.
Si os ve el Campeador las tres sanas y sin mal,
todo le será alegría, no le quedará un pesar".
Contestó doña Jimena: "Si Dios quiere, así será.
Por mandato de Álvar Fáñez tres caballeros se van
con mensaje a Mío Cid, a Valencia, donde está.
"Decid al Campeador, a quien Dios guarde de mal,
que a su mujer y a sus hijas concede el rey libertad,
mientras vayan por sus reinos provisiones les dará.
Que dentro de quince días, si Dios nos guarda de mal,
su mujer con las dos niñas y yo estaremos allá,
y además estas señoras que compañía les dan".
Idos son los caballeros lo mandado cumplirán,
en San Pedro de Cardeña Minaya se quedará.
Vierais allí caballeros de todas partes llegar,
irse quieren a Valencia con Mío Cid de Vivar.
A Álvar Fáñez le pedían que los quisiera ayudar
y Minaya contestaba: "Yo lo haré de voluntad".
Sesenta y cinco a caballo ya se fueron a juntar,
más cien que tiene Minaya, que se trajera de allá;
las damas en su viaje buena compaña tendrán.
Quinientos marcos le dio Álvar Fáñez al abad
y los otros ya veréis en qué los quiso emplear:
Minaya a doña Jimena, a sus hijas y además
a todas aquellas damas que acompañándolas van,
con esos quinientos marcos tiene pensado comprar
las mejores vestiduras que en Burgos pueda encontrar,
con palafrenes y mulas que sean buen de mirar.
Cuando en la ciudad de Burgos las compras hechas están
y aquel bueno de Minaya a San Pedro vuelve ya,
he aquí que Raquel y Vidas a sus pies vanse a arrojar:
"Merced, merced, Álvar Fáñez, caballero de fiar,
si Mío Cid no nos paga, nuestra ruina esto será,
al interés renunciamos si nos vuelve el capital".
"Yo lo hablaré con el Cid si Dios me lleva hasta allá,
por lo que vos le ayudasteis buena merced os dará".
Dijeron: "Quiéralo así la divina voluntad,
si no, de Burgos saldremos y le iremos a buscar".
El buen Minaya Álvar Fáñez para San Pedro se va;
muchas gentes se le acogen, se preparan a marchar,
a la hora de despedirse gran duelo tuvo el abad:
"Adiós, Minaya Álvar Fáñez, el Creador os valdrá,
de parte mía las manos al Campeador besad,
que de este monasterio nunca se quiera olvidar,
con su amparo este convento medre por siempre jamás,
que si el Cid así lo hace en honra suya será".
Dijo Minaya: "He de hacerlo con muy buena voluntad".
Allí todos se despiden y empiezan a cabalgar,
con ellos va el palatino que los tiene que guardar.
Por todas las tierras reales mucha comida les dan.
De San Pedro hasta Medina cinco días tardarán.
A Álvar Fáñez y a las damas en Medina tenéis ya.
De los que el mensaje llevan ahora pasemos a hablar:
cuando de él se hubo enterado Mío Cid el de Vivar,
le plugo de corazón, gran alegría le da,
y así como oiréis ahora, así comenzaba a hablar:
"Quien buen mandadero envía tal razón debe esperar.
Tú, Muño Gustioz, y tú, Pedro Bermúdez, marchad,
con don Martín Antolínez, ese burgalés leal.
Vaya también don Jerónimo, sacerdote de fiar,
y cien hombres bien armados por si hubiera que luchar.
Por tierras de Albarracín primero debéis pasar,
después seguid a Molina que está puesta más allá.
Abengalbón que la tiene es moro amigo y de paz;
con otros cien caballeros él os acompañará,
y subiendo hacia Medina, lo mas que podáis andar,
a mi mujer y a mis hijas, que con Minaya vendrán
por lo que a mí me dijeron, allí podréis encontrar.
Entonces con grandes honras conducídmelas acá.
Yo me quedaré en Valencia, que mucho me fue a costar
y gran locura sería dejarla sin amparar.
Yo me quedaré en Valencia, que Valencia es mi heredad."
Cuando el Cid esto hubo dicho empiezan a cabalgar
y todo el tiempo que pueden anduvieron sin parar.
Albarracín lo pasaron, en Fronchales están ya,
al día siguiente llegan a Molina a descansar.
Aquel moro Abengalbón, cuando supo a lo que van,
muy bien que los recibió y muy contento que está:
"¿Sois vosotros los vasallos de mi amigo natural?
Sabed que vuestra llegada gran alegría me da".
Ese buen Muño Gustioz habló sin más esperar: .
"De parte de Mío Cid os queremos saludar,
cien caballeros de escolta os manda el Cid preparar,
que su mujer y sus hijas en Medinaceli están,
quiere que vayáis por ellas y se las traigáis acá,
y que hasta Valencia de ellas no os queráis separar".
Dijo Abengalbón: "Lo haré de muy buena voluntad".
Una gran comida a todos aquella noche les da
y a la mañana siguiente empiezan a cabalgar,
ciento sólo le pidieron pero él con doscientos va.
La sierra bravía y alta ya se la dejan atrás,
luego cruzan la llanura de la Mata de Taranz,
mucha confianza tienen, sin ningún recelo van,
por el valle de Arbujuelo ya se aprestan a bajar.
Allí en Medina Álvar Fáñez con gran precaución está,
al ver venir gente armada gran sospecha le fue a dar,
envía dos caballeros que averigüen la verdad;
sin perder tiempo partieron, de muy buena gana van,
uno se queda con ellos, otro se vuelve a avisar:
"Son fuerzas de Mío Cid que nos vienen a buscar.
Ved aquí a Pedro Bermúdez que se quiere adelantar,
Muño Gustioz, vuestro buen amigo, viene detrás,
luego Martín Antolínez, el de Burgos natural,
el obispo don Jerónimo, ese clérigo leal.
El alcaide Abengalbón con sus fuerzas también va,
por dar gusto a Mío Cid que mucho le quiere honrar.
Todos forman una tropa, en seguida llegarán".
Dijo Minaya: "A caballo. Los iremos a encontrar".
Muy de prisa que montaron, no se querían tardar;
cien caballeros salían, todos de muy buen mirar,
en caballos muy hermosos con cubiertas de cendal
y petral de cascabeles; con escudo al cuello van,
sendas lanzas en las manos, con su pendón cada cual.
Quiere Minaya que vean cómo se sabe portar
y como trata a las damas que a Castilla fue a buscar.
Los primeros batidores a llegar empiezan ya,
las armas toman, ce ponen con las armas a jugar.
Por allí junto a Jalón grandes alegrías van.
Los otros ante Minaya se iban todos a humillar.
Luego, el moro Abengalbón, que mirándoles está,
con gesto muy sonriente a Minaya fue a abrazar,
según la costumbre mora, beso en el hombro le da.
"Dichoso el día, Minaya, en que os vengo a encontrar.
A esas damas traéis vos que honra nos vienen a dar,
a las dos hijas del Cid, a su esposa tan leal.
Tal es la suerte del Cid y todos le hemos de honrar,
aunque poco le quisiéramos no se le puede hacer mal,
se quedará con lo nuestro, sea por guerra o por paz.
Por muy torpe tengo yo al que no ve esta verdad'.

84
Los viajeros descansan en Medina
Parten de Medina a Molina
Llegan cerca de Valencia

Al oírle sonrió Álvar Fáñez de Minaya:
"Bien lo veo, Abengalbón, que sois amigo sin tacha;
si Dios me lleva hasta el Cid, y le ve otra vez mi alma,
lo que hicisteis por nosotros no se quedará sin paga.
Vámonos ya a descansar, ]a cena está preparada".
Contéstale Abengalbón: "Mucho me place aceptarla,
y antes que pasen tres días la devolveré doblada".
En Medinaceli entran, los atendía Minaya;
todos quedan muy contentos de la cena que tomaran.
Al oficial de palacio despedirse ya mandaban.
Honrado quedará el Cid, que allá en Valencia se estaba,
de aquellos ricos festines que en Medina aderezaran.
Todo lo costea el rey y nada pagó Minaya.
Pasada está ya la noche, ha venido la mañana,
todos oyeron la misa y en seguida cabalgaban.
De Medinaceli salen, el río Jalón pasaban,
por el Arbujuelo arriba muy de prisa espoleaban,
la llanura de la Mata de Taranz atravesaban,
llegan por fin a Molina, la que Abengalbón mandaba.
El obispo don Jerónimo, el buen cristiano sin tacha,
por de día y por de noche a las tres damas guardaba,
con un caballo a su diestra y otro detrás con sus armas.
Álvar Fáñez de Minaya a su lado le acompaña.
Ya se entran en Molina, villa rica y bien poblada.
Allí el moro Abengalbón les sirve y nada les falta.
De todo lo que quisieron no echaron de menos nada,
y las mismas herraduras el moro las costeaba.
A las damas y a Minaya ¡Dios. cuánto que los honraba!
Otro día de mañana en seguida cabalgaban,
hasta la misma Valencia el moro los acompaña,
de lo suyo iba gastando, de ellos no tomaba nada.
Y con estas alegrías y estas noticias tan gratas
ya están cerca de Valencia, a tres leguas mal contadas.
A Mío Cid de Vivar, que en buen hora ciñó espada,
hasta dentro de Valencia un aviso le mandaban.


Tirada 85

El Cid envía gentes al encuentro de los viajeros

Alegre se puso el Cid como nunca más ni tanto,
de aquello que más quería la noticia le ha llegado.
A doscientos caballeros que salgan les ha mandado
a recibir a Minaya y a las damas hijasdalgo.
Él se estará allí en Valencia guardándola y vigilando,
sabe muy bien que Álvar Fáñez ya traera todo cuidado.

86
Don Jerónimo se adelanta a Valencia para preparar una procesión
El Cid cabalga al encuentro de Jimena
Entran todos en la ciudad

Todos estos caballeros ya reciben a Minaya,
a las damas, a las niñas y a los que acompañan.
Mandó Mío Cid a aquellos servidores es de su casa,
que guarden bien el alcázar y las otras torres altas
y que vigilen las puertas con sus salidas y entradas.
Manda traer a Babieca, poco ha que le ganara
del rey moro de Sevilla en aquella gran batalla,
aún no sabe Mío Cid, que en buen hora ciñó espada,
si será buen corredor y si muy en seco para.
A la puerta de Valencia, donde bien a salvo estaba,
ante su mujer e hijas quería jugar las armas.
Con grandes honras de todos son recibidas las damas,
el obispo don Jerónimo el primero se adelanta,
de su caballo se apea, a la capilla marchaba
y con los que allí encontró, que preparados estaban,
con sobrepelliz vestida y con las cruces de plata,
van a esperar a las damas y a aquel bueno de Minaya.
Mío Cid el bienhadado se retrasaba:
túnica de seda viste, muy crecida trae la barba,
ya le ensillan a Babieca, muy bien que le enjaezaban,
se monta en él Mío Cid y armas de palo tomaba.
En el nombrado Babieca el Campeador cabalga,
arranca a correr y dio una carrera tan rauda
que todos los que le vieron maravillados estaban.
Desde aquel día Babieca fue famoso en toda España.
Al acabar la carrera ya Mío Cid descabalga,
y va adonde su mujer y sus dos hijas estaban.
Al verle doña Jimena a los pies se le arrojaba:
"Merced, Cid, que en buen hora fuiste a ceñirte la espada.
Sacado me habéis, oh Cid, de muchas vergüenzas malas:
aquí me tenéis, señor, vuestras hijas me acompañan,
para Dios y para vos son buenas y bien criadas".
A la madre y a las hijas mucho el Cid las abrazaba
y del gozo que tenían todos los cuatro lloraban.
Esas mesnadas del Cid muy jubilosas estaban,
jugaban a juegos de armas y tablados derribaban.
Oíd lo que dijo Rodrigo, que en buen hora ciñó espada:
"Vos, doña Jimena mía, querida mujer y honrada,
y las dos hijas que son mi corazón y mi alma,
en la ciudad de Valencia conmigo haced vuestra entrada,
en esta hermosa heredad que para vos fue ganada".
Allí la madre y las hijas las dos manos le besaban
y en medio de grandes honras las tres en Valencia entraban.

87
Las dueñas contemplan a Valencia desde el alcázar

Con Mío Cid al alcázar su esposa y sus hijas van,
cuando llegaron las sube hasta el más alto lugar.
Vierais allí ojos tan bellos a todas partes mirar:
a sus pies ven a Valencia, cómo yace la ciudad,
y allá por el otro lado tienen a la vista el mar.
Miran la huerta, tan grande y tan frondosa que está,
y todas las otras cosas placenteras de mirar.
Alzan entonces las manos, que a Dios querían rezar,
por lo bueno y por lo grande de aquella hermosa heredad.
Mío Cid y sus mesnadas todos contentos están.
El invierno ya se ha ido y marzo quería entrar.
Noticias os daré ahora del otro lado del mar
y del rey moro Yusuf que allí en Marruecos está.

88
El rey de Marruecos viene a cercar a Valencia

Pésale al rey de Marruecos el triunfo de don Rodrigo:
"En mis tierras y heredades muy firme que se ha metido
y se lo agradece todo a su Señor Jesucristo".
Entonces el de Marruecos llamar a sus fuerzas hizo
y cincuenta veces mil guerreros ha reunido.
Ya se entraron por el mar, en las barcas van metidos,
se encaminan a Valencia en busca de don Rodrigo.
Arribaron ya las naves, ellos a tierra han salido.

89
Ya llegaron a Valencia del Cid tan buena conquista,
allí plantaron sus tiendas esas gentes descreídas.
Por fin al Campeador le ]legan estas noticias.

90
Alegría del Cid al ver las huestes de Marruecos
Temor de Jimena

"¡Loado sea el Creador y Padre Espiritual!
Los bienes que yo poseo todos ahí delante están,
con afán gané a Valencia, la tengo por heredad,
como no sea por muerte no la puedo yo dejar.
A Dios y a Santa María gracias les tengo que dar
porque a mi mujer e hijas conmigo las tengo acá.
La suerte viene a buscarme del otro lado del mar,
tendré que vestir las armas, que no lo puedo dejar,
y mi mujer y mis hijas ahora me verán luchar.
Verán en tierras extrañas lo difícil que es estar,
harto verán por sus ojos cómo hay que ganar el pan".
A su mujer y a sus hijas al alcázar súbelas.
"Por Dios, Mío Cid, ¿qué es ese campamento que allí está?"
"Jimena, mujer honrada, que eso no os dé pesar,
para nosotros riqueza maravillosa será.
Apenas llegada y ya regalos os quieren dar,
para casar a las hijas aquí os traen el ajuar".
"Gracias os doy, Mío Cid, y al Padre Espiritual".
"Mujer, en este palacio y en esta torre quedad:
no sintáis ningún pavor porque me veáis luchar,
que Dios y Santa María favorecerme querrán
y el corazón se me crece porque estáis aquí detrás.
Con la ayuda del Señor la batalla he de ganar".

91
El Cid esfuerza a su mujer y a sus hijas
Los moros invaden la huerta de Valencia

Izadas están las tiendas; ya rompe el primer albor,
en las huestes de los moros a prisa suena el tambor.
Contento está Mío Cid. Dijo: "¡Qué buen día es hoy!"
Pero a su mujer del miedo le estalla el corazón
y las hijas y las damas también sienten gran pavor,
que en lo que tienen de vida no oyeran tal retemblor.
Acaricióse la barba el buen Cid Campeador:
"De esto saldremos ganando, no tengáis más miedo, no,
porque antes de quince días, si así place al Creador,
esos tambores morunos en mi poder tendré yo;
mandaré que os los muestren y así veréis cómo son.
Don Jerónimo irá luego a colgar tanto tambor
en el templo de la Virgen, madre de Nuestro Señor."
Éste es el voto que hizo Mío Cid Campeador.
Las damas van alegrándose y ya pierden el pavor.
Esos moros de Marruecos, que muy corredores son,
se iban metiendo en la huerta sin sentir ningún temor.

92
Espolonada de los cristianos

Los ha visto el centinela y empieza a tañer la esquila,
prestas están las mesnadas de la gente de Ruy Díaz.
Con muchas ganas se arman y ya salen de la villa.
Donde se topan con moros acométenlos aína,
y de las huertas aquellas los echan con gran mancilla.
Más de quinientos mataron los del Cid en este día.

93
Plan de batalla

Hasta el mismo campamento van los cristianos detrás,
harto han hecho ya aquel día y se empiezan a tornar.
El buen Álvar Salvadórez cautivo se queda allá.
Con el Cid se van volviendo los que comen de su pan.
Vio lo que han hecho, pero ellos se lo cuentan, además.
Al gran Cid Campeador mucha alegría le da:
"Mis caballeros, oídme, esto aquí no ha de quedar,
si hoy ha sido día bueno, mañana mejor será,
cuando vaya a amanecer todos armados estad,
el obispo don Jerónimo la absolución nos dará,
la misa nos dirá luego, y entonces a cabalgar.
No puede ser de otro modo, los iremos a atacar
en el nombre de Santiago y del Señor Celestial.
Más vale que les ganemos que ellos nos quiten el pan".
Álvar Fáñez de Minaya allí también quiso hablar:
"Si así lo queréis, buen Cid, a mí mandadme algo más,
ciento treinta caballeros, dadme, bravos en lidiar;
atacad vos por un lado, los míos por otro irán,
en una o en otra parte, o en ambas, Dios nos valdrá".
Entonces contesta el Cid: "De muy buena voluntad".

94
El Cid concede al obispo las primeras heridas

El día saliendo va y ya la noche es entrada,
no tardan en prepararse aquellas gentes cristianas.
Por segunda vez se oían los gallos antes del alba;
el obispo don Jerónimo una misa les cantaba,
cuando la misa acabó buena absolución les daba.
"El que en la lucha muriere peleando cara a cara
de sus pecados le absuelvo y Dios cogerá su alma.
A vos, Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada,
una misa os acabo de cantar esta mañana,
y en cambio pediros quiero que me otorguéis una gracia,
y es que los primeros golpes sean dados por mi espada".
Díjole el Campeador: "Aquí os queda otorgada".

95
Los cristianos salen a batalla
Derrota de Yusuf
Botín extraordinario
El Cid saluda a su mujer y sus hijas
Dota a las dueñas de Jimena
Reparto del botín

Ya todos muy bien armados salen por Torres de Cuarto;
Mío Cid a sus vasallos bien los iba aleccionando.
Hombres de gran confianza en las puertas se dejaron,
monta entonces Mío Cid en Babieca, su caballo,
que de todas guarniciones iba muy bien preparado.
Han salido de Valencia, ya la bandera sacaron,
son cuatro mil menos treinta los que el Cid lleva a su lado
y a cincuenta mil de moros sin miedo van a atacarlos.
Minaya con Álvar Álvaroz éntrase por otro lado,
y plúgole al Creador que pudiera derrotarlos.
El Cid hiere con la lanza, luego a la espada echa mano,
a tantos moros mató que no pueden ser contados,
le va por el codo abajo mucha sangre chorreando.
Al rey Yusuf de Marruecos tres golpes le ha descargado,
pero el moro se le escapa a todo andar del caballo
y se le mete en Cullera, castillo muy bien armado;
hasta allí le sigue el Cid por ver si puede alcanzarlo,
con otros que le acompañan de aquellos buenos vasallos.
Desde Cullera se vuelve Mío Cid el bienhadado,
muy alegre del botín tan grande que han capturado.
Ve cuánto vale Babieca, de la cabeza hasta el rabo.
La ganancia de aquel día toda por suya ha quedado.
De aquellos cincuenta mil moros que habían contado,
no pudieron escaparse nada más que ciento cuatro.
Las mesnadas de Ruy Díaz saquearon todo el campo,
entre la plata y el oro recogieron tres mil marcos,
y lo demás del botín no podían ni contarlo.
Alegre está Mío Cid, muy alegres sus vasallos
de que Dios les ayudara a aquella victoria en campo.
Después que al rey de Marruecos así hubieron derrotado,
dejóse el Cid a Álvar Fáñez de todo aquello cuidando
y con sus cien caballeros en Valencia ya se ha entrado.
La cofia lleva caída, el yelmo se lo ha quitado,
así entró sobre Babieca y con la espada en la mano.
Recíbenlo allí las damas que le estaban esperando,
ante ellas para, tiró de las riendas al caballo:
"Ante vos me humillo, damas, gran honor os he ganado,
vos me guardabais Valencia y yo vencía en el campo.
Esto Dios lo quiso así, y con Él todos sus santos,
cuando por venir vosotras tal ganancia nos han dado.
Ved esta espada sangrienta, ved sudoroso el caballo,
es así como se vence a los moros en el campo.
Rogad a Dios que os viva todavía algunos años
y muchos os besarán, en vasallaje las manos".
Esto dijo Mío Cid, luego bajo del caballo.
Cuando ya estuvo en el suelo y le ven descabalgado,
las damas y las dos niñas, la esposa que vale tanto,
ante el Cid Campeador las dos rodillas hincaron.
Vuestras somos y Dios quiera que aún nos viváis muchos años".
Volvieron con él las damas y entran todos en palacio.
Con el Cid van a sentarse en muy preciosos escaños:
"Mi mujer doña Jimena, ya que así lo habéis rogado
a las damas que trajisteis y os han servido tanto
quiero casar con algunos de estos mis buenos vasallos;
a cada una de ellas le daré doscientos marcos
y que sepan en Castilla que sirvieron a buen amo.
De casar a vuestras hijas ya se hablará más despacio".
Allí todas se levantan, van a besarle las manos
y una alegría muy grande corrió por todo el palacio.
Tal como lo dijo el Cid así lo llevan a cabo.
El buen Minaya Álvar Fáñez seguía afuera en el campo
con los hombres que reparten, escribiendo y recontando:
de tiendas y ricas armas y de vestidos preciados
no se puede ni pensar los muchos que se encontraron.
Ahora quisiera deciros del botín lo mas granado:
y es que no pueden ni echar cuenta de tantos caballos
que andan con ricos arreos y no hay quien quiera tomarlos;
los moros de aquella tierra se sacaron también algo;
y además de todo esto a Mío Cid bienhadado
de los mejores que cogen le tocaron mil caballos.
Cuando al partir la ganancia al Cid le tocaron tantos
es que los demás quedaban, también ellos, bien pagados.
¡Y qué de tiendas lujosas con postes bien trabajados
se sacaron del botín Mío Cid y sus vasallos!
La tienda del rey de moros, la más rica que encontraron,
dos postes la sostenían que de oro están labrados.
Mío Cid Campeador a todos los ha mandado
que allí la dejen plantada y no la toque cristiano:
"Tal tienda que como ésta de Marruecos ha pasado
enviarla quiero al rey don Alfonso el Castellano.
Así verá que es muy cierto que el Cid va medrando algo".
Todas aquellas riquezas en Valencia las entraron.
El obispo don Jerónimo, sacerdote muy honrado,
cuando acabo de lidiar con los moros a dos manos,
no podía echar la cuenta de tantos como ha matado.
Botín de mucha valía le tocara en el reparto
y a más el Cid Don Rodrigo de Vivar, el bienhadado,
de la quinta parte suya el diezmo le ha regalado.

96
Gozo de los cristianos
El Cid envía nuevo presente al rey

En Valencia están alegres todas las gentes cristianas,
tantos dineros tenían, tantos caballos y armas.
Doña Jimena y sus hijas alegres también estaban
y aquellas damas que ya se tenían por casadas.
El bueno de Mío Cid no perdía tiempo en nada:
"¿En dónde estáis, grande hombre? Venid para acá, Minaya.
La ganancia que os toca os la tenéis bien ganada,
y a más de mi quinta parte os digo con toda el alma
que toméis lo que quisiereis: con lo que quede me basta.
Mañana al romper el día habéis de marchar sin falta,
con caballos de esta quinta que me tocó en la ganancia,
todos con sillas y frenos, todos con sendas espadas;
por amor de mi mujer y mis hijas adoradas,
por habérmelas mandado a donde e]las deseaban,
estos doscientos caballos al rey el Cid le regala,
que no piense don Alfonso mal del que en Valencia manda".
Ordena a Pedro Bermúdez que se marche con Minaya.
Otro día de mañana muy a prisa cabalgaban
con doscientos caballeros que llevan en su compaña;
dirán al rey que Mío Cid ambas manos le besaba,
que de esta lid que Rodrigo de Vivar tiene ganada,
doscientos buenos caballos en regalo se los manda,
que siempre le servirá mientras que viva su alma.


Tirada 97

Minaya lleva el presente a Castilla

Salidos son de Valencia y ya empezaron a andar.
Muchas riquezas llevaban, bien tienen que vigilar.
Andan de día y de noche, ningún reposo se dan,
la sierra que parte el reino la tienen pasada ya,
y por el rey don Alfonso empiezan a preguntar.

98
Minaya llega a Valladolid

Aquellas sierras y montes, aquellos ríos pasaban,
llegan a Valladolid, donde el rey Alfonso estaba.
Aviso le mandan Pedro Bermúdez y el buen Minaya
de que envíe a recibir a toda aquella compaña
que Mío Cid de Valencia con sus regalos le manda.

99
El rey sale a recibir a los del Cid
Envidia de Garci Ordóñez

Alegre se puso el rey como nunca visteis tanto,
mandó cabalgar a prisa a todos sus fijosdalgo,
y el rey fue de los primeros que montaron a caballo
por recibir los mensajes que le manda el bienhadado.
Los infantes de Carrión también allí se encontraron
y ese conde don García, del Cid enemigo malo.
Aquello a los unos place y a los otros va pesando.
A la vista tienen ya a los del Cid bienhadado,
un ejército parecen, no semejan enviados,
el rey don Alfonso al verlos estábase santiguando.
Minaya y Pedro Bermúdez son los primeros llegados,
los dos echaron pie a tierra, se apean de los caballos.
Delante del rey Alfonso, con los hinojos hincados,
los dos besaron el suelo, los pies al rey le besaron.
"Merced, merced, rey Alfonso señor nuestro tan honrado,
en nombre de Mío Cid este suelo y pies besamos,
a vos tiene por señor, llámase vuestro vasallo.
Mucho aprecia Mío Cid la honra que le habéis dado.
Pocos días ha, señor, que una batalla ha ganado
contra ese rey de Marruecos que rey Yusuf es llamado:
a cincuenta mil guerreros los ha vencido en el campo,
inmensas son las ganancias que en la lucha se sacaron,
en ricos se han convertido allí todos sus vasallos;
estos caballos os manda, rey, y os besa las manos".
Dijo entonces don Alfonso: "Recíbolos de buen grado.
Agradezco a Mío Cid este don que me ha enviado.
Espero que llegue el día en que por mí sea premiado".
Esto a muchos les plació y besáronle las manos.

Al conde García Gómez mucho aquello le ha pesado,
él y diez parientes suyos allí a un lado se apartaron.
"Es maravilla del Cid que su honra crezca tanto;
con la honra que él se gana estamos muy afrentados.
¡Qué fácilmente que vence reyes moros en el campo,
como si estuvieran muertos él les quita sus caballos!
Raro sería si de esto no nos viniera algún daño".

100
El rey muéstrase benévolo hacia el Cid

Entonces estas palabras fue el rey Alfonso a decir:
"A Dios y a San Isidoro agradezco este gentil
don de doscientos caballos que me envía Mío Cid.
Mientras que mi reino dure mejor me podrá servir.
A vos, Minaya, y a vos, Bermúdez, que estáis aquí,
mandaré que se os dé ricamente de vestir,
y todas las buenas armas que vos quisiereis pedir,
por que lleguéis más apuestos delante de Mío Cid.
Tres caballos os regalo, podéis cogerlos de aquí.
Contento estoy y ya oigo una voz dentro de mí
que me dice que estas cosas han de parar en buen fin".

101
Los infantes de Carrión piensan casar con las hijas del Cid

Ya le besaron las manos y se entran a descansar,
manda el rey darles de aquello de que hayan necesidad.
Ahora de los dos infantes de Carrión os quiero habla;
en pláticas reservadas y misteriosas están.
"La prosperidad del Cid muy para adelante va,
le pediremos sus hijas para con ellas casar,
se crecerá nuestra honra y así podremos medrar".
Y allí con estas razones al rey Alfonso se van.

102
Los infantes logran que el rey trate el casamiento
El rey pide vistas con el Cid
Minaya vuelve a Valencia y entera al Cid de todo
El Cid fija el lugar de las vistas

"Esta merced os pedimos, a vos, el rey y señor:
queremos, si esta demanda tiene vuestra aprobación,
que nos pidáis a las hijas de Mío Cid Campeador,
casar queremos con ellas, honra será de los dos".
El rey Alfonso un gran rato meditando se quedó:
"Yo he echado de esta mi tierra al buen Cid Campeador,
trabajé yo por su mal y él por mi bien trabajó,
y no sé si el casamiento querrá aceptármelo o no,
mas ya que vos lo queréis hablemos de la cuestión".
A Álvar Fáñez de Minaya y a Bermúdez, a esos dos
mensajeros de Ruy Díaz, el rey entonces llamó,
y a un aposento cercano con ellos dos se apartó.
"Minaya y Pedro Bermúdez, escuchad esta razón:
Muy bien que me está sirviendo Mío Cid Campeador,
y como él se lo merece le concederé perdón;
que venga a verse conmigo, si gusta, vuestro señor.
Otras novedades hay en esta mi corte, y son
que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión,
con las hijas de Mío Cid quieren casarse los dos.
Llevad vos este mensaje, que así os lo ruego yo,
decídselo de mi parte al buen Cid Campeador.
A honra lo habrá de tomar, que irá ganando en honor,
si por bodas emparienta con infantes de Carrión".
Habla Minaya, a Bermúdez muy bien que le pareció:
"Al Cid se lo rogaremos cual lo habéis mandado vos
y después el Cid que haga lo que tenga por mejor". "
Decid a Rodrigo Díaz el que en buenhora nació
que en sitio que a él le convenga podremos vernos los dos
y en el lugar que designe será nuestra reunión.
En aquello que yo pueda ayudarle quiero yo".
Los mensajeros del Cid al rey le dicen adiós,
y Minaya con los suyos hacia Valencia marchó.
Cuando supo que venía, el buen Cid Campeador
a prisa monta a caballo, a recibirlos salió,
sonreía Mío Cid y mucho los abrazó.
Dijo Rodrigo: "Álvar Fáñez, Pedro Bermúdez, ¿sois vos?
En pocas tierras se encuentran varones como estos dos.
¿Cuáles noticias me manda don Alfonso, mi señor?
¿Está contento de mí? ¿No quiso aceptarme el don?"
Dijo Minaya: "Lo acepta con alma y con corazón.
Muy satisfecho se queda y os vuelve a su favor".
Dijo Mío Cid entonces: "Gracias, gracias, Creador".
Y luego los mensajeros le transmiten la razón
de que le rogaba Alfonso, rey de Castilla y León,
de que a sus hijas las casase con infantes de Carrión,
que con eso habrá de honrarse y de subir en honor;
así lo aconseja el rey con el alma y corazón.
Cuando lo oyó Mío Cid, aquel buen Campeador,
un rato muy dilatado pensativo se quedó:
"Mucho le agradezco esto a Cristo, Nuestro Señor:
echado fui de la tierra, me quitaron el honor,
con gran trabajo gané esto que poseo yo.
Agradezco a Dios que el rey me haya vuelto a su favor
y que me pida mis hijas para los dos de Carrión.
Minaya, Pedro Bermúdez, decidme vosotros dos
de estas bodas proyectadas cuál sea vuestra opinión".
"A nosotros nos parece lo que os parezca a vos".
Dijo el Cid: "De gran linaje vienen esos de Carrión,
andan siempre con la corte, muy orgullosos que son;
estas bodas, en verdad, no me gustarían, no,
pero si el rey lo aconseja, él que vale más que nos,
bien podemos en secreto discutir esa cuestión,
y que Dios el de los cielos nos inspire lo mejor".
"Además de todo esto, Alfonso, vuestro señor,
dijo que querría veros en donde os plazca a vos:
de veros tiene deseo y tornaros su favor,
luego vos decidiréis lo que convenga mejor".
Contestó entonces el Cid: "Pláceme de corazón".
Entonces dijo Minaya: "El rey Alfonso mandó
que el lugar de la entrevista sea escogido por vos".
"Si así lo ordenara el rey, dijo allí el Campeador,
hasta donde él estuviera iría a buscarle yo
para honrarle cual se debe a nuestro rey y señor.
Pero ya que así lo quiere acéptole yo el honor
y a orillas del río Tajo, ese que es río mayor,
podemos entrevistarnos cuando quiera mi señor".
Ya están escritas las cartas, el Cid muy bien las selló;
con dos caballeros suyos a prisa las envió:
lo que quiera el rey Alfonso eso hará el Campeador.

103
El rey fija plazo para las vistas
Dispónese con los suyos para ir a ellas

Por fin, a aquel rey honrado le presentaron las cartas,
cuando las vio don Alfonso de corazón se alegraba.
"Saludadme a Mío Cid, que en buen hora ciñó espada:
celébrese la entrevista al cumplirse tres semanas;
si yo vivo para entonces me encontraré allí sin falta".
Los mensajeros del Cid ya sin tardar se tornaban.
De una parte y de otra parte a las vistas se preparan.
¿Quién vio nunca por Castilla tanta mula bien preciada,
tanto hermoso palafrén de buen aire y buena marcha,
caballos tan bien criados y corredores sin tacha,
tanto vistoso pendón encajado en buenas astas,
escudos que en medio llevan guarnición de oro y de plata,
cendales de Alejandría, tantos mantos, pieles tantas?
Provisiones abundantes el rey enviar mandaba
a orilla del Tajo, donde la entrevista se prepara.
Un séquito numeroso al rey Alfonso acompaña.
Los infantes de Carrión con gran alegría andan,
mucho compran, unas cosas las deben y otras las pagan,
porque con aquella bodas ellos ya se figuraban
que tendrán cuanto quisieran de oro y plata.
El monarca don Alfonso muy de prisa cabalgaba
con condes y ricos hombres y con muy grandes mesnadas.
Los infantes de Carrión su buen séquito llevaban.
Leoneses y gallegos al rey Alfonso acompañan
y no se pueden contar las mesnadas castellanas.
Allí soltaron las riendas, para la entrevista marchan.

Tirada 104

El Cid y los suyos se disponen para ir a las vistas
Parten de Valencia
El rey y el Cid se avistan a orillas del Tajo.
Perdón solemne dado por el rey al Cid
Convites
El rey pide al Cid sus hijas para los infantes
El Cid confía sus hijas al rey y éste las casa
Las vistas acaban
Regalos del Cid a los que se despiden
El rey entrega los infantes al Cid

Allá dentro de Valencia, Mío Cid Campeador,
sin demora a la entrevista muy bien que se preparó.
Tanta buena mula, tanto palafrén de condición,
muy buenas armas y mucho buen caballo corredor
y tantos mantos y pieles y capas de gran valor.
La gente chicos y grandes, vestidos van de color.
Álvar Fáñez y el buen Pedro Bermúdez aquellos son,
Martín Muñoz es el otro que mandó a Montemayor,
con el Martín Antolínez, ese burgalés de pro,
el obispo don Jerónimo, clérigo de lo mejor,
Álvar Salvadórez y el buen Álvar Álvaroz,
el valiente caballero que llaman Muño Gustioz
y ese Galindo García el que vino de Aragón.
Todos éstos se preparan a ir con el Campeador,
y los demás caballeros que vasallos suyos son.
Al buen Álvar Salvadórez y a Galindo el de Aragón,
a éstos les ha encomendado Mío Cid Campeador
que le guarden a Valencia con alma y con corazón,
y que los demás estén bajo el mando de ellos dos.
De las puertas del alcázar esto Mío Cid mandó:
ni de día ni de noche no las abra nadie, no.
Dentro se queda su esposa, quedan sus hijas las dos,
en las que Cid tiene puestos el alma y corazón,
y todas aquellas damas que sus servidoras son.
Ha dispuesto Mío Cid como prudente varón
que no salgan del alcázar esas damas mientras no
haya tornado a Valencia el que en buen hora nació.
Espuelas pican y el Cid con los suyos se marchó,
caballos de armas llevaban que muy corredores son,
Mío Cid se los ganara, no se los dieron por don.
El Cid va para las vistas que con el rey concertó.
Un día antes que llegue Mío Cid, el rey llegó.
Cuando vieron que venía ese buen Campeador,
a recibirle salieron con grandes muestras de honor.
Al verlos adelantarse, el que en buen hora nació
a todos sus caballeros que parasen los mandó,
menos a unos pocos de ellos que quiere de corazón;
con esos quince vasallos del caballo se apeó,
cual lo tenía pensado, el que en buen hora nació.
De rodillas se echa al suelo, las manos en él clavó,
aquellas yerbas del campo con sus dientes las mordió
y del gozo que tenía el llanto se le saltó.
Así rinde acatamiento a Alfonso, rey de León.
Ante los pies del monarca de esta manera cayó,
no le gusta al rey Alfonso verle en tal humillación:
"Levantáos, levantáos, mi buen Cid Campeador,
besar mis manos os dejo, pero besar los pies no,
si no lo hiciereis así, no os vuelvo mi favor".
Con las rodillas hincadas seguía el Campeador:
"Merced os pido, buen rey, vos, mi natural señor,
que ante vos arrodillado me devolváis vuestro amor,
y puedan oírlo todos los que están alrededor".
Dijo el rey: "Así lo haré con alma y con corazón,
aquí os perdono, Cid, y os vuelvo mi favor,
desde hoy en todo mi reino acogida os doy yo".
Habló entonces Mío Cid, fue a decir esta razón:
"Gracias, el perdón acepto, Alfonso, rey y señor,
al cielo le doy las gracias y después del cielo a vos,
y a todas estas mesnadas que están aquí alrededor".
Con las rodillas hincadas las dos manos le besó,
se levanta y en la boca al rey otro beso dio.

Todos los que están allí se alegran de corazón.
Sólo al conde Garci Ordóñez y a Álvar Díaz les pesó.
Habla entonces Mío Cid, fue a decir esta razón:
"Mucho que se lo agradezco al gran Padre Creador,
porque me ha vuelto su gracia don Alfonso, mi señor,
ahora de día y de noche tendré la ayuda de Dios;
que seáis mi huésped, os ruego, si así os place, señor".
Dijo el rey: "Hacerlo así no sería justo, no,
vos acabáis de llegar, y anoche he llegado yo;
hoy habéis de ser mi huésped, Mío Cid Campeador,
y ya mañana se hará lo que más os plaza a vos".
Bésale la mano el Cid, a su demanda cedió.
Entonces le saludaron los infantes de Carrión:
"Os saludamos ¡oh Cid, que en tan buen hora nació!
en todo lo que podamos amigos somos los dos".
Repuso allí Mío Cid: "¡Quiéralo así el Creador!"
Al en buenhora nacido Mío Cid Campeador,
el rey, aquel día entero, por su huésped le tomó.
No se harta de estar con él, le quiere de corazón,
mucho le mira la barba que tan larga le creció.
A todos los que allí están el Cid los maravilló.
El día ya va pasando y ya la noche se entró.
Otro día de mañana muy claro salía el sol.
Mío Cid el de Vivar a los suyos ordenó
que preparasen cocina para tantos como son;
muy satisfechos quedaron de Mío Cid Campeador,
tenían mucha alegría y todos acordes son
en que no han hecho en tres años una comida mejor.
Otro día de mañana, así como sale el sol,
el obispo don Jerónimo una misa les cantó.
A la salida de misa el rey a todos juntó:
"Infanzones y mesnadas, condes, oíd con atención
el ruego que voy a hacer a Mío Cid Campeador,
que sea para su bien ojalá lo quiera Dios.
Vuestras hijas, Cid, os pido, doña Elvira y doña Sol,
para que casen con ellas los infantes de Carrión.
Me parece el casamiento honroso para los dos,
los infantes os las piden y les recomiendo yo.
Y pido a todos aquellos que están presentes y son
vasallos vuestros o míos, que rueguen en mi favor.
Dádnoslas, pues, Mío Cid, y que os ampare Dios".
"No querría yo casarlas, repuso el Campeador,
que no tienen mucha edad, las dos muy pequeñas son.
De mucho renombre gozan los infantes de Carrión,
buenos son para mis hijas y aún quizá para mejor.
Yo di vida a estas dos niñas, pero las criasteis vos;
a lo que mandéis estamos, rey Alfonso, ellas y yo.
Aquí están, en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol,
dadlas a quien vos queráis, que siempre será en mi honor".
"Gracias, dijo el rey, a todos los de esta corte y a vos".
Entonces se levantaron los infantes de Carrión
y van a besar las manos al que en buenhora nació.
Allí cambian sus espadas con el Cid Campeador
en prenda de pacto. Luego el rey don Alfonso habló:
"Gracias, Cid, a ti, tan bueno y preferido de Dios,
por darme vuestras dos hijas para infantes de Carrión.
En mi mano yo las tomo, doña Elvira y doña Sol,
y por esposos les doy los infantes de Carrión.
A vuestras hijas las caso, la licencia me dais vos,
que en vuestro provecho sea, ojalá lo quiera Dios.
Aquí tenéis, Mío Cid, los infantes de Carrión,
yo me vuelvo desde aquí, con vos irán ellos dos.
Trescientos marcos de plata en ayuda les doy yo,
que los gasten en las bodas o en lo que quisiereis vos.
Cuando hayáis llegado todos a Valencia la mayor
vuestras hijas y los yernos, que ya vuestros hijos son.
haced de ellos cual os plazca, Mío Cid Campeador".
Recíbelos Mío Cid, al rey las manos besó:
"Mucho que os lo agradezco, como a mi rey y señor,
vos me casáis a mis hijas, no soy quien las casa yo".
La palabra está empeñada, las promesas dadas son,
al otro día de mañana, en cuanto saliere el sol,
cada cual se tornará allí de donde salió.
Grandes cosas hizo entonces Mío Cid Campeador,
vierais allí gruesas mulas, palafrenes de valor,
tantas buenas vestiduras que de mucho coste son,
todo aquello de regalo el Cid Ruy Díaz lo dio
a aquellos que se lo piden, y a nadie dijo que no.
Sesenta de sus caballos regala el Campeador.
Muy contentos se van todos de aquella gran reunión,
tenían que separarse, que ya la noche llegó.

El rey a los dos infantes de la mano los cogió,
y así se los fue a entregar a Mío Cid Campeador.
"Aquí tenéis vuestros hijos, pues que yernos vuestros son:
desde hoy como queráis, Mío Cid, mandadlos vos;
que os sirvan como padre y os guarden como señor".
"Mucho lo agradezco, rey. Quiero aceptar vuestro don.
Dios que en los cielos está os dé muy buen galardón".

105
El Cid no quiere entregar las hijas por sí mismo
Minaya será representante del rey

"Ahora una merced os pido, a vos mi rey natural:
ya que casáis a mis hijas según vuestra voluntad,
nombrad vos quien las entregue, mis manos no las darán
y los infantes de eso no se podrán alabar".
Respondió el rey: "Este buen Álvar Fáñez lo será.
Cogedlas y a los infantes se las iréis a entregar
tal como lo hago yo ahora, cual si fuese de verdad,
en todas las velaciones las tenéis que apadrinar,
cuando volvamos a vernos todo se me ha de contar".
Dijo Álvar Fáñez: "Señor, pláceme de voluntad".

106
El Cid se despide del rey
Regalos

Todas las cosas se hicieron como se habían pensado.
Dijo el Cid: "Rey don Alfonso, señor mío tan honrado,
en recuerdo de estas vistas, quered aceptarme algo.
Traigo treinta palafrenes, todos bien enjaezados,
treinta caballos ligeros, todos muy bien ensillados,
aceptadlos y dejadme, señor, besaros las manos".
"Mío Cid, me tenéis ya de tanto obsequio colmado.
Estos caballos acepto que vos me habéis regalado,
y que quiera el Creador y con Él todos los santos
que ese placer que me dais os sea muy bien premiado.
Cid Ruy Díaz de Vivar, vos mucho me habéis honrado,
me servís muy bien y estoy contento de tal vasallo.
Si Dios me da vida, Cid, yo os premiaré con algo.
Al Señor os encomiendo, de esta entrevista me marcho
y Dios quiera dar buen fin a lo que aquí concertamos".

107
Muchos del rey se van con el Cid a Valencia
Los infantes acompañados por Pedro Bermúdez

En su caballo Babieca el Cid Ruy Díaz montó:
"Aquí lo quiero decir ante mi rey y señor:
quien desee ir a las bodas o recibir algún don
puede venirse conmigo, no habrá de perderlo, no".
De su señor don Alfonso el Cid ya se despidió,
no quiere que le acompañe, de él allí se separó.
Vierais allí caballeros, y muy apuestos que son,
besar las manos al rey Alfonso en señal de adiós.
"Concedednos vuestra gracia y dadnos vuestro perdón,
al mando del Cid nos vamos a Valencia la mayor.
Veremos las bodas de los infantes de Carrión
y de las hijas del Cid doña Elvira y doña Sol".
Mucho que le place al rey y a todos permiso dio,
crece el séquito del Cid, pero el del rey se amenguó,
mucha gente es la que va con Mío Cid Campeador.
Para Valencia caminan la que en buenhora ganó.
A don Diego y don Fernando por compañía les dio
al buen don Pedro Bermúdez, al buen don Muño Gutioz;
no tiene el Cid en su casa un caballero mejor.
Ellos así irán sabiendo cómo son los de Carrión.
Con ellos va Ansur González, bullanguero y hablador,
muy largo de lengua era y no tanto de valor.
Muchas honras hacen a los infantes de Carrión.
Ya los tenéis en Valencia, la que Mío Cid ganó.
Y cuando más se acercaron su alegría era mayor.
A don Pedro y a don Muño les dice el Campeador:
"Que tengan un buen albergue los infantes de Carrión
y vos quedáos con ellos, que así os lo mando yo.
Cuando venga la mañana y en cuanto que apunte el sol
a sus esposas verán, doña Elvira y doña Sol."

108
El Cid anuncia a Jimena el casamiento

Al llegar la noche todos se marcharon a sus casas,
Mío Cid Campeador en el alcázar entraba,
Doña Jimena y sus hijas allí dentro le esperaban
"¿Sois vos, Cid Campeador, que en buenhora ciñó espada?
Por muchos años os vean los ojos de nuestras caras".
"Gracias a nuestro Señor aquí estoy, mujer honrada,
conmigo traigo dos yernos que gran honra nos deparan:
agradecédmelo, hijas, porque estáis muy bien casadas".

109
Doña Jimena y las hijas se muestran satisfechas

Allí le besan las manos su mujer y sus dos hijas
y todas las otras damas de quien ellas se servían.
"Gracias a Dios y a vos gracias, Cid, de la barba crecida,
cosas que vos decidáis son cosas bien decididas.
Nada les ha de faltar, mientras viváis, a mis hijas".
"Padre, cuando nos caséis seremos las dos muy ricas".

110
El Cid recela del casamiento

"Mi mujer, doña Jimena, sea lo que quiera Dios.
A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol,
que con este casamiento ganaremos en honor,
pero sabed que estas bodas no las he arreglado yo:
os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor.
Lo hizo con tanta firmeza, tan de todo corazón,
que a aquello que me pedía no supe decir que no.
Así en sus manos os puse, hijas mías, a las dos.
Pero de verdad os digo: él os casa, que no yo".

111
Preparativos de las bodas
Presentación de los infantes Minaya entrega las esposas a los infantes
Bendiciones y misa
Fiestas durante quince días
Las bodas acaban, regalos a los convidados
El juglar se despide de sus oyentes

Entonces se comenzó a adornar todo el palacio,
los suelos y las paredes con tapices los taparon,
telas de púrpura y seda y muchos paños preciados.
¡Cuánto gusto os daría comer en aquel palacio!
Los caballeros del Cid todos se fueron juntando.
Van entonces a buscar a don Diego y don Fernando:
ya cabalgan los infantes, caminan para palacio
con muy buenas vestiduras, ricamente ataviados.
¡Qué bien y con qué humildad e el alcázar entraron!
Los recibe Mío Cid, con el todo sus vasallos.
Al Cid y a doña Jimena los infantes saludaron;
luego fueron a sentarse en un magnífico escaño.
Todos los de Mío Cid, prudentes y mesurados,
tenían puesta la vista en su señor bienhadado.
El Campeador Ruy Díaz entonces se ha levantado:
"Ya que tenemos que hacerlo, no hay para qué retardarlo:
venid acá, buen Minaya, a quien tanto quiero y amo,
aquí tenéis mis dos hijas, póngolas en vuestras manos.
Sabéis que con don Alfonso en hacerlo así quedamos,
en nada quiero faltar a lo que está concertado:
dárselas a los infantes de Carrión con vuestras manos,
que la bendición reciban y esto se vaya acabando".
Álvar Fáñez contestó: "Yo lo haré de muy buen grado".
Las dos se ponen en pie, él las cogió de la mano,
y a los de Carrión, Minaya así entonces les va hablando:
"Ante Álvar Fáñez estáis presentes los dos hermanos;
por mano del rey Alfonso, que me lo tiene mandado,
estas damas os entrego -y son las dos hijasdalgo-,
tomadlas vos por mujeres para honra y bien de los cuatro".
Recíbenlas los infantes de corazón y buen grado,
al Cid y a doña Jimena les van a besar la mano.
Cuando hubieron hecho esto se salieron del palacio,
todos a Santa María de prisa se encaminaron.
El obispo don Jerónimo revistióse apresurado
y en la puerta de la iglesia ya los estaba esperando,
bendiciones les echó, la misa les ha cantado.
Cuando salen de la iglesia cabalgan a muy buen paso,
al arenal de Valencia todos los del Cid marcharon.
¡Dios, qué bien que juegan armas Ruy Díaz y sus vasallos!
El que en buenhora nació tres veces mudó el caballo.
Satisfecho se halla el Cid de lo que estaba mirando.
Buenos jinetes allí los de Carrión se mostraron.
Con las damas se volvieron y ya en Valencia han entrado,
muy ricas bodas se hacen en el hermoso palacio.
Al otro día el Cid manda que planten siete tablados
y, antes de comer, las tablas de los siete derribaron.
Quince días bien cumplidos aquellas bodas duraron
y al cabo de ellas empiezan a marcharse los hidalgos.
Ruy Díaz el de Vivar, Mío Cid el bienhadado,
entre mulas, palafrenes y corredores caballos
lo menos un centenar de bestias ha regalado
y además muchos vestidos y ricas pieles y mantos,
y dinero de oro y plata que no es posible contarlo.
También se ponen de acuerdo de Mío Cid los vasallos
y a todos los invitados hicieron buenos regalos.
Al que algo quiere llevarse bien que le llenan las manos;
ricos vuelven a Castilla los que a las bodas llegaron.
Ya todos aquellos huéspedes de Valencia van marchando,
despídense de Ruy Díaz, Mío Cid el bienhadado,
despídense de las damas y de todos los hidalgos,
muy satisfechos se marchan del Cid y de sus vasallos.
Agradecidos hablaban de lo bien que les trataron.
También están muy alegres don Diego y don Fernando,
los infantes de Carrión, hijos del conde Gonzalo.
Ya han regresado a Castilla los huéspedes invitados,
Mío Cid y sus dos yernos en Valencia se han quedado.
Allí moran los infantes muy cerca de los dos años,
en Valencia todo el mundo hacíales agasajos.
Muy contento estaba el Cid, muy contentos sus vasallos.
Ojalá quiera la Virgen María y el Padre Santo
que salgan bien estas bodas al que así las ha casado.
Las coplas de este cantar aquí se van acabando.
Que Dios creador os valga y con Él todos sus santos.



Cantar tercero

La afrenta de Corpes

Tirada 112

Suéltase el león del Cid
Miedo de los infantes de Carrión
El Cid amansa al león
Vergüenza de los infantes

Estaba el Cid con los suyos en Valencia la mayor
y con él ambos sus yernos, los infantes de Carrión.
Acostado en un escaño dormía el Campeador,
ahora veréis qué sorpresa mala les aconteció.
De su jaula se ha escapado, y andaba suelto el león,
al saberlo por la corte un gran espanto cundió.
Embrazan sus mantos las gentes del Campeador
y rodean el escaño protegiendo a su señor.
Pero Fernando González, el infante de Carrión,
no encuentra dónde meterse, todo cerrado lo halló,
metióse bajo el escaño, tan grande era su terror.
El otro, Diego González, por la puerta se escapó
gritando con grandes: "No volveré a ver Carrión.
"Detrás de una gruesa viga metióse con gran pavor
y, de allí túnica y manto todos sucios los sacó.
Estando en esto despierta el que en buen hora nació
y ve cercado el escaño suyo por tanto varón.
"¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis aquí alrededor?"
"Un gran susto nos ha dado, señor honrado, el león."
Se incorpora Mío Cid y presto se levantó,
y sin quitarse ni el manto se dirige hacia el león:
la fiera cuando le ve mucho se atemorizó,
baja ante el Cid la cabeza, por tierra la cara hincó.
El Campeador entonces por el cuello le cogió,
como quien lleva un caballo en la jaula lo metió.
Maravilláronse todos de aquel caso del león
y el grupo de caballeros a la corte se volvió.
Mío Cid por sus yernos pregunta y no los halló,
aunque los está llamando no responde ni una voz.
Cuando al fin los encontraron, el rostro traen sin color
tanta broma y tanta risa nunca en la corte se vio,
tuvo que imponer silencio Mío Cid Campeador.
Avergonzados estaban los infantes de Carrión,
gran pesadumbre tenían de aquello que les pasó.

113
El rey Búcar de Marruecos ataca a Valencia

Así estaban los infantes dolidos de gran pesar,
cuando fuerzas de Marruecos Valencia quieren cercar.
Allí en el campo de Cuarto van los moros a acampar,
cincuenta mil tiendas grandes allí plantadas están.
Mandábalos el rey Búcar, de quien habréis oído hablar.

114
Los infantes temen la batalla
El Cid los reprende.

Al Cid y a todos los suyos gran contento les entró,
van a tener más ganancias y dan las gracias a Dios.
Pero mucho lo sintieron los infantes de Carrión,
y al ver tanta tienda mora muy poco gusto les dio.
Entonces los dos hermanos se apartaron a un rincón:
"Calculamos las ganancias, pero los peligros no.
Ahora aquí en esta batalla tendremos que entrar los dos,
me parece que ya nunca volveremos a Carrión
y que enviudarán las hijas de Mío Cid Campeador."
Aunque hablaban en secreto, los oye Muño Gustioz
y fue a contarlo en seguida a Rodrigo su señor.
"Ahí tenéis a vuestros yernos. De tan valientes que son
al ir a entrar en batalla echan de menos Carrión.
Idlos vos a consolar, por amor del Creador,
que no entren en la batalla y se estén en paz los dos.
Con vos nos basta a nosotros y ya nos valdrá el Señor."
Mío Cid el de Vivar muy sonriente salió:
"Dios os guarde, yernos míos, los infantes de Carrión,
mis hijas en vuestros brazos están, más blancas que el sol.
Yo suspiro por batallas y vosotros por Carrión.
Quedáos aquí en Valencia, holgad a vuestro sabor,
que de luchar con los moros ya entiendo bastante yo
y a derrotarlos me atrevo con merced del Creador."

115
Mensaje de Búcar
Espolonada de los cristianos
Cobardía del infante Fernando
(Laguna el manuscrito: cincuenta versos que se suplen con el texto de la "Crónica de veinte reyes.")
Generosidad de Pedro Bermúdez

Cuando estaban hablando de esto envió el rey Búcar al Cid que le dejase Valencia y se marchase en paz; que, si no, le pagaría todo lo que había hecho. El Cid dijo a aquél que trajera el mensaje: "Id a decir a Búcar, a aquel hijo de enemigos, que antes de tres días ya le daré yo lo que pide."
Al día siguiente mandó el Cid que se armasen todos los suyos y salió contra los moros. Los infantes de Carrión le pidieron entonces atacar en primer lugar, y cuando el Cid ya tuvo formadas sus filas, don Fernando, uno de los infantes, se adelantó para ir a atacar a un moro llamado Aladraf. El moro, cuando le vio, arrancó también contra él, y el infante, con el gran miedo que le infundió el moro, volvió riendas y huyó, y ni siquiera se atrevió a esperarle.
Pedro Bermúdez, que iba junto a él, cuando vio aquello fue a atacar el moro, luchó con él y le mató. Luego cogió el caballo del moro y se fue tras el infante que iba huyendo, y díjole: "Don Fernando, tomad este caballo y decid a todos que vos matasteis al moro, su dueño, y yo lo atestiguaré."

El infante le dijo: "Don Pedro, mucho os agradezco lo que decís."

"Ojalá llegue algún día en que esto pueda ser pagado."
Allí el infante y don Pedro los dos juntos se tornaron.
Don Pedro dice que es cierto lo que cuenta don Fernando.
Mucho le ha gustado el Cid y también a sus vasallos.
"Todavía creo yo, si quiere el que está en lo alto,
que luchando en campo abierto mis dos yernos serán bravos".
Así hablaba el Cid, y mientras las fuerzas se iban juntando
y en las huestes de los moros los tambores van sonando;
por maravilla lo tienen muchos que aquellos cristianos
que nunca vieran tambores porque son recién llegados.
Más que todos se asombraban don Diego y don Fernando;
si atendieran a su gusto de allí se habrían marchado.
Oíd ahora lo que habló Mío Cid el bienhadado:
"Ven acá, Pedro Bermúdez, tú, mi sobrino tan caro,
cuídame tú de don Diego, cuídame de don Fernando,
que los dos son yernos míos y cosa que mucho amo.
Los moros, si Dios ayuda, no han de quedar en el campo."

116
Pedro Bermúdez se desentiende de los infantes
Minaya y don Jerónimo piden el primer puesto en la batalla

"Yo os digo, Mío Cid, y espero esa caridad,
que este día los infantes por ayo no me tendrán,
acompáñelos quien quiera, que a mí poco se me dan.
Yo en vanguardia con los míos los moros iré a atacar
y vos con los vuestros, Cid, aquí a retaguardia estad,
y si hubiere algún peligro ya me vendréis a ayudar."
El buen Minaya Álvar Fáñez entonces se fué a acercar:
"Escuchad lo que os digo, Cid Campeador leal,
esta batalla de ahora el Señor es quien la hará,
vos gozáis de su favor, y con vos ha de luchar.
Decidnos a cada uno dónde tiene que atacar
y todos su obligación cual vos mandéis cumplirán.
Con Dios y con vuestra suerte veamos lo que va a pasar."
Mío Cid dijo: "No hay prisa, tengamos tranquilidad."
Llega entonces don Jerónimo, muy armado que está,
delante de Mío Cid se fue el obispo a parar:
"Hoy os he dicho la misa de la Santa Trinidad;
si he salido de mi tierra y aquí os vine a buscar
es por ganas que tenía de algunos moros matar,
honrar quiero yo mis armas y mi orden sacerdotal
y ser en esta batalla quien primero atacará.
Traigo yo pendón y armas que de lejos se verán,
si así place al Creador hoy las querría ensayar,
porque así mi corazón tranquilo se quedará,
y vos, Mío Cid, por eso aún me estimaríais más.
Si ese favor no me hacéis de aquí me quiero marchar"
Dijo entonces Mío Cid: "Tal como queréis se hará,
allí estan los moros, id vuestras armas a probar,
de aquí veremos nosotros qué tal pelea el abad."

117
El obispo rompe la batalla
El Cid acomete
Invade el campamento de los moros

El obispo don Jerónimo hizo una buena arrancada
y fue a atacar a los moros allí donde ellos acampan.
Por la suerte que tenía y por lo que Dios le amaba
de sus dos golpes primeros dos enemigos mataba.
Ya tiene rota la lanza y metió mano a la espada.
¡Cómo se esfuerza el obispo, Dios mío, qué bien luchaba!
A dos mató con la lanza y ahora cinco con la espada.
Pero son muchos los moros y en derredor le cercaban,
muy grandes golpes le dieron, pero la armadura aguanta.
Mío Cid el bienhadado los ojos en él clavaba,
por fin embraza el escudo, baja el astil de la lanza
y espolea a su Babieca, el caballo que bien anda:
ya va a atacar a los moros con el corazón y el alma.
Entre las filas primeras el Campeador se entraba,
a siete tira por tierra, y a otros cuatro los mataba.
Así empieza la victoria que aquel día fue lograda.
Mío Cid con sus vasallos detrás de los moros anda.
Vierais romper tantas cuerdas y quebrar tantas estacas
y con sus labrados postes tiendas que se desplomaban.
Los del Cid a los de Búcar fuera de sus tiendas lanzan.

118
Los cristianos persiguen al enemigo
El Cid alcanza y mata a Búcar
Gana la espada Tizón

De sus tiendas les arrojan y persiguiéndoles van:
Vierais allí tantos brazos con sus lorigas cortar,
tantas cabezas con yelmo por aquel campo rodar
y los caballos sin amo correr de aquí para allá.
Aquella persecución siete millas fue a durar.
Mío Cid a aquel rey Búcar a los alcances le va:
"Vuélvete, Búcar, decía, viniste de allende el mar
y al Cid de la barba grande cara a cara has de mirar,
los dos, hemos de besarnos, pactaremos amistad."
Repuso Búcar: "¡Que Dios confunda a un amigo tal!
Espada tienes en mano y te veo espolear,
se me figura que quieres en mí tu espada ensayar.
Mas si no cae mi caballo y ningún tropiezo da,
no te juntarás conmigo como no sea en el mar."
Responde entonces el Cid: "Esto no será verdad."
Buen caballo tiene Búcar, grandes saltos le hace dar,
pero Babieca el del Cid a los alcances le va.
Mío Cid alcanza a Búcar a tres brazas de la mar,
alza su espada Colada, un fuerte golpe le da,
los carbunclos de su yelmo todos se los fue a arrancar,
luego el yelmo y la cabeza le parte por la mitad,
hasta la misma cintura la espada fue a penetrar.
El Cid ha matado a Búcar aquel rey de allende el mar,
ganó la espada Tizona, mil marcos de oro valdrá.
Batalla maravillosa y grande supo ganar.
Aquí se honró Mío Cid y cuantos con él están.

119
Los del Cid vuelven del alcance
El Cid, satisfecho de sus yernos; ellos, avergonzados
Ganancias de la victoria

Con las ganancias que han hecho a Valencia iban tornando;
cada cual va recogiendo lo que encuentra por el campo.
Por fin a las tiendas llegan con su señor bienhadado.
Mío Cid Rodrigo Díaz, Campeador afamado:
viene con sus dos espadas, las dos que él estima tanto,
por el campo de batalla al correr de su caballo;
la cara trae descubierta, capucha y yelmo quitados,
la cofia a medio poner sobre el pelo descansando.
Ya por todas partes van llegando sus vasallos.
El Campeador entonces algo ve que le ha gustado,
alza la vista y se queda hacia adelante mirando:
por allí ha visto venir a don Diego y don Fernando
los infantes de Carrión, hijos del conde Gonzalo.
Alégrase Mío Cid, sonriente les ha hablado:
"¿Sois vosotros, yernos míos? Por hijos os tengo a ambos,
ya sé que estáis muy contentos de lo bien que habéis luchado,
a Carrión mandaré yo mensajeros a contarlo,
también dirán que al rey Búcar la batalla le ganamos.
Fío en Dios nuestro Señor y fío en todos sus santos
que de esta victoria todos saldremos muy bien pagados."
Álvar Fáñez de Minaya en este instante ha llegado,
escudo al cuello, con mucha señal de espada marcado;
de los golpes de las lanzas Minaya no hacía caso
y aquellos que se los dieron con ninguno le acertaron.
Le va por el codo abajo mucha sangre chorreando,
arriba de veinte moros Minaya había matado:
"Gracias a Nuestro Señor, el Padre que está en lo alto,
y a vos gracias, Mío Cid de Vivar el bienhadado.
A su rey Búcar matasteis, la batalla les ganamos,
para vos son estos bienes y para vuestros vasallos.
También vuestros yernos, Cid, hoy aquí se han señalado,
están hartos de lidiar con los moros en el campo."
Dijo el Cid: "Contento estoy de que así se hayan portado,
si hoy ya son buenos, mañana aún habrán de ser bravos."
De verdad lo dijo el Cid y ellos lo toman a escarnio.
Todas aquellas ganancias a Valencia ya han llegado,
alegre está Mío Cid como todos sus vasallos,
a cada cual le tocó de ración seiscientos marcos.
Los yernos de Mío Cid aquel dinero tomaron
que les toca del botín y lo ponen a recaudo,
creen que en todos sus días ya nada habrá de faltarlos.
Todo el mundo allí en Valencia iba muy bien arreado,
comía a su placer y llevaba buenos mantos.
Gran alegría que tienen Mío Cid y sus vasallos.

120
El Cid, satisfecho de su victoria y de sus yernos
(Repetición)

Gran día fue aquel en la corte del Campeador,
la batalla la ganaron y él al rey Búcar mató.
Alza Mío Cid la mano, la barba se acarició:
"Gracias a Cristo que es de todo el mundo Señor,
hoy por fin he visto eso que tanto quería yo,
y es que mis yernos lucharon conmigo en campo los dos.
He de mandar mensajeros a que cuenten en Carrión
que nos son de gran provecho y pelean con valor."

Tirada 121

Reparto del botín

Muy grandes son las ganancias del Cid y de sus vasallos,
a más de lo que tenían lo que ahora les ha tocado.
Mandó Mío Cid Ruy Díaz de Vivar el bienhadado
que de aquel botín tan grande que en la batalla ganaron
a cada cual se le dé lo que es justo en el reparto
y que el quinto que a él le toca tampoco fuese olvidado.
Todos lo hicieron así y muy cuerdos se mostraron.
De su quinta parte tocan al Cid seiscientos caballos
y acémilas de otras clases y muchos camellos, tantos
que de los muchos que había no fue posible contarlos.

122
El Cid, en el colmo de su gloria, medita dominar a Marruecos
Los infantes, ricos y honrados en la corte del Cid

Tales ganancias ha hecho Mío Cid Campeador:
"Gracias a Dios de los cielos y de este mundo Señor,
ahora me sobra riqueza, antes todo me faltó,
tengo bienes, oro y tierras, heredades de valor,
y a mis hijas las casé con infantes de Carrión,
gano todas las batallas por gracia del Creador
y moros como cristianos de mí tienen gran pavor.
Por Marruecos, donde están las mezquitas, va la voz
de que una noche a asaltarlos llegará el Campeador.
Ellos así se lo temen, pero no lo pienso yo:
no tengo que ir a buscarlos, en Valencia estoy mejor,
que ellos me darán tributo si así lo quisiera Dios,
y a mí me lo pagarán o a quien les designe yo.
Muy grandes gozos tenían en Valencia la mayor
todas aquellas mesnadas de Mío Cid Campeador
por la victoria en que habían luchado de corazón;
también los yernos del Cid contentos están los dos,
valía cinco mil marcos la parte que les tocó:
por muy ricos se tenían los infantes de Carrión.
Todos van hacia la corte de Mío Cid Campeador,
allí estaba don Jerónimo, aquel obispo de pro,
Álvar Fáñez de Minaya, caballero luchador,
y otros muchos que en su casa el Campeador crió.
Cuando entraron en la corte los infantes de Carrión
fue a recibirlos Minaya en nombre de su señor:
"Venid acá; mis parientes, honra ganamos por vos."
De verlos llegar se alegra Mío Cid Campeador:
"Yernos míos, aquí está mi mujer, dama de pro,
aquí están ambas mis hijas, doña Elvira y doña Sol:
que os abracen, infantes, y os sirvan de corazón.
Gracias a Santa María, madre de Nuestro Señor,
de estos casamientos vuestros iréis ganando en honor.
Buenos mensajes irán a las tierras de Carrión."

123
Vanidad de los infantes
Burlas de que ellos son objeto

Entonces empieza a hablar el infante don Fernando:
"Gracias a Dios Creador, y a vos, Mío Cid honrado,
tantos bienes poseemos que no pueden ser contados,
por vos ganamos en honra y por vos hemos luchado,
a los moros que vencimos allí en el campo y matamos
a aquel rey que los mandaba, Búcar, un traidor probado.
Pensad, Cid, en vuestras cosas, lo nuestro está en buenas manos."
Los vasallos de Mío Cid sonríen al escucharlos:
que en perseguir unos, otros en luchar, se señalaron
y en ninguna parte vieron a don Diego y don Fernando.
Por todas aquellas burlas que en la corte les gastaron,
y porque siempre con risas los están escarmentando,
los infantes de Carrión tienen pensamientos malos.
Se fueron a hablar aparte, bien se ve que son hermanos.
Pero aquello que ellos traman no queremos ni escucharlo.
"Vámonos para Carrión, ya hace mucho que aquí estamos,
son tan crecidos los bienes que aquí no hemos ganado
que aunque viviéramos mucho no podríamos gastarlos."

124
Los infantes deciden afrentar a las hijas del Cid
Piden al Cid sus mujeres para llevarlas a Carrión
EI Cid accede
Ajuar que da a sus hijas
Los infantes dispónense a marchar
Las hijas despídense del padre

"Pidamos nuestras mujeres a este Cid Campeador.
Diremos que las llevamos a heredades de Carrión
para que vean allí las tierras que nuestras son.
Saquémoslas del amparo de Mío Cid Campeador,
y por el camino haremos lo que nos plazca a los dos
antes que nos pidan cuentas por aquello del león.
De gran linaje venimos, somos condes de Carrión.
Muchos bienes nos llevamos que valen mucho valor,
escarnio haremos a las hijas del Campeador.
Con estos bienes seremos ya ricos hombres los dos:
podremos casar con hija de rey o de emperador.
De gran linaje venimos, somos condes de Carrión;
escarnio haremos a las hijas del Campeador
antes que nos pidan cuentas por aquello del león."
Después de puestos de acuerdo a la corte van los dos,
hicieron callar a todos, Fernán González habló:
"Nuestro Señor os bendiga, Mío Cid Campeador,
pedimos a vuestra esposa, pedimos primero a vos
y a Minaya y a los otros que están aquí alrededor
que nos den nuestras mujeres, esposas por bendición,
para llevarlas a aquellas tierras nuestras de Carrión:
de lo que en arras les dimos tomaran ya posesión
y así verán vuestras hijas las tierras que nuestras son,
y que han de ser de los hijos que nos nazcan a los dos."
No receló ningún mal Mío Cid Campeador:
"Llevadlas y de algo mío yo les haré donación;
vosotros disteis por arras unas villas de Carrión,
yo quiero darles ahora tres mil marcos de valor,
y mulas y palafrenes que de buena talla son
y unos veloces caballos de montar para los dos
y trajes y vestiduras de oro y seda en profusión.
Os daré mis dos espadas, Colada y Tizona; no
olvidéis que las gané en el campo, a lo varón
si os entrego a mis hijas por hijos os tengo yo.
Para allá os me lleváis las telas de corazón.
Que sepan allí en Castilla y en Galicia y en León
con qué riqueza tan grande hoy os despido a los dos.
Servid bien a mis dos hijas, que vuestras mujeres son,
que si las sirviereis bién os daré buen galardón."
A todo dicen que sí los infantes de Carrión.
Sus hijas les ha entregado Mío Cid Campeador,
y empiezan a recibir lo que el Cid les regaló.
Cuando ya estuvieron hartos de recibir tanto don
mandan cargar las acémilas los infantes de Carrión.
Mucho rebullicio había por Valencia la mayor,
cada cual sus armas coge, en su caballo montó
por despedir a las hijas del Cid, que van a Carrión.
Iba a comenzar la marcha la despedida llegó.
Entonces las dos hermanas doña Elvira y doña Sol
van a hincarse de rodillas ante el Cid Campeador:
"Merced os pedimos, padre, válgaos el Creador,
vos nos habéis engendrado, nuestra madre nos parió,
señor y señora nuestros, estáis delante los dos.
Ahora, padre, nos mandáis a las tierras de Carrión
y fuerza nos es cumplir aquello que mandáis vos.
Así merced os pedimos, nuestro buen padre y señor,
que mandéis noticias vuestras a las tierras de Carrión."
Las abraza y en la boca las besa el Cid a las dos.

125
Jimena despide a sus hijas
El Cid cabalga para despedir a los viajeros
Agüeros malos

Esos abrazos y besos la madre dobles los daba:
"Id con Dios, dijo, hijas mías y que el Creador os vaga,
el amor de vuestro padre y el mío os acompañan.
Id a Carrión, que tenéis allí heredades y casas;
me parece a mí, hijas mías, que os tengo bien casadas."
A su padre y a su madre las dos manos besaban,
les dan el Cid y su esposa su bendición y su gracia.
Ya don Rodrigo y los suyos a cabalgar empezaban,
llevan muy ricos vestidos, muchos caballos y armas.
Los infantes de Carrión dejan Valencia la clara,
adiós dijeron a sus compañeros y a las damas.
Por la puerta de Valencia salen corriendo las armas,
alegre va Mío Cid y aquellos que le acompañan.
Pero ha visto en los agüeros Mío Cid bien a las claras
que aquellos dos casamientos han de tener una tacha.
Mas no puede arrepentirse, que ya casadas estaban.

126
El Cid envía con sus hijas a Félez Muñoz
Último adiós. El Cid torna a Valencia
Los viajeros llegan a Molina
Abengalbón les acompaña a Medina
Los infantes piensan matar a Abengalbón

"¿Dónde estás, sobrino mío, dónde estás, Félez Muñoz?
Primo de mis hijas eres, quiéreslas de corazón;
mando que vayas con ellas hasta el mismo Carrión,
que veas las heredades que para mis hijas son
y que con esa noticia vuelvas al Campeador."
Félez Muñoz le contesta: "Con alma y con corazón."
El buen Minaya Álvar Fáñez ante Mío Cid paró:
"Mío Cid, volvamos ya a Valencia la mayor,
que si así nos lo permite Nuestro Padre y Creador
un día iremos a verlas a esas tierras de Carrión."
"A Dios os encomendamos, doña Elvira y doña Sol;
portáos como sabéis que a mí me gusta las dos."
Allí añadieron los yernos:. "Ojalá lo quiera Dios."
Grandes sentimientos hubo en esa separación:
el padre con las dos hijas lloraba de corazón,
igual hacen los vasallos de Mío Cid Campeador.
"Escucha sobrino mío, escucha Félez Muñoz,
que descanséis en Molina una noche quiero yo
por saludar a mi amigo el buen moro Abengalbón;
que reciba a mis dos yernos como él sepa mejor;
dile que envío a mis hijas allá a tierras de Carrión;
en lo que ellas necesiten, que las sirva a su sabor,
y que luego hasta Medina las acompañe a las dos.
Por todo lo que él hiciere le daré buen galardón."
Como la uña de la carne el Cid de allí se arrancó.
Ya vuelve para Valencia el que en buenhora nació
y siguen por su camino los infantes de Carrión.
Al llegar a Albarracín todo el mundo descansó,
al otro día de prisa cabalgan los de Carrión,
ya llegaron a Molina, que es del moro Abengalbón.
El moro cuando lo supo se alegra de corazón
y con muchos alborozos a recibirlos salió.
¡Qué bien que los sirve en todo aquello que se ofreció:
Al otro día con ellos el buen moro cabalgó
y doscientos caballeros que a acompañarlos mandó.
Ya atravesaron la sierra, la que llaman de Luzón,
el valle del Arbujuelo pasan, y junto al Jalón
en lo que Ansarera llaman el descanso se tomó.
A las dos hijas del Cid regalos el moro dio
y dos hermosos caballos ofrece a los de Carrión.
Lo hace todo por cariño a Mío Cid Campeador.
Cuando ven tantas riquezas como el buen moro sacó
allí entre los dos hermanos urdieron una traición.
"Cuando dejemos a las hijas del Campeador
si pudiéramos matar a este moro Abengalbón
esas riquezas que él tiene serían para los dos.
Tan seguro lo tendremos como aquello de Carrión
y no podrá exigirnos nada el Cid Campeador."
Mientras que estaban urdiendo los infantes su traición
un moro que el castellano sabía los entendió
y sin guardar el secreto se lo dice a Abengalbón.
"No te fíes de esos hombres, yo te lo digo, señor,
que tu muerte están tramando los infantes de Carrión."

127
Abengalbón se despide amenazando a los infantes

Ese buen de Abengalbón, moro valiente y leal,
con doscientos caballeros jugando las armas va;
delante de los infantes por fin se viene a parar,
esto que les dice el moro mucho gusto no les da:
"Si no fuera por respeto a Mío Cid de Vivar,
haría yo con vosotros algo que diese que hablar:
devolvería sus hijas al Campeador leal
y vosotros a Carrión no tornaríais jamás."

128
El moro se torna a Molina, presintiendo la desgracia de las hijas del Cid
Los viajeros entran en el reino de Castilla
Duermen en el robledo de Corpes
A la mañana quédanse solos los infantes con sus mujeres y se preparan a maltratarlas.
Ruegos inútiles de doña Sol
Crueldad de los infantes

"Decidme: ¿qué os he hecho, infantes de Carrión?
Yo sin malicia os sirvo, vos tramáis mi perdición.
De vosotros me separo, gente mala y de traición.
Con vuestro permiso marcho, doña Elvira y doña Sol,
poco me importa la fama de infantes de Carrión.
Quiera Dios, y así lo mande, Él que de todo es Señor,
que de estas bodas resulte contento el Campeador."
Esto les ha dicho el moro y para atrás se tornó.
Iban jugando las armas cuando pasan el Jalón,
como hombre de buen seso a Molina se volvió.
Ya se marchan de Ansarera los infantes de Carrión,
de día y de noche andan, no se dan descanso, no,
dejan a la izquierda Atienza, un fortísimo peñón,
ya la gran sierra de Miedes detrás de ellos se quedó
y por esos montes Claros cabalgan más y mejor.
A un lado dejan a Griza, la que Álamos pobló,
y las cuevas donde a Elfa este Álamos encerró.
San Esteban de Gormaz allá a la diestra se vio.
En el robledal de Corpes entraron los de Carrión,
las ramas tocan las nubes, muy altos los montes son
y muchas bestias feroces rondaban alrededor.
Con una fuente se encuentran y un pradillo de verdor.
Mandaron plantar las tiendas los infantes de Carrión
y esa noche en aquel sitio todo el mundo descansó.
Con sus mujeres en brazos señas les dieron de amor.
¡Pero qué mal se lo cumplen en cuanto que sale el sol!
Mandan cargar las acémilas con su rica cargazón,
mandan plegar esa tienda que anoche los albergó.
Sigan todos adelante, que luego irán ellos dos:
esto es lo que mandaron los infantes de Carrión.
No se quede nadie atrás, sea mujer o varón,
menos las esposas de ellos, doña Elvira y doña Sol,
porque quieren solazarse con ellas a su sabor.
Quédanse solos los cuatro, todo el mundo se marchó.
Tanta maldad meditaron los infantes de Carrión.
"Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol:
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león."
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
"Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios,
sendas espadas tenéis de buen filo tajador,
de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son.
Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos,
así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción,
que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no.
No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor,
si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos,
y en juicio o en corte han de pediros la razón."
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
esforzándose por ver quién les pegaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.

129
Los infantes abandonan a sus mujeres
(Serie gemela)

Lleváronse los infantes los mantos y pieles finas
y desmayadas las dejan, en briales y camisas,
entre las aves del monte y tantas fieras malignas.
Por muertas se las dejaron, por muertas, que no por vivas.
¡Qué suerte si ahora asomase el Campeador Ruy Díaz!

Tirada 130

Los infantes se alaban de su cobardía

"Los infantes de Carrión por muertas se las dejaron
Ni la una ni la otra darse podían amparo
Los de Carrión por aquellos montes se van alabando:
"Ya de aquellos casamientos estamos muy bien vengados,
no debimos por mancebas siquiera, haberlas tomado,
porque para esposas nuestras son de linaje muy bajo.
La deshonra del león ya se va vengando."

131
Félez Muñoz sospecha de los infantes
Vuelve atrás en busca de las hijas del Cid
Las reanima y las lleva en su caballo a San Esteban de Gormaz
Llega al Cid la noticia de su deshonra
Minaya va a San Esteban a recoger las dueñas
Entrevista de Minaya con sus primas

Así alabándose iban los infantes de Carrión.
Pero ahora quiero hablaros del buen Félez Muñoz,
aquel sobrino de Ruy Díaz el Campeador.
Él también con los demás hacia adelante siguió,
pero iba de mala gana, corazonada le entró,
de los otros se separa, allí a un lado se quedó
y en la espesura del monte se esconde Félez Muñoz:
esperará allí a sus primas, hijas del Campeador,
o verá qué es lo que han hecho con ellas los de Carrión.
Ya los ha visto venir y lo que hablaban oyó,
no sospechan los infantes que está por alrededor,
que si ellos le hubieran visto, no escapara vivo, no.
Los caballos espolean y ya se alejan los dos.
El rastro que ellos dejaron lo sigue Félez Muñoz
y por fin a sus dos primas desmayadas encontró.
Llamándolas: "Primas, primas", del caballo se apeó,
lo ata por la rienda a un árbol, hacia ellas se dirigió.
"Primas mías, primas mías, doña Elvira y doña Sol,
muy mala hazaña que hicieron los infantes de Carrión.
Su castigo han de llevar por la voluntad de Dios."
Las acorre y en su acuerdo ya van volviendo las dos:
de tan traspuestas que estaban aún no tenían ni voz.
Partíansele las telas de dentro del corazón
al decirles: "Primas, primas, doña Elvira y doña Sol,
despertad, que aún es de día, primas, por amor de Dios,
ya pronto va a anochecer y me da mucho temor,
no nos coman estas fieras que andan por alrededor." .
Ya volvían en su acuerdo doña Elvira y doña Sol,
abren los ojos y ven al bueno Félez Muñoz:
"Primas mías, tened ánimo, por amor del Creador.
En cuanto me echen de menos los infantes de Carrión
en seguida en busca mía saldrán en persecución
y aquí moriremos todos si no nos socorre Dios."
Entonces con mucho duelo empieza a hablar doña Sol:
"Todo os lo pagará Mío Cid Campeador,
dános ahora un poco de agua, por amor del Creador."
Entonces con el sombrero que lleva Félez Muñoz
-nuevo y recién estrenado de Valencia le sacó-
de la fuente coge agua y a sus primas se la dio:
muy lastimadas estaban y de beber las hartó.
Se alzan del suelo y se sientan, que él así se lo rogó.
Animos les iba dando, les alivia el corazón;
por fin las dos se esforzaron, en sus brazos las cogió
y en seguida a su caballo las sube Félez Muñoz;
con el manto que llevaba a sus dos primas cubrió,
al caballo por la rienda coge y de allí las sacó.
Por aquellos robledales que tan solitarios son
van los tres; cuando salieran ya se había puesto el sol.
A aguas del Duero llegaron, y entonces Félez Muñoz
en Torres de Doña Urraca a sus dos primas dejó,
y él solo hasta San Esteban de Gormaz continuó:
A Diego Téllez, vasallo de Álvar Fáñez se encontró,
cuando oye lo que pasaba pésale de corazón,
busca allí cabalgaduras y vestidos de valor
y se vuelve adonde estaban doña Elvira y doña Sol;
entonces a San Esteban de Gormaz trajo las dos
y como él mejor sabia con gran honra las sirvió.
Las gentes de San Esteban de Gormaz honradas son,
al saber lo que pasaba les pesó de corazón,
tributo ofrecen a las hijas del Campeador.
Allí se quedaron ellas hasta encontrarse mejor.
Mientras, se iban alabando los infantes de Carrión.
Por todas aquellas tierras la noticia se corrió,
al bueno del rey Alfonso pésale de corazón.
Por fin mensajeros llegan a Valencia la mayor;
cuando le dan la noticia a Mío Cid Campeador
durante un rato muy largo pensativo se quedó
y luego alzando la mano, la barba se acarició.
"¡Alabado sea siempre Cristo, del mundo Señor!
¡Buena honra que me han dado los infantes de Carrión!
Lo juro por esta barba que jamás nadie mesó:
no se saldrán con las suyas los infantes de Carrión,
a mis dos hijas muy bien tengo que casarlas yo.
El Cid y toda su corte tenían mucho dolor
Álvar Fáñez lo sentía con el alma y corazón.
Con el buen Pedro Bermúdez ya Minaya cabalgó,
y con Martín Antolínez, ese burgalés de pro.
A doscientos caballeros con ellos el Cid mandó.
Que anduviesen día y noche su señor les ordenó
y que traigan a sus hijas a Valencia la mayor.
Prisa se dan a cumplir lo que manda su señor,
de día y noche cabalgan, no toman reposo, no.
Por fin llegan a Gormaz, castillo de gran valor,
y allí, por sólo una noche, el descanso se tomó.
Entonces a San Esteban ya la noticia llegó
de que se acerca Minaya a buscarlas a las dos.
La gente de San Esteban, como muy buenos que son
a Minaya y a los suyos muy bien que los recibió;
de vino, trigo y viandas tributo les ofreció.
Minaya, . aunque no lo acepta, agradecido quedó.
"Muchas gracias quiero daros, varones de discreción
por vuestra ayuda y respeto en eso que nos pasó,
mucho que os lo agradece desde allí el Campeador
y asimismo desde aquí mucho lo agradezco yo.
¡Por el Dios que está en los cielos, que tendréis buen galardón!"
Lo que Minaya les dijo les da gran satisfacción
y al descanso de la noche toda el mundo se marchó.
A sus dos primas fue a ver Minaya, el noble varón,
sus miradas le clavaron doña Elvira y doña Sol:
"Con tanto gozo os vemos como al mismo Creador.
Agradecédselo a Él si estamos vivas las dos.
Cuando hayamos descansado en Valencia la mayor
ya os iremos contando la pena que nos pasó".

132
Minaya y sus primas parten de San Esteban
El Cid sale a recibirlos

Álvar Fáñez y las damas llorando los tres están.
Entonces Pedro Bermúdez así les empieza a hablar:
"Doña Elvira y doña Sol, no tengáis cuidado ya,
sanas y vivas estáis y libres de todo mal,
si buena boda perdisteis, mejor la podréis ganar.
Ya ha de venir algún día que os podamos vengar".
Esa noche descansaron, que alegres de verse están;
otro día de mañana empiezan a cabalgar.
Aquellos varones de San Esteban de Gormaz
a despedirlos salieron y entreteniéndolos van
hasta Río Amor; de allí se volvieron para atrás.
Minaya con las dos damas su camino seguirá.
La Alcoceba cruzan, dejan a la derecha Gormaz
y luego por donde dicen Vadorrey van a pasar;
en el pueblo de Berlanga se quedan a descansar,
otro día de mañana echaron de nuevo a andar.
En Medina se pararon esa noche a reposar
y a otro día hasta Molina en una jornada van.
El buen moro Abengalbón alégrase de verdad
y a recibirlos salía de muy buena voluntad.
Por amor de Mío Cid una gran cena les da.
Y de aquí para Valencia en derechura se van.
Al que en buen hora nació ya la noticia le dan,
a prisa monta a caballo, a recibirlos saldrá,
iba jugando las armas de lo gozoso que está.
Mío Cid Campeador a sus hijas fue a abrazar,
las besa, ya se sonríe, ahora oiréis lo que dirá:
"¡Sois vosotras, hijas mías! ¡Que Dios os guarde del mal!
Acepté yo vuestras bodas por no saberme negar.
Mas espero del Señor que allá en los cielos está
que otra vez mejor casadas vuestro padre os verá.
De mis yernos de Carrión Dios me tiene que vengar".
A Mío Cid sus dos hijas las manos van a besar.
Jugando todos las armas se entraron en la ciudad.
¡Qué gozo tan grande tuvo su madre al verlas llegar!
No quiere perder el tiempo Mío Cid el de Vivar,
con sus fieles caballeros hablando en secreto está,
a Alfonso rey de Castilla mensajes piensa enviar.

133
El Cid envía a Muño Gustioz que pida al rey justicia
Muño habla al rey en Sahagún, y le expone su mensaje
El rey promete reparación

"¡Aquí estás, Muño Gustioz, tú mi vasallo de pro?
¿Muño Gustioz que en buenhora en mi casa se crió?
A Alfonso, rey de Castilla, irás con esta misión:
en mi nombre bésale la mano de corazón,
que vasallo suyo soy y él es mi rey y señor;
la deshonra que me han hecho los infantes de Carrión
que la sienta él como suya en el alma y corazón,
él fue quien casó a mis hijas, porque no se las di yo.
Ahora que las abandonan con ese gran deshonor,
la deshonra que a nosotros nos tocara de esa acción,
sea poca o sea mucha, es toda de mi señor.
Lleváronse los infantes riquezas que mías son,
esta afrenta se me añade a aquel otro deshonor.
Que los cite el rey a juntas o a cortes deseo yo;
páguenme lo que me han hecho los infantes de Carrión,
que llevo un rencor muy grande dentro de mi corazón".
Esto dijo y en seguida cabalga Muño Gustioz.
A dos caballeros manda con él el Campeador
y a escuderos que en su casa de Vivar el Cid crió.
Mucho corren, atrás dejan a Valencia la mayor,
ni de día ni de noche no se dan reposo, no.
Muño Gustioz a su rey en Sahagún encontró:
rey es de toda Castilla, de las sierras de León,
de Asturias con la ciudad de Oviedo San Salvador,
y en Galicia hasta Santiago de todo es rey y señor,
todo los condes gallegos tributarios suyos son.
Aquel buen Muño Gutioz, apenas descabalgó
fue a humillarse ante los santos y a rezar al Creador.
Al palacio donde estaba la corte se dirigió
con sus caballeros que le tratan como a señor.
En cuanto entraron, el rey de Castilla y de León
a Muño Gustioz ha visto y al punto le conoció;
levántase don Alfonso, muy bien que les recibió.
Delante del rey Alfonso las dos rodillas hincó
el mensajero del Cid y al rey los pies le besó.
"¡Merced, oh rey, a quien tantos reinos le dicen señor!"
Los pies y manos os besa Mío Cid Campeador,
él vuestro vasallo es y os tiene por señor.
A sus hijas las casasteis con infantes de Carrión,
casaron con gente alta, porque lo queríais vos.
Ahora ya sabéis la honra que a nosotros nos tocó
y cómo nos afrentaron los infantes de Carrión:
azotaron a las hijas de Mío Cid Campeador
y en el robledal de Corpes las dejaron a las dos
azotadas y desnudas, en tan grande deshonor,
allí entre las bestias fieras y los pájaros de Dios.
Ahora ya están con su padre, en Valencia la mayor.
Por esto el Cid os suplica como vasallo a señor
que a juntas, cortes o vistas llaméis a los de Carrión,
que si afrentado está él vuestra afrenta es aún mayor.
Que toméis parte en ese duelo desea el Campeador
y que le den los infantes debida reparación".
Muy callado y pensativo un rato el rey se quedó:
"Verdad te digo que esto pésame de corazón
en eso que tú me has dicho veo que tienes razón;
yo fui quien casó a sus hijas con infantes de Carrión,
por su provecho lo hice, que su bien quería yo.
¡Ojalá que tales bodas no se hicieran nunca, no!
Tanto como Mío Cid pésame de corazón,
les mantendré en su derecho, por que así me valga Dios.
Nunca había yo creído que le hicieran tal acción.
Que corran mis pregoneros por mis reinos mando yo,
que en la ciudad de Toledo convoquen a reunión
de cortes, y a todos llamen, al conde y al infanzón;
allí mandaré que acudan los infantes de Carrión
y que justicia le hagan a Mío Cid Campeador.
No ha de quedar resentido si puedo evitarlo yo".

134
El rey convoca corte en Toledo

"Vos, Muño Gustioz, decidle a Mío Cid bienhadado
que se puede preparar a venir con sus vasallos
a Toledo y que le doy siete semanas de plazo.
Por amor de Mío Cid esas cortes yo las hago.
Saludádmelos a todos y que esperen confiados
que esto que ahora les ocurre aún acabará en honrarlos."
Muño Gustioz se despide y a Mío Cid ha tornado.
El rey, como había dicho, por suyo toma el cuidado;
no quería perder tiempo don Alfonso el Castellano,
manda que salgan sus órdenes para León y Santiago,
a Portugal y Galicia mensajeros ha mandado,
a la gente de Carrión y a todos los castellanos:
sepan que cortes reúne en Toledo el rey honrado,
que al cumplir siete semanas allí estuviesen juntados,
y al que no venga a la corte no le tendrá por vasallo.
Así por todos sus reinos todo lo van preparando
para que saliera bien lo que el rey tiene mandado.

135
Los de Carrión ruegan en vano al rey que desista de la corte
Reúnese la corte
El Cid llega el postrero
El rey sale a su encuentro

Muy pesarosos están los infantes de Carrión
por las cortes que en Toledo don Alfonso convocó;
tienen miedo de que vaya Mío Cid Campeador.
Con sus parientes hablaron, y al rey rogaron los dos
que les dispense el deber de ir a aquella reunión.
Dijo el rey: "No le he de hacer, por gracia del Creador,
porque a esas cortes vendrá Mío Cid Campeador,
reparación le debéis, que agravio tiene de vos.
Quien no obedezca y no vaya a las cortes mando yo
que se salga de mis reinos y que pierda mi favor".
Ya ven que tienen que hacerlo los infantes de Carrión.
Entonces con sus parientes celebraron reunión
y aquel conde García en esa junta se halló:
es enemigo del Cid, siempre daño le buscó,
éste es el que a los infantes de Carrión aconsejó.
Ya iban todos a la corte, porque el plazo se cumplió:
Don Alfonso el Castellano de los primeros llegó,
el buen conde don Enrique, el buen conde don Ramón
-este conde padre fue de aquel buen emperador-,
después el conde don Froila y el buen conde don Birbón.
De todos aquellos reinos fue mucho sabio varón,
de las tierras de Castilla se encuentra allí lo mejor.
Allí está el conde García, al cual Crespo de Grañón
llaman todos, Álvar Díaz, ese que en Oca mandó,
Azur González, Gonzalo Ansúrez el de León,
y Pero Ansúrez, parientes todos de los de Carrión.
Diego y Fernando en Toledo estaban también los dos
con un gran bando de gente que allí les acompañó;
maltratar a Mío Cid era su mala intención.
De todas partes del reino mucha gente se juntó,
pero aún no había llegado el que en buenhora nació
y aquella tardanza al rey le tiene de mal humor.
Al quinto día por fin a la corte el Cid llegó;
a Álvar Fáñez de Minaya adelantarse mandó
para que bese las manos en su nombre a su señor
y le diga que esa noche llegará el Campeador.
Cuando lo oye don Alfonso se alegra de corazón,
con un buen golpe de gente el monarca cabalgó
y ha salido a recibir al que en buenhora nació.
Los atavíos del Cid y los suyos ricos son
y el séquito que traía es digno de tal señor.
En cuanto divisa al rey de Castilla y de León
de su caballo se apea Mío Cid Campeador,
ante el rey quiere humillarse y honrarle como señor.
Don Alfonso, que lo ve, en seguida le atajó:
"Mío Cid, por San Isidro, no me hagáis humillación,
montad a caballo, Cid, me disgustaréis si no.
Hoy tenemos que besarnos con alma y con corazón,
que de eso que a vos os duele yo también tengo dolor.
¡Que os den honra las cortes, ojalá lo quiera Dios!"
"Amén", dijo Mío Cid, ese buen Campeador;
y al rey primero en la mano, luego en la boca besó.
"¡Alabado sea el cielo, porque os veo, señor!
Ante vos me humillo, rey, ante el conde don Ramón,
ante el conde don Enrique y caballeros de pro.
Dios guarde a nuestros amigos y más que a ninguno a vos.
Mi mujer doña Jimena -que es dama de condición-
os ruega, igual que mis hijas, doña Elvira y doña Sol,
que os doláis con nosotros de aquella afrenta, señor".
Dijo el rey: "Mucho me pesa, eso bien lo sabe Dios".

136
El Cid no entra en Toledo
Celebra vigilia en San Servando

Don Alfonso hacia Toledo quería volverse ya;
pero el Cid aquella noche no quiso el Tajo pasar.
"Merced os pido, señor, a quien Dios libre de mal,
entrad vos, rey don Alfonso, en Toledo, la ciudad,
en San Servando me quiero yo con los míos quedar,
que muchas de mis compañas esta noche llegarán.
La noche la velaré rezando en este lugar
y mañana al ser de día entraré en esa ciudad
y antes de comer el Cid ante la corte estará".
Le contesta don Alfonso: "Pláceme de voluntad".
El rey de Castilla entonces en Toledo se fue a entrar
y el Cid en aquel castillo de San Servando se está.
Manda que enciendan candelas y las lleven al altar,
quiere velar en aquel paraje de santidad,
a Dios estarse rogando, con Él en secreto hablar.
Álvar Fáñez de Minaya y los otros que allí están
cuando vino la mañana dispuestos se encuentran ya.

137
Preparación del Cid en San Servando para ir a la corte
El Cid va a Toledo y entra en la corte
El rey le ofrece asiento en su escaño
El Cid rehúsa
El rey abre la sesión
Proclama la paz entre los litigantes
El Cid expone su demanda
Reclama Colada y Tizón
Los de Carrión entregan las espadas
El Cid las da a Pedro Bermúdez y a Martín Antolínez
Segunda demanda del Cid
El ajuar de sus hijas.
Los infantes hallan dificultad para el pago

Dicen maitines y prima, del día al primer albor,
y la misa se ha acabado antes de que salga el sol;
todos los del Cid hicieron ofrendas de gran valor.
"Vos, Álvar Fáñez Minaya, que sois mi brazo mejor,
y el obispo don Jerónimo conmigo vendréis los dos.
Vengan además don Pedro Bermúdez, Muño Gustioz,
el buen Martín Antolínez, que es un burgalés de pro,
Álvar Salvadórez y el buen Álvar Álvaroz,
Martín Muñoz, el vasallo que en tan buen punto nació,
y además mi buen sobrino que llaman Félez Muñoz.
También me llevo a Mal Anda, que es hombre muy sabidor,
y a don Galindo García, ese bueno de Aragón.
Y complétese hasta ciento con los que mejores son.
Sobre túnicas mullidas armaduras de valor
vestid, ponéos lorigas que reluzcan como el sol;
y encima de ellas las pieles y armiños, todo blancor;
que no se vean las armas. apretad bien el cordón,
bajo los mantos espadas de buen filo tajador,
que de esta manera quiero ir ante las cortes yo
para pedirles derecho y exponerles mi razón.
Si algún desmán me buscasen los infantes de Carrión,
donde tenga esos cien hombres podré estarme sin pavor".
Allí respondieron todos: "Bien nos parece, señor" .
Y se vistieron conforme les mandó el Campeador.
No tarda mucho en vestirse el que en buenhora nació:
en calzas de muy buen paño sus dos piernas las metió,
pónese encima zapatos que tienen mucha labor.
Camisa de hilo se viste, tan blanca era como el sol,
de buen oro y buena plata todas las presillas son,
muy bien se le ajusta al puño, porque él así lo encargó.
Rico brial de brocado encima se colocó,
de sus labores de oro bien relucía el fulgor,
y luego una piel bermeja, doradas sus franjas son,
que siempre llevaba puesta Mío Cid Campeador.
Los cabellos con un lienzo de hilo fino se cubrió,
tejido estaba con oro, hecho con mucho primor:
así quiere defenderse el pelo el Campeador;
larga tenía la barba, se la ató con un cordón,
para que nadie le ofenda tomaba esa precaución.
Cubierto va con un manto que era de mucho valor,
a todos los que lo vean les causará admiración.
Con esos cien caballeros que prepararse mandó
cabalga el Cid; del castillo de San Servando salió.
Así va para las cortes aquel buen Campeador.
Del caballo se ha apeado allí en la puerta exterior;
el Cid con todos los suyos con gran dignidad entró,
él iba en medio de todos y los ciento alrededor.
Al ver entrar en la corte al que en buenhora nació,
el rey Alfonso, que estaba sentado, se levantó;
y aquel conde don Enrique y aquel conde don Ramón
y los demás de la corte hacen como su señor,
con gran honra recibieron al que en buenhora nació.
No se quiso levantar ese conde de Grañón
ni aquellos otros que forman el partido de Carrión.
Al Cid el rey don Alfonso de las manos le cogió
"Sentáos aquí conmigo, Ruy Díaz Campeador,
aquí en este mismo escaño de que vos me hicisteis don,
aunque a algunos pese, más que nosotros valéis vos".
Gracias le da muy rendidas el que Valencia ganó:
"Sentáos en vuestro escaño, que vos sois rey y señor;
aquí a un lado con los míos deseo quedarme yo".
Lo que dijo el Cid al rey le place de corazón.
En escaño torneado ya Mío Cid se sentó,
esos ciento que le guardan se ponen alrededor.
Todos los que hay en la corte miran al Campeador,
y aquellas barbas tan luengas cogidas en el cordón;
bien se le ve en la apostura que es un cumplido varón.
De vergüenza no podían mirarlo los de Carrión.
Don Alfonso de Castilla entonces se levantó:
"Oídme, mesnadas, y a todos os ampare el Creador.
Desde que soy rey no he hecho todavía más que dos
cortes, las unas en Burgos y las otras en Carrión,
las terceras en Toledo he venido a hacerlas yo
por amor de Mío Cid el que en buenhora nació,
para que le hagan justicia los infantes de Carrión;
como todos sabéis ya, le hicieron gran deshonor.
Que sean jueces los condes don Enrique y don Ramón
y los condes que del bando de los infantes no son.
Muy entendidos sois todos, fijad bien vuestra atención
y haced justicia, que cosas injustas no mando yo.
Los bandos de las dos partes que se estén en paz los dos,
pues juro por San Isidro que a todo alborotador
he de arrojarlo del reino y perderá mi favor.
Yo siempre estaré del lado del que tenga la razón.
Ahora que haga su demanda Mío Cid Campeador
y veremos qué responden los infantes de Carrión".
El Cid besa al rey la mano y luego se levantó:
"Mucho que os agradezco, como a mi rey y señor,
que por amor hacia mí a cortes llamarais vos.
He aquí lo que pido a los infantes de Carrión:
porque a mis hijas dejaron no siento yo deshonor,
el rey verá lo que hace, que es el rey quien las casó;
pero al llevárselas ellos de Valencia la mayor,
como quería a mis yernos con alma y con corazón
les di Colada y Tizona, mis espadas, esas dos
espadas que yo gané como las gana un varón,
porque con ellas se honrasen y os sirviesen a vos.
A mis hijas las dejaron en el robledal; si no
querían ya de lo mío y si perdieron mi amor,
que me vuelvan las espadas, que yernos míos no son.
Dicen entonces los jueces: "Está muy puesto en razón".
Dijo el conde don García: "Démosle contestación".
A hablar fueron en secreto los infantes de Carrión
con sus parientes y el bando que allí les acompañó.
A toda prisa lo tratan, deciden ya una razón:
"Por sus hijas no nos pide cuentas el Campeador,
lo tenemos que tomar esto como gran favor.
Si ahí acaba su demanda podemos darle las dos
espadas; cuando las tenga se irá de la corte y no
tendrá ya ningún derecho ese Cid Campeador".
Esto dicho, todo el bando a la corte se volvió:
"Merced, merced, rey Alfonso, vos que sois nuestro señor,
no lo podemos negar, sus dos espadas nos dio;
ya que tanto las desea y pide el Campeador
devolvérselas queremos estando delante vos".
Allí Colada y Tizona sacaron los de Carrión,
las dos espadas entregan en manos de su señor,
al desenvainarlas todo en la corte relumbró,
los pomos y gavilanes de oro purísimo son.
A todos los hombres buenos maravilla les causó.
El rey llama a Mío Cid y ambas espadas le dio,
las toma el Campeador y la mano al rey besó,
luego se vuelve al escaño de donde se levantó.
En las manos las tenía, mirándolas se quedo,
bien las conoce, no pueden cambiarlas por otras, no.
Todo el cuerpo se le alegra, sonríe de corazón.
Entonces alza la mano, la barba se acarició:
"Yo juro por estas barbas, éstas que nadie mesó,
que os iremos vengando, doña Elvira y doña Sol".
A su sobrino don Pedro por su nombre le llamó
el Cid, y alargando el brazo la Tizona le entregó:
"Tomadla, sobrino mío. que va ganando en señor".
Luego a Martín Antolínez, ese burgalés de pro,
llama el Cid, su brazo tiende y Colada le entregó:
"Martín Antolínez sois vasallo de lo mejor,
tomadme vos esta espada, que la gané a buen señor,
a Ramón Berenguer de Barcelona la mayor.
Para que me la cuidéis muy bien os la entrego yo.
Sé que si algo os ocurre, o si se ofrece sazón,
sabréis ganaros con ella, don Martín, honra y valor".
Al Cid la mano le besa y la espada recibió.
Entonces se puso en pie Mío Cid Campeador.
"Gracias al Señor del cielo y gracias a vos, señor,
en esto de las espadas ya estoy satisfecho yo,
pero otra queja me queda contra infantes de Carrión.
Cuando a mis hijas sacaron de Valencia la mayor,
en oro y plata entregué tres mil marcos a los dos;
esa acción me la pagaron ellos con su mala acción,
devuélvanme mis dineros, que ya mis yernos no son".
¡Dios, y como se quejaron los infantes de Carrión!
Dijo el conde don Ramón: "Contestad que sí o que no".
Entonces así responden los infantes de Carrión:
"Ya le dimos sus espadas a Mío Cid Campeador,
para que más no pidiese; su demanda ya acabó".
Ahora oiréis lo que contesta ese conde don Ramón:
"Fallamos, si así le place a nuestro rey y señor,
que a la demanda del Cid debéis dar satisfacción".
Dijo entonces don Alfonso: "Así lo confirmo yo".
Allí vuelve a levantarse Mío Cid Campeador:
"De todo el dinero aquel que os he entregado yo,
decid si lo devolvéis o dadme de ello razón".
A hablar aparte se fueron los infantes de Carrión,
pero no encuentran escape, que muchos dineros son,
y se los gastaron todos los infantes de Carrión.
Ya se vuelven a la corte y dicen está razón:
"Mucho nos está apremiado el que Valencia ganó;
ya que tiene tanto empeño del dinero que nos dio
le pagaremos en tierras del condado de Carrión".
Dicen entonces los jueces, al oír esta confesión:
"Si así lo quisiere el Cid, no le diremos no,
pero en nuestro parecer tenemos por muy mejor
que aquí mismo su dinero volváis al Campeador".
Al oír estas palabras el rey don Alfonso habló:
"Muy bien sabemos nosotros lo que toca a esta razón
y cosa justa demanda Mío Cid Campeador.
De esos dichos tres mil marcos doscientos los tengo yo,
me los dieron por regalo de boda los de Carrión.
Dárselos quiero, que están hoy arruinados los dos,
entréguenselos al Cid, el que en buenhora nació;
si ellos tienen que pagar no quiero el dinero yo".
El infante don Fernando así entonces contestó:
"Dinero no lo tenemos ya ninguno de los dos".
Ahora oiréis lo que dirá el buen conde don Ramón:
"El dinero de oro y plata os lo habéis gastado vos;
sentencia damos nosotros aquí ante el rey y señor
que lo paguen en especies y acepte el Campeador".
Ya ven que no hay más remedio que pagar los de Carrión.
Vierais allí traer tanto buen caballo corredor,
tantas mulas bien criadas, palafrenes de valor,
y tantas buenas espadas con muy rica guarnición.
Los de la corte lo tasan y el Cid así lo aceptó.
Sin contar esos doscientos marcos que el rey le ofreció
mucho pagan los infantes al que en buenhora nació.
De lo ajeno les prestaron, que lo suyo no bastó.
Esta vez muy mal burlados escapan los de Carrión.

138
Acabada su demanda civil, el Cid propone el reto

Las cosas dadas en pago Mío Cid las tiene ya,
a sus hombres las entrega, ellos las custodiarán.
Pero cuando esto se acaba aún queda una cosa más.
"Merced, mi rey y señor, por amor de caridad:
la queja mayor de todas no se me puede olvidar.
Que me oiga la corte entera y se duela con mi mal:
los infantes de Carrión me quisieron deshonrar,
sin retarlos a combate no los puedo yo dejar".

Tirada 139

Inculpa de menos-valer a los infantes

"Decidme, ¿qué os he hecho, infantes de Carrión?
¿Cuándo de burlas o veras, ofenderos pude yo?
Ante el juicio de la corte hoy pido reparación.
¿Para qué me desgarrasteis las telas del corazón?
Al marcharos de Valencia yo os entregué mis dos
hijas con buenas riquezas y con el debido honor.
Si no las queríais ya, canes de mala traición,
¿por qué fuisteis a sacarlas de Valencia la mayor?
¿Por qué las heristeis luego con cincha y con espolón?
En el robledal quedaron doña Elvira y doña Sol
a la merced de las fieras y las aves del Señor.
Estáis, por haberlo hecho, llenos de infamia los dos.
Ahora que juzgue esta corte si no dais satisfacción".

140
Altercado entre Garci Ordóñez y el Cid

Allí el conde don García de su escaño se levanta:
"Merced, mi rey y señor, el mejor de toda España.
Para estas cortes solemnes el Cid avezado estaba.
Tanto la dejó crecer que muy luenga trae la barba,
los unos le tienen miedo, a los otros los espanta.
Los infantes de Carrión son de una sangre muy alta,
no los merecen las hijas del Cid ni cual barraganas.
Por esposas verdaderas ¿quién quiso que las tomaran?
Conforme a derecho hicieron, están bien abandonadas,
todo eso que dice el Cid Ruy Díaz no vale nada".
El Campeador entonces se ha echado mano a las barbas:
"Alabado sea Dios que en cielo y en tierra manda;
son largas, porque con mucho regalo fueron criadas.
Conde, ¿qué es lo que tenéis que echar en cara a mi barba?
Desde el día que nació con regalo fue criada,
ningún hijo de mujer se atrevió nunca a tocarla,
ni me la han mesado hijos de moras ni de cristianas
como yo mesé la vuestra en el castillo de Cabra.
Cabra cogí, y a vos, conde, bien os cogí de la barba,
y no hubo rapaz allí que de ella no os tirara;
de la que yo os arranqué aún se os nota la falta,
aquí la traigo conmigo en esta bolsa guardada".

141
Fernando rechaza la tacha de menos-valer

El infante don Fernando entonces se levantó
y dando muy altas voces ahora oiréis lo que allí habló:
"Mío Cid, dejad ahora, dejad esa alegación,
todo ese dinero vuestro aquí ya se os pagó.
Que no crezca más el pleito que hay entre nosotros dos.
De familia ilustre somos los infantes de Carrión,
hemos de casar con hija de rey o de emperador
y no nos pertenecían hijas de simple infanzón.
A vuestras hijas dejamos con derecho y con razón,
y hoy valemos más que antes, no menos, Campeador".

142
El Cid incita a Pedro Bermúdez al reto

En el buen Pedro Bermúdez el Cid posa su mirada:
"Habla ahora, Pedro el mudo, tú varón que tanto callas.
Que si ellas son hijas mías, de ti son primas hermanas,
lo que me digan a mí a ti te hiere en la cara,
si yo soy quien les contesto no podrás entrar en armas".

143
Pedro Bermúdez reta a Fernando

El buen Pedro Bermúdez entonces empieza a hablar,
se le trababa la lengua, con las palabras no da,
pero cuando se soltó ya no la sabe parar:
"Vuestras costumbres, oh Cid, bien conocidas me están,
en las cortes siempre el mudo me habéis querido llamar.
Bien sabéis, Campeador, que en eso no puedo más,
mas si hay que hacer algo digo que por mí no quedará.
Mientes, infante Fernando en eso que fuiste a hablar,
gracias al Campeador valías tu mucho más.
Ahora tus mañas y tretas aquí las voy contar:
recuerda cuando en Valencia tuvimos que pelear;
el honor de ser primero le pediste al Cid leal,
al primer moro que viste le querías atacar,
pero antes de que se acerque ya te echabas a escapar.
Si no estoy yo allí, Fernando, hubieras salido mal;
arranco en busca del moro y tú te quedas atrás,
a mis primeras lanzadas el moro vencido está,
el caballo le quité, a ti te lo fui a entregar,
hasta este día de hoy no se lo dije a mortal.
De aquella muerte del moro ante el Cid y los demás
como de proeza tuya bien te supiste alabar,
y todos te lo creyeron, que ignoraban la verdad.
En ti aunque seas hermoso, lo cobarde puede más.
Fernando, lengua sin manos, ¿cómo te atreves a hablar?

144
Prosigue el reto de Pedro Bermúdez

Díme, Fernando González, contéstame a esta razón:
¿No te acuerdas de Valencia, de aquel lance del león,
cuando estaba el Cid dormido y la fiera se soltó?
¿No te acuerdas, dí, Fernando, qué hiciste con el pavor?
Meterte bajo el escaño de Mío Cid Campeador,
allí te entraste, Fernando, mucho has perdido en valor.
El escaño rodeamos guardando a nuestro señor,
hasta que fue a despertarse el que Valencia ganó,
se levanta del escaño, se encamina hacia el león,
la fiera dobla la testa, a Mío Cid aguardó,
se dejó coger del cuello, en la jaula le metió.
Cuando se vuelve a la cámara el buen Cid Campeador
vio que todos sus vasallos estaban alrededor;
por sus dos yernos pregunta, pero a ninguno encontró.
A ti, en persona, te reto porque eres malo y traidor,
delante del rey Alfonso quiero sostenerlo yo
por las dos hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol.
Porque allí os las dejasteis, hoy menos valéis los dos
y aunque varones seáis y ellas dos mujeres son,
de todas maneras ellas valen mucho más que vos.
Y cuando sea la lucha, si lo quiere el Creador
te venceré y tú tendrás que confesarte traidor.
De todo lo que ahora he dicho, la verdad defiendo yo".
Entre el infante y don Pedro así quedó la razón.

145
Diego desecha la inculpación de menos-valer

Habla allí Diego González. Escuchad bien lo que dijo:
"Familia de condes somos, y de linaje más limpio.
¡Ojalá estos casamientos nunca se hubieran cumplido
por no emparentar así con Mío Cid don Rodrigo!
De abandonar a sus hijas aún no nos arrepentimos
mientras que les quede vida les quedarán los suspiros,
y en cara les echarán la afrenta que les hicimos.
En contra del más valiente sostendré lo que ahora digo:
que por haberlas dejado muy honrados nos sentimos".

146
Martín Antolínez reta a Diego González

El buen Martín Antolínez allí se fue a levantar:
"Alevoso, calla, calla, eres boca sin verdad.
Aquel lance del león no se te debe olvidar,
por la puerta te saliste, muy escapado, al corral
y allí te fuiste a meter tras la viga del lagar;
de sucios no te sirvieron ya ni el manto ni el brial.
Yo en la lid lo mantendré, así no se quedará:
aunque a las hijas del Cid las fuisteis a abandonar,
vosotros menos valéis, ellas valen mucho más.
Cuando se acabe la lucha por tu boca lo dirás,
que eres traidor y embustero y no dijiste verdad".

147
Asur González entra en la corte

La disputa de estos dos en ese punto ha quedado,
cuando he aquí que Asur González vino a entrar por el palacio,
manto de armiño llevaba, su brial iba arrastrando,
muy encarnado venía, que está recién almorzado.
En las palabras que habló muy poco seso ha mostrado.

148
Asur insulta al Cid

"Oh, señores de la corte, ¿cuándo se oyó cosa tal?
¡Que ganamos en nobleza por Mío Cid el de Vivar!
Váyase ya al río Ubierna, sus molinos a arreglar
y a cobrarse él las moliendas como acostumbrado está.
¿Pero quién le manda a él con los de Carrión casar?"

149
Muño Gustioz reta a Asur González
Mensajeros de Navarra y de Aragón piden al Cid sus hijas
para los hijos de los reyes
Don Alfonso otorga el nuevo casamiento
Minaya reta a los de Carrión
Gómez Peláez acepta el reto, pero el rey no fija plazo
sino a los que antes retaron
El rey amparará a los tres lidiadores del Cid
El Cid ofrece dones de despedida a todos

(Laguna. Prosa de la Crónica de veinte reyes).
El rey sale de Toledo con el Cid
Manda a éste a correr su caballo

Muño Gustioz se levanta y estas palabras habló:
"Calla, Asur González, que eres malo, alevoso y traidor.
Primero de todo almuerzas, luego vas a la oración
y los que besas bien sienten de tu comida el olor.
Nunca dices la verdad ni al amigo ni al señor,
para todos eres falso, y aún más para el Creador.
En tu amistad yo no quiero tener ninguna porción.
Y ya te haré confesar que eres cual te digo yo".
Dijo el rey Alfonso: "Esta disputa ya se acabó,
los que se han desafiado lucharán, sálveme Dios".
Apenas han acabado de hablar de aquella cuestión
entraron dos caballeros, toda la corte los vio:
Ojarra, Íñigo Jiménez son los nombres de los dos.
El infante de Navarra al primero le envió,
el otro era un enviado del infante de Aragón.
Besan las manos al rey de Castilla y de León,
y en nombre de los infantes pídenle al Campeador
sus hijas para ser reinas en Navarra y Aragón,
por esposas las querían, tiénenlo por gran honor.
Cuando acabaron, la corte escuchando se quedó.
Allí entonces se levanta Mío Cid Campeador:
"Merced, merced, rey Alfonso, vos sois mi rey y señor.
Esto que ahora pasa mucho lo agradezco al Creador,
que a mis hijas me las pidan de Navarra y de Aragón.
Vos, rey Alfonso, a mis hijas las casasteis, que yo no,
en vuestras manos, oh rey, vuelvo a poner a las dos;
sin vuestro mandato, rey honrado, nada haré yo".
Se levanta el rey y a todos que se callaran mandó.
"Os ruego, Cid de Vivar, prudente Campeador,
que aceptéis el casamiento y quiero otorgarlo yo.
Que queden en estas cortes arregladas ya las dos
bodas, que os han de dar, Mío Cid tierra y honor".
Levantóse Mío Cid, al rey las manos besó:
"Si a vos os agrada así, yo lo concedo, señor".
Entonces contesta el rey: "Dios os dé buen galardón.
Ojarra, Ínigo Jiménez, escuchadme bien los dos:
en honrado casamiento ahora os otorgo yo
las hijas de Mío Cid, doña Elvira y doña Sol,
para aquellos dos infantes de Navarra y Aragón,
que sus mujeres legítimas las hagan con todo honor".
Allí Ojarra se levanta, la mano del rey besó,
Íñigo Jiménez hace lo mismo, y luego los dos
besaron las de Rodrigo Díaz el Campeador.
Ya están hechas las promesas, juramentos dados son
de que todo se ha de hacer cual se ha dicho o aún mejor.
De los que había en la corte mucha gente se alegró,
pero no estaban contentos los infantes de Carrión.
El buen Minaya Álvar Fáñez entonces se levantó:
"Merced yo os pido ahora, como a mi rey y señor.
Y no le pese que hable a Mío Cid Campeador,
que en estas cortes a todos he oído decir su razón,
y ahora quisiera decir ésta que he pensado yo".
A eso le contesta el rey: "Pláceme de corazón,
ya podéis hablar, Minaya, lo que os cuadre mejor".
"A la corte yo le pido que me oiga con atención:
muy gran queja tengo de los infantes de Carrión.
En nombre del rey Alfonso mis dos primas les di yo,
por esposas las tomaron, esposas por bendición,
grandes riquezas les dio Mío Cid Campeador,
ellos las abandonaron, con todo nuestro dolor.
Por malos y por traidores ahora aquí os reto yo.
De la familia de los Vani-Gómez sois los dos,
de ese linaje salieron condes de prez y valor,
mas bien sabemos que hoy de muy malas mañas son.
Muy agradecido estoy a nuestro Dios Creador
porque piden a mis primas doña Elvira y doña Sol
para esposas los infantes de Navarra y Aragón.
Como mujeres legítimas las teníais antes vos,
ahora besaréis las manos, cual señoras, a las dos
y las tendréis que servir, mal que os pese el corazón.
Loado sea el rey Alfonso, alabado el Creador,
que así va creciendo en honra Mío Cid Campeador.
En todas vuestras acciones sois tal como digo yo,
si hubiere aquí quien responda o quien dijere que no,
aquí está Álvar Fáñez, que es valiente como el mejor".
Acaba Minaya y Gómez Pelayo se levantó:
"¿Qué vale lo que habéis dicho, Minaya, en esa razón?
Muchos hay en esta corte tan valientes como vos,
y si hay alguien que lo niegue mal daño le anuncio yo.
Si salimos bien de ésta, porque así lo quiere Dios,
ya después iremos viendo todo lo que aquí se habló".
Dijo entonces don Alfonso: "Acabe esta discusión;
que ninguna de las partes haga más alegación.
Mañana será el combate, en cuanto que salga el sol,
de estos tres con estos tres, porque tres los retos son".
Entonces se levantaron los infantes de Carrión:
"Mañana no puede ser, dadnos, rey, plazo mayor,
nuestras armas y caballos los tiene el Campeador,
y antes tendremos que ir a las tierras de Carrión"
Don Alfonso se volvió hacia el Cid Campeador:
"Rodrigo, sea esta lucha, en sitio que mandéis vos".
Dijo entonces Mío Cid: "Eso no lo haré, señor,
antes volveré a Valencia que ir a tierras de Carrión".
Le repuso don Alfonso: "Sea así, Campeador.
Dadme vuestros caballeros bien armados, Cid, que yo
conmigo los llevaré y seré su protector.
Esos caballeros vuestros os garantizo que no
han de sufrir atropello de conde ni de infanzón.
Aquí en las cortes el plazo os señalo a ellos y a vos,
que a cabo de tres semanas en las vegas de Carrión
tenga lugar el combate estando delante yo.
Quien no acuda en ese plazo pierda toda su razón:
se declarará vencido y quedará por traidor".
Se dan por notificados los infantes de Carrión.
Mío Cid el de Vivar las manos al rey besó:
"Mis tres caballeros en vuestras manos pongo yo,
aquí os los encomiendo como a mi rey y señor.
Todos van bien preparados para cumplir su misión.
Vuelvan con honra a Valencia, por amor del Creador".
Entonces repuso el rey: "Ojalá lo quiera Dios".
Allí se quita el capillo Mío Cid Campeador,
la cofia de hilo que lleva era blanca como el sol,
ya se soltaba la barba desatándose el cordón.
En la corte todo el mundo de mirarle no se hartó.
Va hacia el conde don Enrique y hacia el conde don Ramón,
mucho que los ha abrazado, les ruega de corazón
que de sus riquezas tomen las que quisieren los dos.
Igual hace con los otros que del bando suyo son:
lo que quisieren tomar a todos les ofreció;
unos hubo que aceptaron, otros dijeron que no.
Aquellos doscientos marcos al rey se los perdonó
y además cuanto le gusta Mío Cid le regaló.
"Merced, rey Alfonso, os pido, por amor del Creador.
Ahora que todas las cosas ya las arreglasteis vos,
os beso las manos, quiero con vuestra gracia, señor,
volverme para Valencia, con afán la gané yo".

(Falta una hoja en el manuscrito. Se suple con un pasaje en prosa de la Crónica de veinte reyes.)

Entonces mandó dar el Cid, a los enviados de los infantes de Navarra y Aragón, bestias y todo aquello de que hubieran menester, y los despidió.
El rey don Alfonso cabalgó con todos los varones ilustres de su corte para salir acompañando al Cid, que se salía ya fuera de la villa. Y cuando llegaron a Zocodover, díjole el Rey: "Don Rodrigo debíais hacer arrancar ahora a ese caballo del que tan bien he oído hablar". El Cid sonrió y dijo: Señor, aquí en vuestra corte hay muchos varones ilustres y con disposición para hacer eso, mandadlos a ellos que corran con sus caballos. Y el rey le dijo: "Cid, es cierto lo que decís; pero preferiría yo que hiciérais correr ese caballo, por complacerme".

Tirada 150

El rey admira a Babieca, pero no lo acepta en don.
Últimos encargos del Cid a sus tres lidiadores
Tórnase el Cid a Valencia
El rey en Carrión
Llega el plazo de la lid
Los de Carrión pretenden excluir de la lid a Colada y Tizón
Los del Cid piden al rey amparo y salen al campo de la lid
El rey designa fieles del campo y amonesta a los de Carrión
Los fieles preparan la lid
Primera acometida
Pedro Bermúdez vence a Fernando

El Cid entonces espoleó el caballo y le hizo correr tan de firme que todos se maravillaron de aquella carrera.

Don Alfonso alza la mano, la cara se santiguó:
"Por San Isidro lo juro, San Isidro el de León,
que en las tierras de Castilla no hay otro tan buen varón".
Mío Cid en el caballo adelante se llegó,
ha ido a besarle la mano a su buen rey y señor:
"Me mandaste cabalgar Babieca, el buen corredor,
caballo así no le tienen moros ni cristianos, no.
En regalo os le ofrezco, mandad cogerle, señor".
Dijo entonces don Alfonso: "Eso no lo quiero yo,
que si tomo ese caballo no tendrá tan buen señor:
un caballo como éste cumple a un varón como vos,
para derrotar a moros y hacer la persecución.
Al que quitárosle quiera, no le valga el Creador,
por vos y por el caballo, honrado me tengo yo".
Entonces se despidieron y la corte se marchó.
A los que van a luchar el Cid les amonestó.
"Martín Antolínez, Pedro Bermúdez vosotros dos
oíd, tú, Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro:
estad firmes en la lucha, como cumple a buen varón,
que buenas noticias vuestras en Valencia tenga yo".
Dijo Martín Antolínez: "¿Por qué lo decís, señor?
Todo queda a nuestro cargo, cumpliremos la misión:
quizá os hablen de muertos, pero de vencidos no"
Mucha alegría le da al que en buenhora nació.
De los que eran sus amigos de todos se despidió.
Para Valencia va el Cid, el rey va para Carrión.
Aquel plazo de las tres semanas ya se cumplió.
A su tiempo se presentan los tres del Campeador,
van a cumplir el encargo que les diera su señor,
los ampara don Alfonso, rey de Castilla y León.
Dos días esperan a los infantes de Carrión;
llegan bien provistos de armas y caballos; con los dos
vienen todos sus parientes y entre todos se acordó
que intenten llevar aparte a los del Campeador
y matarlos en el campo deshonrando a su señor.
Muy mal propósito era, y ninguno lo emprendió
por el miedo que les daba don Alfonso, el de León.
Los del Cid velan las armas y rezan al Creador;
ya se ha pasado la noche y apunta el primer albor;
de ricos hombres allí un buen golpe se juntó,
que quieren ver esta lucha en las vegas de Carrión.
Y el más alto de entre todos, don Alfonso, el de León,
que defenderá el derecho, pero la injusticia no.
Ya se vestían las armas los del buen Campeador,
dispuestos están los tres, que son de un mismo señor.
En otro lugar se armaban los infantes de Carrión,
su pariente Garci Ordóñez muchos consejos les dio.
Tras mucho hablar entre sí, al rey pidieron los dos
que Colada y que Tizona no entren en lucha, y que no
púdiesen lidiar con ellas los del Cid Campeador;
se arrepentían de haberlas devuelto los de Carrión.
Así lo piden al rey; pero no se lo aprobó:
"Allí en la corte ninguna espada se exceptuó.
Bien os servirán las vuestras, si buenas espadas son,
igual servirán las suyas a los del Campeador.
Salid al campo de lucha, infantes de Carrión,
menester es que luchéis como lucha un buen varón,
que no ha de quedar la cosa por los del Campeador.
Si saliereis bien del campo ganaréis un gran honor,
pero si fuereis vencidos no me culpéis a mí, no,
porque todo el mundo sabe que esto buscasteis vos".
Ya se iban arrepintiendo los infantes de su acción,
por deshacerlo darían todo lo que hay en Carrión.
Armados estaba ya los tres del Campeador,
entonces el rey Alfonso a verlos bien se acercó;
oiréis lo que dicen a don Alfonso, el de León:
"Os pedimos al besaros la mano, rey y señor,
que entre nosotros y ellos el fiel juez lo seáis vos,
valednos si es en derecho, pero si es injusto, no.
Aquí tienen su partido los infantes de Carrión,
quien sabe si habrán pensado alguna maquinación.
En vuestras manos, oh rey, nos puso nuestro señor,
defendednos en justicia por amor del Creador".
Dijo el rey: "Así lo haré con alma y con corazón".
Trae los caballos, muy buenos y corredores que son,
las sillas las santiguar, por que los ayude Dios,
al cuello llevan escudos con dorada guarnición
en el centro; empuñan lanzas de buen hierro tajador,
las tres lanzas que sacaron todas llevan su pendón.
Muchos buenos caballeros andan allí alrededor.
Salen al campo que con mojones se señaló.
Estaban ya convenidos los tres del Campeador,
cada cual a un enemigo para atacarle escogió.
Estaban al otro lado los infantes de Carrión;
iban bien acompañados, que mucha familia son.
Nombra el rey jueces que digan lo que es justo y lo que no,
con los que luchan les manda que no tengan discusión.
Cuando estaban en el campo, el rey don Alfonso habló:
"Oíd lo que voy a deciros, infantes de Carrión:
debió esta lucha en Toledo ser, mas no quisisteis vos,
por eso a estos caballeros de Mío Cid Campeador
bajo mi guarda los traje a estas tierras de Carrión.
Luchad conforme a derecho, no queráis la sinrazón,
que si alguien quiere injusticia, para vedarlo estoy yo,
y no le iría muy bien en Castilla ni en León".
¡Que pesarosos estaban los infantes de Carrión!
Con los dos jueces el rey los mojones señaló
que cierran el campo; todos se apartan alrededor.
Bien explicado les queda a todos los seis que son
que está vencido quien salga del campo que se marcó.
La gente despeja el campo, hacia atrás se retiró,
a seis lanzas de distancia de la raya se quedó.
Ya les sortean el campo, ya les partían el sol,
salen los jueces, los bandos frente a frente están los dos.
Arremeten los del Cid contra los tres de Carrión,
arremeten los infantes a los del Campeador.
Cada uno al adversario que le tocaba atendió.
Embrazaban los escudos delante del corazón,
bajan las lanzas, envuelta cada cual en su pendón,
las caras las inclinaron por encima del arpón,
a los caballos los pican con la espuela, y pareció
que todo el suelo temblaba cuando el ataque empezó.
Cada cual en su adversario tiene puesta la atención.
Se juntan los tres del Cid con esos tres de Carrión,
ya los tenían por muertos los que están alrededor.
Ese buen Pedro Bermúdez, el que primero retó
con aquel Fernán González cara a cara se juntó,
los escudos se golpean ambos sin ningún pavor.
El de Carrión a don Pedro su escudo le traspasó,
pero le ha dado en vacío, la carne no le alcanzó,
y por dos sitios el asta de su lanza se quebró.
El golpe aguanta don Pedro, ni siquiera se inclinó,
él ha recibido el golpe, mas con otro contestó.
Por la guarnición del centro el escudo le horadó,
todo lo pasa la lanza, que nada se resistió.
En el pecho se le clava, muy cerca del corazón;
la loriga en tres dobleces lleva puesta el de Carrión,
se rompen los dos primeros, el último resistió,
pero tan fuerte fue el golpe que dio el del Campeador,
que con túnica y camisa la loriga se le entró
en la carne; por la boca mucha sangre le salió.
Se le rompieron las cinchas, ninguna le aprovechó,
y el caballo, por la cola, en tierra le derribó.
Por muerto le da la gente que estaba allí alrededor;
clavada tiene en el cuerpo la lanza; don Pedro echó
mano a la espada, y el otro, que a Tizona conoció,
no espera el golpe y confiesa: "Por vencido me doy yo".
Se lo otorgaron los jueces y don Pedro le dejó.

151
Martín Antolínez vence a Diego

Martín y Diego González se acometen con las lanzas,
tan fuertes fueron los golpes que se les quebraron ambas.
El buen Martín Antolínez echa mano de la espada,
todo el campo relumbró, era tan limpia y tan clara.
A su enemigo dio un golpe que de través bien le alcanza,
el casco que lleva encima a un lado le derribaba
y las correas del yelmo del golpe quedan cortadas;
el acero hasta la cofia y la capucha llegaba,
y todo, capucha y cofia, con la espada se lo arranca,
el pelo le va rozando, hasta la carne se entraba,
trozos del yelmo y la cofia por aquel campo rodaban.
Cuando descarga este tajo la tan preciosa Colada
comprende Diego González que con vida no se escapa,
tira riendas al caballo para que vuelva la cara,
la espada lleva en la mano, mas no se atreve a emplearla.
El buen don Martín entonces le arremete con la espada,
un golpe le dio de plano, que de filo no le alcanza.
Allí oyerais al infante las grandes voces que daba:
"Váleme, Señor glorioso, líbrame ya de esta espada".
El caballo refrenó, por escapar de Colada,
fuera del campo le lleva, don Martín dentro quedaba.
"Don Martín, venid acá, el rey Alfonso gritaba,
por todo lo que habéis hecho la lid está bien ganada".
Y aquello que dice el rey los jueces lo confirmaban.

152
Muño Gustioz vence a Asur González
El padre de los infantes declara vencida la lid
Los del Cid vuelven cautelosamente a Valencia
Alegría del Cid
Segundos matrimonios de sus hijas
El juglar acaba su poema

Quiero contaros ahora algo de Muño Gustioz,
y con ese Asur González cómo se las arregló.
Muy grandes golpes se dieron en los escudos los dos.
Asur González, que era muy forzudo y de valor,
el escudo le traspasa al buen don Muño Gustioz;
tras de pasarle el escudo la armadura le quebró,
mas no le coge la carne, la lanza en vacío dio.
Cuando este golpe recibe, otro da Muño Gustioz,
por la guarnición del centro el escudo le partió,
no se pudo resguardar, la armadura le rompió,
le hiere a un lado del cuerpo, que no junto al corazón,
por la carne se le ha entrado la lanza con el pendón,
al otro lado del cuerpo más de un palmo le asomó,
un tirón le dio a la lanza, de la silla le movió
y al ir a sacar la lanza en tierra le derribó:
rojos han salido el asta y la punta y el pendón.
Que estaba herido de muerte todo el mundo se creyó:
Muño recobra la lanza y a rematarla marchó,
pero el padre del infante grita: "No le hiráis, por Dios,
vencido ha sido en el campo, esta lucha se acabó".
Los jueces dicen: "Así lo hemos oído los dos".
Que despejaran el campo el rey Alfonso mandó,
las armas que allí quedaron él para si las tomó.
Se van como muy honrados los tres del Campeador,
que ya han ganado esta lucha, por gracia del Creador.
Muy grandes son los pesares por las tierras de Carrión.
A los del Cid que de noche salgan el rey les mandó
para que no les asalten ni tengan ningún temor.
De día y noche marchaban, que muy diligentes son,
ya los tenéis en Valencia con el Cid Campeador:
por malos dejaron a los infantes de Carrión,
bien cumplieron el mandato que les diera su señor.
¡Cuánto se alegra de aquello Mío Cid Campeador!
Envilecidos se quedan los infantes de Carrión.
Quien a damas escarnece y así abandona a traición,
que otro tanto le acontezca o alguna cosa peor.
Pero dejemos ya a esos infantes de Carrión,
muy pesarosos están de sus castigos los dos.
Hablemos ahora de este que en tan buenhora nació.
¡Qué grandes eran los gozos en Valencia la mayor,
por honrados que quedaron los tres del Campeador!
La barba se acariciaba don Rodrigo, su señor:
"Gracias al rey de los cielos mis hijas vengadas son,
ya están limpias de la afrenta esas tierras de Carrión.
Casaré, pese a quien pese, ya sin vergüenza a las dos".
Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y todos tuvieron junta con Alfonso, el de León.
Sus casamientos hicieron doña Elvira y doña Sol,
los primeros fueron grandes pero éstos son aún mejor,
y a mayor honra se casan que con esos de Carrión.
Ved cómo crece en honores el que en buenhora nació,
que son sus hijas señoras de Navarra y Aragón.
Esos dos reyes de España ya parientes suyos son,
y a todos les toca honra por el Cid Campeador.
Pasó de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó:
en días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón.
También perdone a nosotros, al justo y al pecador.
Éstas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:
en llegando a este lugar se ha acabado esta canción.



FIN

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